Por: Luis Rafael García Jiménez
Como es sabido, la historia regional y local, al
igual que la nacional, responde a tres necesidades básicas del hombre en su
cotidianidad: que conozca su procedencia, que tome conciencia de la pertenencia
y que tenga certidumbre de la permanencia. Estas tres necesidades en la
actualidad se desdibujan, ya que en esta modernidad y capitalismo tardíos se
presentan llenas de incertidumbre, azar, caos y complejidad. Puesto que
“imaginamos nuestros lugares de pertenencia residiendo y viajando de la ciudad
y entre ciudades” (García Canclini, 1999, p. 165). Las prácticas sociales y
culturales son las que dan sentido de pertenencia y hacen sentir diferentes a
quienes poseen lengua común, semejantes formas de organizarse y de satisfacer
sus necesidades. Pero ese sentido de pertenencia comienza a deslocalizarse y a
desterritorializarse gracias a las comunidades mediáticas que permiten a unos
pobladores ubicados en un espacio que no está señalado en un mapa mundial,
formar parte de una comunidad virtual y consumidora de la industria cultural.
Hay tres lugares esenciales en la vida de las
personas que son historiables: el lugar donde viven, el lugar en el que
trabajan y el lugar en el que se reúnen para disfrutar, es decir, el ocio
(Oldemburg, 1991). Para la mayoría de los habitantes de las localidades
suburbanas, toman el primer lugar -donde viven- simplemente como el lugar donde
duermen. Con respecto al lugar donde trabajan, son muy pocos los que trabajan
en las localidades, en actividades como la agricultura o el comercio), la
mayoría trabaja en ciudades nodales, que son lugares industrializados
sustitutivos. Por último, los lugares donde se reúnen para orar (iglesias) y
para disfrutar (plazas, bares, entre otros).
Cuando se estudia la cotidianidad, se quiere significar que el hombre es
el hombre tal y como es, sin poses ni posturas. En términos de Ferrarotti
(1991), derrumbando las construcciones formales y cortando transversalmente las
instituciones, los grupos y las clases para llegar a tocar el plano común,
microsociológico en apariencia, de la cotidianidad, por el cual todos los seres
humanos son seres humanos. Cuando el historiador incorpora al individuo como
sujeto de su narración, se establece un diálogo figurado con quien
protagonizará su relato, viéndose obligado a dar cuenta de las diferencias
históricas que aquél se dio a sí mismo: “si la documentación nos ofrece la
posibilidad de reconstruir no sólo masas diversas, sino personalidades
individuales, sería absurdo rechazarla...” (Ginzburg, 2001, p. 21).
Heller opina que “el sujeto de la esfera de la institución es el sujeto especializado. Uno puede entrar en una institución (además de la familiar) sólo mediante la especialización...”. (2000, pp. 70-71). Cuando se asume investigar un pueblo, un barrio a través de un personaje principalmente, y otras fuentes a manera de
ampliar el contexto, se estarían ubicando en su tejido cultural a través de la
formalidad institucional y el ensamblaje cultural, tal como lo expresa Bello (2002):
Interpretar la coexistencia o cohabitación en una sociedad de varios modos de vida, formas de acción, maneras de creación, requiere situarse en la doble dimensión del tejido cultural venezolano, la cual se manifiesta en dos redes [1ª la formalidad institucional, 2ª de ensamblaje cultural]... (p. 09).
De acuerdo con las pautas de investigación en las ciencias de la
modernidad y, por consecuencia, en la historia, se debería formular “un
problema de investigación”, es decir, sin problema no hay investigación. La
historia del siglo XX es dilucidar un problema siguiendo las pautas, en nuestro
caso, del método científico, como bien lo señala Cardoso (1984 y 1985). Recordemos que la
historia problema sustituyó a la historia
relato o episódica. Canguilhem (1988) expresaba que la historia, como historia
de la continuidad, como idea del sujeto trascendental, es un sistema cerrado y
fundamentalmente incapaz de cambiar en ningún sentido esencial. La historia
discontinua siempre se plantea preguntas y problemas; de acuerdo con Whitron (1990) lo que cegaba
el problema de la historia era que la
historia no le planteaba ningún problema. Estamos convencidos (o al menos lo
creemos) que no existe ninguna área o problema intrínsecamente importante en la historia, sino sólo áreas de
interés material; el historiador se ve siempre absorbido por lo que le interesa
en cada momento, en una coyuntura determinada. El historiador estudia o
investiga lo que le gusta, le agrada o le llama la atención, el historiador es
quien se empeña en ver o buscar problemas. Se comparte el criterio de Heller
(2000), cuando establece que “las ciencias sociales no están predominantemente
interesadas en la resolución de problemas. Crean significados y contribuyen a
nuestro autoconocimiento (...). En las ciencias sociales no existe tal cosa
como la solución final de un problema, ni siquiera cuando se trabaja en el
marco de uno y el mismo paradigma”. (p. 22).
En tal sentido, con un conocimiento no basado en fuentes (como ha sido
denominado por Topolsky, 1985) y en un amplio contexto, desde una perspectiva
meramente metodológica moderna, en un
proyecto de investigación se consignarán
los siguientes problemas sin la intención de una solución definitiva:
-
Cómo
teorizar y aplicar la propuesta de la neomicrohistoria en un caso práctico y
concreto.
-
Cómo
interpretar la coexistencia o cohabitación en la sociedad local de varios modos de vida, viendo a los
individuos de dicha sociedad como una “contextura interhumana en la cual todos
dependen de todos; en la cual el todo subsiste gracias a la unidad de las
funciones asumidas por los copartícipes, a cada uno de los cuales, en
principio, se le asigna una función; y donde todos los individuos, a su vez son
destinados en gran medida por la pertinencia al contexto de su totalidad...”
(Adorno, 1971, p. 23).
-
Cómo y
porqué un personaje de un pueblo, a través de su vida o sus textos, se explica la cotidianidad de su
entorno y contorno. Como lo expresaría Pino Iturrieta (1994), lo que se quiere
es rescatar a los antepasados como realmente fueron en lugar de encubrirlos con
un uniforme de pretendidas novedades.
-
Cómo y
cuándo habla el texto del hombre o el de una institución.
Estos problemas o preguntas tratan de ser abordados en diversos marcos
de referencias, compartiendo la visión de Puerta (1999) de “como seres de
transición, tienen el privilegio (o la desventaja, según se vea) de tener cada
pie en un marco de referencia distinto” (p. 8).
Nietzsche (1994) decía que el conocimiento mata la acción, pues la
acción requiere velos de la ilusión. Además de incorporar el pensamiento
complejo, se desarrolla el pensamiento horizontal que es un pensamiento de la
diferencia, no de la identidad. La horizontalidad permitirá abrir el extremo
idioléctico (el lenguaje privado) del proceso comunicativo-narrativo: como
narración, el discurso narrativo vivirá a través de su relación con la historia
que relata; como discurso vivirá a través de la narración que lo ofrece
(Gérard, 1989).
En lo que respecta al alcance de la investigación, se espera que, a
pesar de circunscribirse a un pequeño espacio y a una particularidad, su visión
sea universal: “para pensar localmente hay que pensar globalmente, de la misma
manera que, para pensar globalmente hay que saber, también, pensar localmente”.
(Morín, 1999, p.28). Pero no caeremos en la ambición científica del
historiador de adquirir un enfoque global o de la totalidad del objeto de la
investigación (criterio de universalidad), porque encontraríamos innumerables
obstáculos no deseados para su desarrollo. Cuando ignoramos la totalidad, las
partes son sencillamente fragmentos. Lo que se busca es que conociendo para qué
sirve el telescopio, utilizaremos el microscopio (que también agranda el
objeto); el y los objetos que trataremos de averiguar, lejos de ser concretos,
son crecientemente complejos y generales, hasta el punto de implicar en la
investigación y en los resultados la humanidad en su conjunto. La capacidad
transformativa de los sujetos y objetos sociales no tiene que inevitablemente
circunscribirse a su cotidianidad inmediata local, sino que puede desbordarla y
conectarse con la del sujeto-otro, reconociéndolo legítimo en su otredad y
diferencia, y es eso lo que tiene de universal (Carrizo, Espina, Klein, 2003).
En definitiva, la historia (Serna y Pons, 2000) se revela como la cognición de
lo individual bajo la expresión de conceptos puros, que son los que encarnan lo
universal.
Wartofsky (1978) expresaba que no hay observación de hechos sin
hipótesis, que la objetividad no es cuestión de voluntad sino de método, de
manera que el carácter de la observación es esencial para la objetividad del método. Los historiadores de la modernidad formulaban hipótesis que serían
posibles respuestas al problema planteado, como formas de probar el saber o de
aventurar soluciones. Para Lacombe (1948), si es evidente que una hipótesis
exige ser verificada, también es cierto, aun cuando menos evidente, que la
observación exige previamente la concepción de una hipótesis; en sus “Combates
por la historia” Lucien Febvre (1975) afirmaba que si el historiador no se
plantea problemas, o planteándoselos no formula hipótesis para resolverlos,
está atrasado con respecto al último campesino. Para estos historiadores y para
Prost (2001), toda historia es contrafactual; para identificar las
causalidades, no hay otro medio que viajar al pasado con la imaginación y
plantearse las hipótesis de si el desarrollo de los acontecimientos hubiese
sido el mismo en el caso de que tal o cual factor, considerado aisladamente,
hubiese sido diferente. La escuela de los Annales fundó una historia de la base
material de la sociedad que construía hipótesis para su comprobación empírica,
que pretendía una explicación global de la historia humana. Era una historia
científica por antonomasia y descalificaba sin piedad a las otras corrientes
historiográficas; en la actualidad las nuevas historias no sienten vergüenza
por quedar al margen de un potencial tratamiento científico.
De acuerdo con el espíritu de la(s) nueva(s) teoría(s) de la historia,
las hipótesis pueden estar implícitas o explícitas, o simplemente no
planteadas, si no hay problemas no hay hipótesis. De los problemas (?)
consignados anteriormente, algunos se quedarán sin hipótesis o simplemente se
declararán válidas y nulas simultáneamente (o serán admitidas parcialmente),
serán preguntas y respuestas que aparecerán y se desarrollarán constantemente y
dejando que la investigación fluya libremente: “Ejercer el rigor en la frescura
de un espacio de investigación sin límites es la verdadera conquista de estos
tiempos de caída de los ídolos que todo investigador debe pagar con la angustia
de la incertidumbre” (Del Búfalo, 1999, p. 22) o como diría Carlo Ginzburg
(1999) “me he dejado guiar por el azar y la curiosidad, no por una estrategia
consciente...” (p. 14). Ensayaremos una salida epistemológica (partiendo del
supuesto de que todos los discursos son conmensurables y traducibles entre sí)
nueva a las formas tradicionales de hacer historia en el presente contexto
inestable y azaroso, con un rigor elástico y un paradigma cubierto de indicios que aborden el conocimiento de lo
particular.
El conocimiento será azaroso porque carecemos de un mapa o de una
guía externa (brújula) que nos permita resolver satisfactoriamente y
unívocamente la(s) incógnita(s), porque ignoramos los límites y los contornos
precisos del lugar de destino. Si yo supiese exactamente a dónde quiero llegar,
no podría llamar a lo que estoy haciendo “investigación
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