LAS IDEAS DE EDGAR MORIN SOBRE LA EDUCACIÓN DEL FUTURO.
Por: Luis Rafael García Jimenez
INTRODUCCIÓN.
Dividiré esta exposición
en dos partes: la primera, como una especie de breve introducción,
conceptualizaré al pensamiento complejo; en la segunda me referiré a la
educación del futuro de acuerdo a la UNESCO, misión encomendada a Edgar Morin.
Hace 25 siglos atrás, el
poeta griego Eurípides expresó: “lo esperado no se cumple y para lo inesperado
un dios abre la puerta”. Las cosas posibles no suelen ocurrir. Por tal motivo, espero que no esperen mucho de
mí y, sobre todo, que ustedes me comprendan, porque el problema no es la
comunicación, el problema es la comprensión y si no me comprenden no se
preocupen, estamos claros que: el genio surge en la brecha de lo incontrolable,
justo ahí donde merodea la locura. La creación surge en la unión entre las
profundidades oscuras sico-afectivas y la llama viva de la conciencia.
La Educación es la
herramienta fundamental para que un país salga del atraso y desarrollo una
Sociedad de Bienestar Social, ya hay ejemplos de países que gracias al
desarrollo y actualización de la Educación a las nuevas realidades
tecnológicas. Nos enfrentaremos a nuevos modelos de industrialización y modos de
producción económica. En un futuro próximo veremos automóviles autónomos que no
tendrán volante y robots en la fabricas y en el hogar. La prioridad debe ser la
Educación.
El pensamiento complejo:
Partiendo del hecho que
“Yo soy mi”, el “yo” es subjetivo y el “mí” objetivo, a través de mi “yo” hay
un nosotros que habla, hay un “se” que habla; esto sería el primer principio de
la incertidumbre y ésta es uno de los elementos del pensamiento complejo.
La noción de complejidad
surge hace más de 30 años, ella busca la comprensión del mundo fenoménico a
través de una integración de sus eventos, pues concibe la realidad como un
tejido de constituyentes heterogéneos inseparables y asociados donde
encontramos presente la paradoja de lo uno y lo múltiple, como un holograma.
La complejidad intenta
abordar las relaciones entre lo empírico, lo lógico y lo racional, oponiéndose
al esquema clásico de las ciencias de la modernidad, separadas en disciplinas y
especializaciones, la complejidad propone, a su vez, una visión integradora y
multidimensional que a través de un trabajo transdisciplinario da cuenta de la
complejidad de lo real. La transdisciplinariedad es superar la parcelación y
fragmentación del conocimiento que reflejan las disciplinas particulares y su
consiguiente hiperespecialización. La transdisciplinariedad camina hacia la
autotransformación y hacia la creación de un nuevo arte de vivir y una nueva
manera de pensar.
La idea del pensamiento
complejo significa que no hay una respuesta sencilla o predeterminada para
actuar. No es más que el reconocimiento de un principio de incompletud y de
incertidumbre en el seno del conocimiento y la vida cotidiana. Nada es
sencillo, todo es complejo.
La Educación del futuro:
Quiero aclarar que no
vamos hablar de una teoría de la educación, ya que una teoría no es el
conocimiento; permite el conocimiento. Una teoría no es una llegada; es la
posibilidad de una partida. Una teoría no es una solución, es la posibilidad de
tratar un problema y muchas veces las teorías no llegan a solucionar nuestros
problemas, de allí la crisis de los paradigmas.
El saber no nos hace
mejores ni más felices, pero la educación puede ayudar a ser mejor y, si no
feliz, enseñarnos a asumir la parte prosaica y a vivir la parte poética de
nuestras vidas. Pero la escuela de hoy mientras ella es “disciplinada”, los
problemas del mundo son indisciplinados.
Cada persona debe ser
plenamente consciente de que su propia vida es una aventura, incluso cuando
cree que está encerrada en una seguridad; todo destino humano implica
incertidumbre irreductible.
Cómo iba a imaginarse el último Emperador chino, que pasaría el resto de su vida como jardinero.
Cómo iba a imaginarse el último Emperador chino, que pasaría el resto de su vida como jardinero.
Los educadores y educandos
tienen que saber que los hombres no matan solamente en la noche de sus
pasiones, sino también en la luz de su racionalización. Los educadores deben
enseñar (como bien lo expresa Luis González González) que la historia universal
y las historias nacionales están pobladas de gente “importante”: estadistas y
militares famosos por sus matanzas, explotadores ilustres o intelectuales
soberbios y cobardes. Los autores de la vida menuda y cotidiana, rara vez merecen
los apelativos de sabios, héroes y santos.
La reforma de la enseñanza
debe conducir a la reforma del pensamiento y la reforma del pensamiento debe
conducir a la reforma de la enseñanza. Así como también no se puede reformar la
institución sin haber reformado previamente las mentes, pero no se pueden
reformar las mentes si no se reforma previamente las instituciones. Como pueden
ver, la “cosa” es compleja. La posible solución estaría en una minoría de
educadores, animados por la fe en la necesidad de reformar el pensamiento y en
regenerar la enseñanza. Serán educadores que ya sienten el sentido de su
misión.
La educación debe contribuir a la
autoformación de la persona (aprender y asumir la condición humana, aprender a
vivir) y a que aprenda a convertirse en un ciudadano, en una democracia. Más
aún, cuando hoy en día vivimos el desencuentro del marxismo y el desencuentro
del neoliberalismo.
Los Saberes:
El desarrollo de la aptitud para contextualizar y
totalizar los saberes se convierte en un imperativo de la educación. Por ello analizaré
los “siete saberes necesarios a la educación del futuro” expuesto por Edgar Morin.
Primer saber: Las cegueras del conocimiento
Todo conocimiento conlleva
el riesgo del error y de la ilusión. La educación del futuro debe contar
siempre con esa posibilidad. El conocimiento humano es frágil y está expuesto a
alucinaciones, a errores de percepción o de juicio, a perturbaciones y ruidos,
a la influencia distorsionadora de los afectos, al imprinting (la marca sin retorno que imponen las primeras
experiencias) de la propia cultura, al conformismo, a la selección meramente sociológica
de nuestras ideas.
Se podría pensar que, despojándonos
del afecto, en todo conocimiento, eliminamos el riesgo de error. Es cierto que
el amor, la amistad o el odio pueden enceguecernos, pero también es cierto que
el desarrollo de la inteligencia es inseparable del de la afectividad. La
afectividad puede oscurecer el conocimiento pero también puede fortalecerlo.
Se podría también creer
que el conocimiento científico garantiza la detección de errores y milita
contra la ilusión perceptiva. Pero ninguna teoría científica está inmunizada
para siempre contra el error. Incluso hay teorías y doctrinas que protegen con
apariencia intelectual sus propios errores. Cuando ocultamos las incertidumbres
aflora la ideología.
La primera e ineludible
tarea de la educación es enseñar un conocimiento capaz de criticar el propio
conocimiento. Debemos enseñar a evitar la doble enajenación: la de nuestra
mente por sus ideas y la de las propias ideas por nuestra mente. La búsqueda de
la verdad exige reflexibilidad, crítica y corrección de errores. Pero, además,
necesitamos una cierta convivencialidad con nuestras ideas y con nuestros
mitos.
El primer objetivo de la
educación del futuro será dotar a los alumnos de la capacidad para detectar y
subsanar los errores e ilusiones del conocimiento y, al mismo tiempo,
enseñarles a convivir con sus ideas, sin ser destruidos por ellas. Debemos
llevar una lucha crucial contra las ideas, pero no podemos hacerlo más que con
la ayuda de las ideas. Uno de los objetivos de la educación para el futuro es
que ni los hombres ni las mujeres sigan siendo juguetes inconscientes de sus
ideas y de sus propias mentiras.
La educación en razón de
que no ha proyectado sus instrumentos persuasivos debe motivar a las personas a
conocer “qué es conocer”. La persona va comprendiendo la vida y sus relaciones
como producto de ideas vagas y superficiales, no atendiendo a interpretar la
realidad por sí misma. Es necesario desarrollar un estudio de las
características biológicas y humanas de los procesos mentales del hombre para
ver el entorno y sus relaciones con certeza y no con ilusiones.
Segundo saber: Los principios de un conocimiento pertinente.
Ante el aluvión de informaciones
es necesario discernir cuáles son las informaciones claves. Recordemos que el exceso
de información desinforma y mucha de esa información es manipulada por los
centros de poder.
Ante el número ingente de
problemas es necesario diferenciar los que son problemas clave. Pero, ¿cómo
seleccionar la información, los problemas y los significados pertinentes? Sin
duda, develando el contexto, lo global, lo multidimensional y la interacción
compleja.
Como consecuencia, la
educación debe promover una “inteligencia general” apta para referirse al
contexto, a lo global, a lo multidimensional y a la interacción compleja de los
elementos. Esta inteligencia general se construye a partir de los conocimientos
existentes y de la crítica de los mismos. Su configuración fundamental es la
capacidad de plantear y resolver problemas, es decir, inteligencia es la
capacidad de solucionar problemas; para ello, la inteligencia utiliza y combina
todas las habilidades particulares. El conocimiento pertinente es siempre y al
mismo tiempo general y particular. En este punto, se introduce una “pertinente”
distinción entre la racionalización (construcción mental que sólo atiende a lo
general) y la racionalidad (que atiende simultáneamente a lo general y a lo
particular).
Los principios de un
conocimiento pertinente, en donde se destaca que el papel del conocimiento es
apreciar el entorno y sus relaciones de forma integral y global, en el que el
ser humano sea no solo capaz de identificar los objetos, sino aprehenderlos y
su lugar en el marco de la naturaleza. Hay que desarrollar la aptitud natural
de la inteligencia humana, la cual no es otra que la ubicación de las
informaciones en un sistema de interrelaciones que le dé sentido de pertenencia
con el todo, pero que, a la vez, devele la profundidad y razón de ser de las
partes.
Tercer saber: Enseñar la condición humana.
Una aventura común ha
embarcado a todos los humanos de nuestra era. Todos ellos deben reconocerse en
su humanidad común y, al mismo tiempo, reconocer la diversidad cultural inherente
a todo lo humano. Conocer al ser humano es situarlo en el universo y, al mismo
tiempo, separarlo de él. Al igual que cualquier otro conocimiento, el del ser
humano también debe ser contextualizado:
Quiénes somos es una
cuestión inseparable de dónde estamos, de dónde venimos y a dónde vamos. Lo
humano es y se desarrolla en bucles: a) cerebro-mente-cultura; b)
razón-afecto-impulso; y, c) individuo-sociedad-especie. Todo desarrollo
verdaderamente humano significa comprender al hombre como conjunto de todos
estos bucles y a la humanidad como una y diversa. La unidad y la diversidad son
dos perspectivas inseparables fundantes de la educación.
La cultura en general no
existe sino a través de las culturas. La educación deberá mostrar el destino
individual, social, global de todos los humanos y nuestro arraigamiento como
ciudadanos de la Tierra. El destino de la Tierra, es nuestro destino. Éste será
el núcleo esencial formativo del futuro.
El ser humano es a la vez
físico, químico, biológico, psíquico, cultural, social e histórico; toda esa
composición del hombre está dispersa en la educación a través de las disciplinas, impidiendo una verdadera
unidad que permita reunir y organizar los conocimiento dispersos en las
ciencias de la naturaleza, las ciencias humanas, la literatura, la filosofía,
por mencionar algunas. La unión entre la unidad y la diversidad del todo, es lo
que se traduce en la condición humana.
Cuarto saber: Enseñar la identidad terrenal
La historia humana comenzó
en África con una dispersión, una diáspora de todos los humanos hacia regiones
que permanecieron aisladas durante milenios, produciendo una enorme Torre de
Babel con diversidad de lenguas, religiones y culturas. En estos tiempos tardomodernos
o hipermodernos se ha producido la revolución tecnológica que permite volver a
relacionar estas culturas, volver a unir lo disperso. La población media de los
países industrializados, los llamados del primer mundo, se encuentran ya en un
circuito mundial de confort, circuito que aún está vedado a tres cuartas partes
de la humanidad. Es necesario introducir en la educación una noción mundial más
poderosa que el desarrollo económico y esa noción es el desarrollo intelectual,
afectivo y moral a escala terrestre.
La perspectiva planetaria
es imprescindible en la educación. Pero, no solo para percibir mejor los
problemas, sino para elaborar un auténtico sentimiento de pertenencia a nuestra
Tierra, considerada como última y primera patria. El término “patria” incluye
referencias etimológicas y afectivas, tanto paternales como maternales. En esta
perspectiva de relación paterno-materno-filial en la que se construirá a escala
planetaria una misma conciencia antropológica, ecológica, cívica y espiritual.
Así como Bolívar decía (en el siglo XIX) que la Patria era América, ahora
debemos decir (en el siglo XXI) la Patria es la Tierra.
El ser humano del siglo
XXI no podrá entender su realidad sólo comprendiendo su condición humana, sino
interpretando e internalizando la condición del mundo que hoy se muestra en una
era planetaria, cuya fase actual es la mundialización.
Existe la necesidad de un
pensamiento policéntrico, que tenga la condición de un universalismo no
abstracto, sino conciente de la unidad-diversidad de la condición humana. Un
pensamiento que siendo alimentado por las culturas humanas respete sus límites
individuales y profundice sus lazos comunicantes.
Quinto saber: Enfrentar las incertidumbres.
Todas las sociedades creen
que la perpetuación de sus modelos se producirá de forma natural.
En los siglos pasados, las grandes civilizaciones, siempre creyeron que el futuro se conformaría de acuerdo con sus creencias e instituciones. El Imperio Romano, tan dilatado en el tiempo, es el paradigma de esta seguridad de pervivir.
En los siglos pasados, las grandes civilizaciones, siempre creyeron que el futuro se conformaría de acuerdo con sus creencias e instituciones. El Imperio Romano, tan dilatado en el tiempo, es el paradigma de esta seguridad de pervivir.
Sin embargo, cayeron, como
todos los imperios anteriores y posteriores, el musulmán, el bizantino, el austrohúngaro
y el soviético.
La cultura occidental
dedicó varios siglos a tratar de explicar la caída de Roma. Todo centro de
poder irremediablemente lleva en sí su propia destrucción. El siglo XX ha
derruido totalmente la predictividad del futuro como extrapolación del presente
y ha introducido vitalmente la incertidumbre sobre nuestro futuro.
La educación debe hacer
suyo el principio de incertidumbre, tan válido para la evolución social como la
formulación de la nueva manera de ver la ciencia. La historia avanza por atajos
y desviaciones y, como pasa en la evolución biológica, todo cambio es fruto de
una mutación, a veces de civilización y a veces de barbarie. Todo ello obedece,
en gran medida, al azar o a factores impredecibles; la extinción es la regla,
la evolución es la excepción.
Pero la incertidumbre no
versa sólo sobre el presente y el futuro. Existe también la incertidumbre sobre
la validez del conocimiento. Y existe, sobre todo, la incertidumbre derivada de
nuestras propias decisiones. Una vez que tomamos una decisión, empieza a
funcionar el concepto de ecología de la acción, es decir, se desencadena una serie
de acciones y reacciones que afectan al sistema global y que no podemos
predecir los resultados.
Ahora bien, nos hemos
educado aceptablemente bien en un sistema de certezas, pero nuestra educación
para la incertidumbre es deficiente. Navegamos en un océano de incertidumbres
en el que hay algunos archipiélagos de certeza, no viceversa.
Enfrentar la
incertidumbre, es un llamado a la educación, como sistema, a que se preocupe
más por comprender el campo de las incertidumbres pero desde la óptica de la certeza,
esto quiere significar que el educador asuma la responsabilidad de generar
estrategias alternativas ante los acontecimientos o hechos inesperados, muy a
la par de poner en práctica el liderazgo transformacional para enfrentar con
plenitud los cambios. Toda nuestra enseñanza tiende al programa, nuestro
objetivo es cumplir el programa, en tanto que la vida nos solicita la
estrategia y, si es posible, la serendipia (descubrimiento infortunado e
inesperado que se ha realizado accidentalmente). La estrategia busca sin cesar
juntar informaciones y verificarlas, y modifica sus acciones en función de las
informaciones recogidas y de las casualidades con las que se encuentra en el
camino.
Sexto saber: Enseñar la comprensión.
La comprensión se ha
tornado una necesidad crucial para los humanos. Por eso la educación tiene que
abordar de manera directa y en los dos sentidos: a) comprensión interpersonal e
intergrupal; y b) comprensión a escala
planetaria.
La comunicación no implica
comprensión. Esta última siempre está amenazada por la incomprensión de los
códigos éticos de los demás, de sus ritos y costumbres, de sus opciones
políticas. A veces confrontamos cosmovisiones incompatibles. Los grandes
enemigos de la comprensión son el egoísmo, el etnocentrismo y el
sociocentrismo. Enseñar la comprensión significa enseñar a no reducir el ser
humano a una o varias de sus cualidades que son múltiples y complejas.
Impedimos la comprensión al marcar a determinados grupos con una etiqueta:
tierrúo, escuálido, ladrones, corruptos. Pero, positivamente, tenemos que ver
las posibilidades de mejorar la comprensión mediante: a) la apertura empática
hacia los demás; y, b) la tolerancia hacia las ideas y formas diferentes,
mientras no atente a la dignidad humana.
La verdadera comprensión
exige establecer sociedades democráticas. Fomentar la laicidad, que es la
racionalidad crítica opuesta a los dogmas, a los cultos de la personalidad; es
la pluralidad opuesta al monopolio de la verdad. Por eso, la educación del
futuro deberá asumir un compromiso sin fisuras por la democracia plena, porque
no cabe una comprensión a escala planetaria entre pueblos y culturas más que en
el marco de una democracia abierta.
Enseñar a comprender, es
la respuesta a la necesidad de que el ser humano aprecie con sus sentidos el
conocimiento y no se quede en superficialidades. El diálogo es una vía expedita
para que el hombre cultive su intelecto y comprenda la heterogeneidad y
complejidad de su mundo. A pesar de existir, hoy más que nunca hay una profunda
amplitud en el ámbito de la información y la comunicación. Hay una gran debilidad
en la comprensión de los mensajes y, por ello, es preciso enseñar a comprender,
a eliminar el egoísmo propio de los hombres y transmitir eficientemente el
conocimiento, elevando de ese modo la moral en las relaciones humanas y superando
los obstáculos propios de la condición de imperfección de los hombres.
Séptimo saber: La ética del género humano.
En la ética del género
humano, como ya es sabido, existen éticas particulares, pero la enseñanza de
una ética válida para todo el género humano, es una exigencia de nuestro tiempo
y está presente en el bucle individuo-sociedad-especie como base para enseñar
la ética venidera.
En el bucle
individuo-sociedad surge el deber ético de enseñar la democracia. Ésta implica
consensos y aceptación de reglas democráticas. Pero también necesita
diversidades y antagonismos de consenso y disenso. El contenido ético de la
democracia afecta a todos esos niveles. El respeto a la diversidad significa
que la democracia no se identifica con la dictadura de la mayoría.
En el bucle
individuo-especie se fundamenta la necesidad de enseñar la ciudadanía
terrestre.
La humanidad dejó de ser una noción abstracta y lejana para convertirse en algo concreto y cercano con interacciones y compromisos a escala terrestre.
La humanidad dejó de ser una noción abstracta y lejana para convertirse en algo concreto y cercano con interacciones y compromisos a escala terrestre.
La educación debe conducir
a un proceso constante de interacción y comunicación entre el individúo, la
sociedad y la especie; cada ser humano lleva en sí mismo esa triple realidad de
la que debe ser consciente, remarcándose la condición de dos finalidades
ético-políticas inherentes “al hombre y a su circunstancia” como decía Ortega y
Gasett: una, el establecimiento de una relación de control mutuo entre la
sociedad y los individuos, teniendo como estructura expedita el sistema
democrático; y otra, concebir la condición humana como comunidad planetaria, en
la cual ya no solo es importante lo terrestre como influencia en el hombre,
sino el universo como potencialidad compleja e incierta de nuevos escenarios
humanos.
Conclusión:
Los siete saberes antes
expuestos, pretenden única y esencialmente exponer problemas centrales o
fundamentales que han permanecido por completo olvidados o ignorados y que son
necesarios para la educación de este siglo y aunque lo neguemos, nos dirigimos
hacia allá. Estamos en una sociedad de conocimiento en donde “saber es poder”.
La humanidad va a pasos firmes a
innovaciones tecnológicas y comunicacionales, la globalización nos llevará
irremediablente a un pensamiento planetario.
Referencias:
Morin, Edgar (1999 b). Los siete
saberes necesarios a la educación del futuro. Paris. Organización de la
Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Tecnología.
Morin, Edgar (1994). Introducción al
pensamiento complejo. Barcelona. Editorial Gedisa.
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