Por: Luis Rafael García Jiménez
En el transcurso de nuestras
vida siempre estaremos en un lugar, pero que entendemos como lugar
antropológico, el lugar es un espacio
fuertemente simbolizado, es decir, que es un
espacio en el cual podemos leer en parte o en su totalidad la identidad
(recordemos que la identidad se constituye en el nivel individual a
través de las experiencias y las
relaciones con el otro) de los que lo
ocupan, las relaciones que mantienen y
la historia que comparten; entendiendo la historia como una memoria colectiva
de una suma de individualidades.
Pero también, el lugar, es
un “territorio retórico”, es decir, un espacio en donde cada uno se reconoce
con el idioma del otro, y hasta en los silencios: en donde nos entendemos con
medias palabras. Es un universo de reconocimientos, donde cada uno conoce su
sitio y el de los otros, un conjunto de
puntos de referencias espaciales, sociales e históricas: todos los que se reconocen en ellos tienen algo en común, comparten algo, independientemente de
la desigualdad de sus respectivas
situaciones.
He querido detenerme en el
“lugar” o en la palabra lugar, porque existen los no-lugar, como bien lo
expresa Marc Augé (autor de Los no-lugares, espacios del anonimato): si el
lugar es un espacio en donde se pueden leer la identidad, la relación y la
historia, entonces los no-lugares son los espacios donde esta lectura no es
posible.
Los no-lugares serían, según Marc Augé; los espacios de
circulación (las autopistas, las gasolineras, los aeropuertos, los terminales
de pasajeros). Los espacios de consumo los super e hipermercados, las cadenas
hoteleras, las franquicias). Los espacios de la comunicación (la tv por cable,
Internet).
Los no-lugares son lo
espacios del anonimato y del individualismo. El peligro que yo vislumbro, en
una escuela del futuro o en la universidad del futuro dominado por Internet y
por las aulas virtuales, defendidas a ultranza por tecnólogos neocoloniales,
despersonalizados y atrapados por la red del espejismo (la mayoría de los
tecnólogos informáticos actúan como los sacerdotes egipcios que eran los únicos dueños del
conocimiento). Nuestras escuelas y nuestras universidades se convertirán en no-lugares, pasar de lo real
a lo virtual, es decir, el efecto de la fascinación absoluta, de devoción
recíproca de la imagen a la mirada y de la mirada a la imagen. Internet debe
ser una herramienta pedagógica auxiliar del educador no el sustituto del acto
pedagógico, el aula virtual, el no-lugar- no puede sustituir la mirada del
otro, la mirada y los silencios compartidos, el dolor y la alegría que se
transpira, la comprensión ante la angustia, las lecturas de las identidades, en fin al hombre de carne
y hueso.
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