CRONISTA DE GÜIGÜE.
Por: Luis Rafael García Jiménez.
El poco leído, por los
modernos, Federico Nietzsche, en sus
Consideraciones Intempestivas (1873-1875),
dividió a la Historia en: Monumental,
Anticuaria y Crítica. De esas
tres nos quedaremos con la segunda,
debido a los efectos de este merecido homenaje. Definamos entonces, a la
Historia Anticuaria: “La historia
pertenece, al que conserva y venera, al que con fidelidad y amor vuelve
sus miradas hacia el lugar de donde
viene, de donde se ha formado: Por esta piedad paga, en cierto modo, una deuda
de reconocimiento que ha contraído para
con su propia vida. Cultivando con mano delicada lo que ha existido en todo
tiempo, quiere conservar las condiciones bajo las cuales ha nacido, para los
que vengan después de él, y así es como
sirve a la vida. El patrimonio de los antepasados es un alma de esta especie
que recibe una nueva interpretación de
la propiedad, pues ahora es él el
propietario. Lo pequeño, restringido, dispuesto a caer hecho polvo, trae su
carácter de dignidad, de intangibilidad,
del hecho de que el alma conservadora y veneradora del hombre anticuario se
transporta allí, y de allí su domicilio.
La historia de su vida se convierte en
su propia historia”
Luis
González y González expresa que:
“La historia universal y las historias
nacionales están pobladas de gente `importante: estadistas y milítes famosos
por sus matanzas, explotadores ilustres o intelectuales soberbios y cobardes.
Los autores de la vida menuda rara vez merecen los apelativos de sabios,
héroes, santos y apóstoles”.
Es por ello, que debemos mirar de otra manera a las
historias de los estados, de los
municipios, de las localidades y de los barrios con los ojos de la vida menuda.
El historiador anticuario es
aquél que ha nacido en la localidad
que estudia, el nativo del pueblo lleva
en la sangre ese sentido de pertenencia, ese amor por el terruño a la matria, que está ligada a su infancia, a sus antepasados, a sus mejores
y peores momentos. El historiador anticuario tiene que ser un cronista. Este
cronista, en donde la historia de su Güigüe se ha convertido en su propia
historia. Es para mí un honor hablarles de
Ramón Mejías, el propietario y Cronista de Güigüe desde 1979. Siempre he expresado que los cronistas deben
olvidarse un poco del pasado colonial de su pueblo y dedicarse a historiar el
presente, deben narrar las
cotidianidades de su terruño. Así sus papeles se convertirán en documentos primarios para los investigadores
del futuro y ese fue el trabajo de Don Ramón.
Conocí a Güigüe a finales de
la década de los 60`, para ser más
preciso en el año 69, un año después de venirme a Valencia de mi pueblo Petare,
iba a Güigüe a estudiar y realizar los trabajos asignados con un compañero y
amigo, Luis Ramón Torres. A don Ramón lo conocí a finales de la década de los
70`, cuando el Dr. Fabián de
Jesús Díaz presidiera la Sociedad
Bolivariana y don Ramón iba a la Casa
Páez en sus quehaceres de la organización del Centro Bolivariano de Güigüe.
Poco a poco nos unió una amistad de
mutuo respeto y de una admiración de mi parte hacia este gran Hombre.
En el año de 1994, en
tiempos de Carnaval y Semana Santa, el Cronista y yo sostuvimos largas
conversaciones que fueron grabadas para
ser utilizadas en mi trabajo de Maestría, y en mi tesis doctoral retomé a Güigüe. A través de
Don Ramón. En una oportunidad de aquel
año me dijo:
- “Mi vida ha sido tan simple y domestica, que realmente no tiene un
aliciente o motivación para una biografía, mejor dicho, creo que mi vida no sea
biografíable, porque toda, la he pasado en mi pueblo o en algún lugar de su
jurisdicción, con muy cortos lapsos fuera de aquí”.
La vida de don Ramón es la vida de Güigüe, simple y
doméstica, la cotidianidad y las migajas, es lo que he denominado la neomicrohistoria.
Porque la historia debe estar donde está
el hombre. La neomicrohistoria será la historia menuda, de las migajas de los
fragmentos, lo fractal de la realidad, de las partículas de la cotidianidad, de
lo que va quedando en la memoria colectiva como una suma de individualidades.
La cotidianidad es una vida compleja en la que cada individuo juega múltiples roles
sociales, de acuerdo a quién sea en sociedad, en su trabajo, en la calle, en su
casa, con los amigos, con los enemigos o con los desconocidos. Cuando dos
personas hablan, en realidad están presentes seis, tal como ve una a la otra,
tal como se ve uno y tal como son en realidad. Vemos así, que cada individuo tiene una multitud de
identidades, una multicidad de personalidades en sí mismo, una multicidad de
opiniones y decisiones, un mundo de fantasmas,
de amores, de sueños y simulacros que lo acompañan en el montaje de la obra
teatral que es la vida de las cotidianidades.
Don Ramón Mejías, nació el 9
de Julio de 1928 ( un año emblemático, cuando la patria parió una generación)
en el caserío de Boquerón, sector el Ávila cerca de donde estuvo un cuartel
“gomero” que hoy en día está convertido en ruinas como la historia del siglo
XX. Pero, don Ramón es güigüense, porque ese caserío perteneció al Municipio y
parroquia de Güigüe, aunque ahora
está en lo que comprende el Municipio
Tacarigua, desde 1965, cuando fue
elevado a esa categoría. Don Ramón me decía:
“… en pequeña escala, me pasa como aquellos nativos o
nacionales de un lugar que, de repente,
por anexión o desmembramiento cambia de nacionalidad o gentilicio”.
Nace y permanece en el Ávila
hasta 1935, a la muerte del dictador General Juan Vicente Gómez. En ese lapso
de siete años, aprendió a conocer las letras en la escuelita del caserío, la
viejita que se desempeñaba de maestra lo tenía como su alumno preferido.
La muerte del dictador
quedará marcada en la memoria de este niño, después de haber pasado más de
medio siglo, todavía está fresco en su memoria. Al respecto me cuenta:
“… en esos días posteriores a la muerte del general, fue cuando vi por primera
vez e inclusive, sufrimos en carne
propia, lo que eran los saqueos, por supuesto; en todo el país, el pueblo se
alegró con la muerte del dictador y, prácticamente, este hecho fue la compuerta para una reacción
en cadena y nosotros no íbamos a ser la
excepción. Una noche saquearon la casa
de abasto de Boquerón, la más surtida
del lugar y veíamos, esa noche cuando los saqueadores pasaban por el frente
de nuestra casa, cargando el producto de su pillería (…) En los días
siguientes, saquearon casas de hacienda, La Encantada, El Trillo, otras de los contornos y, finalmente
a nosotros; mi padre, aparte de matarife y agricultor había instalado una
pequeña pulpería, a pocos metros del abasto saqueado y previa información que
nos dieron esa tarde, nos enteramos que esa noche nos saquearían, nos llevamos lo necesario y fuimos
a un lugar oculto, volviendo al siguiente día, encontrando todo destrozado y
realmente eran hordas destructoras y se llevaron el mobiliario y lo que les
podía servir, lo demás lo dejaron, como cambures y verduras macheteadas; mi
madre como creyente católica, tenía un
altar con santos, a éstos no se lo llevaron, estos cuadros recogidos
piadosamente por mi madre, por cierto
conservo dos litografías y un santo Cristo en madera de la época (…) A
un vecino que tenía una ratonera, le hicieron igual (…) éste señor era J.J
Belandria. El motivo de esa fobia personal y antigomecista del pueblo, fue porque mi padre y este señor
eran andinos, sin tomar en cuenta que ambos ejercían su oficio sin meterse con nadie”.
Después del saqueo, se establecen en Güigüe, su padre
compra un negocio de comida o posada, este negocio estuvo en un lugar céntrico
del pueblo, a media cuadra de la Plaza de Bolívar (terreno que hoy ocupa la
escuela Lino Clemente) esquina que denominaban del Kiosco y frente a éste, que
era una bomba de gasolina, pulpería, taller mecánico, botiquín con mesa de billar, a esta esquina llegaban todos los
viajeros , especialmente de la sierra
del sur de Carabobo, Belén y Manuare y esa gente en viaje a Valencia o Maracay y, después de equipar en la gasolinera,
también comían en la posada. El negocio estaba situado frente a la calle
Bolívar y la parte de atrás era como una
casa de vecindad donde vivían familias
pequeñas u hombres solos.
Ramón ayudaba como mesonero y asistía
a una escuelita privada cercana que regentaba una señorita solterona de una
familia importante del pueblo como era la familia Palma. Ya sabía leer y
aprendió Historia y Geografía de
Venezuela, gramática, aritmética y
catecismo, entonces se enseñaba de
caletre, estudiar las lecciones y después repetirlas de memoria a la maestra, la señorita Auristela o a sus
jóvenes sobrinas.
Estando en ese negocio, más
o menos por el año de 1938, su padre que era andino, de repente le entró nostalgia y resolvió regresar a San
Cristóbal, después de tantos años, y
como en esa ciudad vivía la mamá-nona y hermanos; un día vendió todo y se
fueron a los Andes, la travesía duraba de cuatro a cinco días (…) realmente no
se adaptó al nuevo ambiente y después de
tres a cuatro meses, regresaron a Güigüe y se restableció en el mismo negocio y desde entonces nunca
más se separaron del pueblo, sus padres
están enterrados en el campo santo de la
localidad. Se mudaron a una casa frente
a la plaza Bolívar, cerca del negocio anterior, se amplió al convertirse además
en hospedaje y fue el segundo que entonces existió, porque ya funcionaba la
pensión “La Estrella” de la señora Luisa
Quintero de Díaz, negocio ya establecido y el que era de jerarquía parroquial para la gente “chic” que visitaba el pueblo. Después se mudaron en la
misma calle Real o Bolívar, a dos casas cercanas al puente rojo, primero a una
de acera alta y después a la otra
diagonal.
Transcurre el año de 1941,
contando ya con 13 años, inicios de la
Segunda Guerra Mundial; sus padres eran analfabetas pero nunca faltaba el
periódico, La Esfera, El Universal, entre otros, que él les leía;
también para la época se compraron un
radio y Don Ramón recordaría el programa
vespertino noticioso de Radio
Caracas, se titulaba el Diario Hablado, con un locutor de una dicción
perfecta y buena voz, Francisco Fossa
Anderson, por Radio Difusora Venezuela y a la misma hora existía uno similar,
Panorama Universal.
A su negocio acudían muchos
comensales, algunos de ellos muy leídos y
formaban amenas tertulias, donde
mencionaban a grandes personajes (…) hablaban de los cuentos de las mil y una noche, del escritor
colombiano Vargas Vila y sus radicales conceptos y oyendo a estos señores
tertulianos, se interesó en los personajes y en las lecturas y llegaron a sus manos libros de
Vargas Vila, Cervantes, Blanco Fombona, entre muchos. Don Ramón, se fue nutriendo de historia,
literatura, geografía, teatro, clásicos griegos y latinos, picaresca española y
entre esa bibliografía dispersa y
montaraz, se encontró con autores como: Gallegos, Blanco Fombona, Gil Fortoul,
González Guinán, J.A. Cova, Arraíz, Teresa de la Parra, Pocaterra entre los
venezolanos. Cervantes, Dumas, Zevaco, Verne, Valera, Sófocles, Séneca, Geothe
y tantos otros de largo de enumerar.
Este negocio, de las
tertulias y del aprendizaje, duró aproximadamente hasta 1942, cuando se liquida
y se mudan a la calle el Olvido (Páez) del cementerio frente al antiguo estadio
de béisbol sector Mariscal Ayacucho, su mamá había comprado un terreno y mandó
hacer una vivienda que es la misma donde vive.
La educación de Don Ramón
fue accidentada por la pobreza y el trabajo, tenía que ayudar a sus padres en
sus labores, cuando dejó de estudiar en
la escuelita privada lo inscribieron en la pública Padre Cecilio Ávila (ya no
existe) allí estudió hasta tercer grado, bajo la dirección de María Agueda de
Guía, habían tres grados en ese plantel, después en una nocturna con el bachiller Jesús Acuña y finalmente en el Lino
Clemente, que de noche se llamaba República de Colombia, el educador de más
grata recordación fue Eugenio Hernández
Rojas de él recibió su Constancia o diploma de
sexto grado en 1948 ya en la educación de adulto a los 20 años. don
Ramón trabajó como cartero en la oficina de correos de Güigüe entre 1947 y
1959. Jefe de la oficina de correos de Güigüe entre 1959 y 1979. Después de la
caída dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez encontraremos a don Ramón como
Concejal de Carlos Arvelo adhonoren entre el 23 de enero del 58 hasta
mayo. Después por un año Presidente del
Concejo Municipal 58/59.
De aquí en adelante don
Ramón Mejías ha desarrollado una amplia formación, cultivada por la lectura y
su amor por la cultura, él es un ángel custodio y tutelar de las huellas, la
memoria y el imaginario colectivo de su pueblo. Es miembro fundador del centro
Bolivariano de Güigüe 1976 y el primer miembro correspondiente del antiguo
Centro de Historia 1984 hoy Academia de la Historia. Ha sido redactor de varios periódicos locales y columnista de
los diarios regionales El Carabobeño y Notitarde. Como investigador histórico
ha publicado: “Breves Apuntes Histórico-Geográficos del Municipio Carlos
Arvelo” Güigüe Itinerario en el Tiempo” y los prólogos a la reedición de la
“Biografía del Dr. Carlos Arvelo” y “Las Fiebres intermitentes en los Valles de
Aragua” escrito por el Dr. Arvelo en 1908 y reeditado en 1962 por la
Universidad de Carabobo. Desde el año de
1973 cuando se fundó la Casa de la Cultura de Güigüe, don Ramón ha sido su
principal animador trabajando
incansablemente.
Don Ramón Mejías, hacedor de
Cultura, está cubierto por una aureola de humildad, un autodidacta guiado por el
amor al saber y a su pueblo. En muchos
salones hemos oídos loas cargadas de apellidos y de posición social que han llegado,
a ocupar posiciones institucionales y académicas, gracias a las dos variables
anteriores, cuando uno viene de un barrio
como el mío, el barrio El Cerrito de Petare y don Ramón de un
pueblo como Güigüe el más olvidado,
sabemos lo que significa: él allá y yo aquí, hijos del esfuerzo, la
perseverancia y el estudio.
Un 17 de febrero de 2012, a los 84 años muere don
Ramón en el Hospital de Güigüe.
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