sábado, 23 de abril de 2016

MICRO BIOGRAFÍA: RAMÓN MEJIAS


CRONISTA DE GÜIGÜE.

 Por: Luis Rafael García Jiménez.
 

            El poco leído, por los modernos,  Federico Nietzsche, en sus Consideraciones  Intempestivas (1873-1875), dividió a la Historia en: Monumental,   Anticuaria y  Crítica. De esas tres  nos quedaremos con la segunda, debido a los efectos de este merecido homenaje. Definamos entonces, a la Historia  Anticuaria: “La historia pertenece, al que conserva y venera, al que con fidelidad y amor vuelve sus  miradas hacia el lugar de donde viene, de donde se ha formado: Por esta piedad paga, en cierto modo, una deuda de  reconocimiento que ha contraído para con su propia vida. Cultivando con mano delicada lo que ha existido en todo tiempo, quiere conservar las condiciones bajo las cuales ha nacido, para los que  vengan después de él, y así es como sirve a la vida. El patrimonio de los antepasados es un alma de esta   especie que  recibe una nueva interpretación de la propiedad, pues ahora es él  el propietario. Lo pequeño, restringido, dispuesto a caer hecho polvo, trae su carácter de dignidad, de  intangibilidad, del hecho de que el alma conservadora y veneradora del hombre anticuario se transporta allí, y de allí su  domicilio. La historia de su vida se  convierte en su propia historia”

            Luis González y González  expresa que: “La  historia universal y las historias nacionales están pobladas de gente `importante: estadistas y milítes famosos por sus matanzas, explotadores ilustres o intelectuales soberbios y cobardes. Los autores de la vida menuda rara vez merecen los apelativos de sabios, héroes, santos y apóstoles”.

Es por ello, que debemos mirar de otra manera a las historias de los estados,  de los municipios, de las localidades y de los barrios con los ojos de la vida menuda.

            El historiador anticuario es aquél que ha  nacido en la localidad que  estudia, el nativo del pueblo lleva en la sangre ese sentido de pertenencia, ese amor por el terruño a la matria,  que está ligada a  su infancia, a sus antepasados, a sus mejores y peores momentos. El historiador anticuario tiene que ser un cronista. Este cronista, en donde la historia de su Güigüe se ha convertido en su propia historia. Es para mí un honor hablarles de  Ramón Mejías, el propietario y  Cronista de Güigüe desde 1979.  Siempre he expresado que los cronistas deben olvidarse un poco del pasado colonial de su pueblo y dedicarse a historiar el presente,  deben narrar las cotidianidades de su terruño. Así sus papeles se convertirán  en documentos primarios para los investigadores del futuro y ese fue el trabajo de Don Ramón.

            Conocí a Güigüe a finales de la década de los 60`, para  ser más preciso en el año 69, un año después de venirme a Valencia de mi pueblo Petare, iba a Güigüe a estudiar y realizar los trabajos asignados con un compañero y amigo, Luis Ramón Torres. A don Ramón lo conocí a finales de la  década de los  70`, cuando el Dr. Fabián  de Jesús Díaz presidiera  la Sociedad Bolivariana y don Ramón iba a  la Casa Páez en sus quehaceres de la organización del Centro Bolivariano de Güigüe. Poco a poco nos  unió una amistad de mutuo respeto y de una admiración de mi parte hacia este gran Hombre. 

            En el año de 1994, en tiempos de Carnaval y Semana Santa, el Cronista y yo sostuvimos largas conversaciones que fueron grabadas para  ser utilizadas en mi trabajo de Maestría, y en  mi tesis doctoral retomé a Güigüe. A través de Don Ramón.  En una oportunidad de aquel año me dijo:
- “Mi vida ha sido tan simple y   domestica, que realmente no tiene un aliciente o motivación para una biografía, mejor dicho, creo que mi vida no sea biografíable, porque toda, la he pasado en mi pueblo o en algún lugar de su jurisdicción, con muy cortos lapsos fuera de aquí”.

La vida de don Ramón es la vida de Güigüe, simple y doméstica, la cotidianidad y las migajas,  es lo que he denominado la neomicrohistoria. Porque la historia debe estar  donde está el hombre. La neomicrohistoria será la historia menuda, de las migajas de los fragmentos, lo fractal de la realidad, de las partículas de la cotidianidad, de lo que va quedando en la memoria colectiva como una suma de individualidades. La cotidianidad es una vida compleja en la que cada individuo juega múltiples roles sociales, de acuerdo a quién sea en sociedad, en su trabajo, en la calle, en su casa, con los amigos, con los enemigos o con los desconocidos. Cuando dos personas hablan, en realidad están presentes seis, tal como ve una a la otra, tal como se ve uno y tal como son en realidad. Vemos así,  que cada individuo tiene una multitud de identidades, una multicidad de personalidades en sí mismo, una multicidad de opiniones y decisiones, un mundo de fantasmas,  de amores, de sueños y simulacros que lo acompañan en el montaje de la obra teatral que es la vida de las cotidianidades.

            Don Ramón Mejías, nació el 9 de Julio de 1928 ( un año emblemático, cuando la patria parió una generación) en el caserío de Boquerón, sector el Ávila cerca de donde estuvo un cuartel “gomero” que hoy en día está convertido en ruinas como la historia del siglo XX. Pero, don Ramón es güigüense, porque ese caserío perteneció al Municipio y parroquia  de Güigüe, aunque ahora está  en lo que comprende el Municipio Tacarigua, desde  1965, cuando fue elevado a esa categoría. Don Ramón me decía:
“… en pequeña escala, me pasa como aquellos nativos o nacionales de un lugar que, de  repente, por anexión o desmembramiento cambia de nacionalidad o  gentilicio”.

            Nace y permanece en el Ávila hasta 1935, a la muerte del dictador General Juan Vicente Gómez. En ese lapso de siete años, aprendió a conocer las letras en la escuelita del caserío, la viejita que se desempeñaba de maestra lo tenía como su alumno preferido.

            La muerte del dictador quedará marcada en la memoria de este niño, después de haber pasado más de medio siglo, todavía está fresco en su memoria. Al respecto me cuenta:
“… en esos días posteriores a la muerte  del general, fue cuando vi por primera vez  e inclusive, sufrimos en carne propia, lo que eran los saqueos, por supuesto; en todo el país, el pueblo se alegró con la muerte del dictador y, prácticamente,  este hecho fue la compuerta para una reacción en cadena y nosotros no íbamos a ser  la excepción. Una noche saquearon la  casa de abasto de  Boquerón, la más surtida del lugar y veíamos, esa noche cuando los saqueadores pasaban  por el frente  de nuestra casa, cargando el producto de su pillería (…) En los días siguientes, saquearon casas de hacienda, La Encantada, El  Trillo, otras de los contornos y, finalmente a nosotros; mi padre, aparte de matarife y agricultor había instalado una pequeña pulpería, a pocos metros del abasto saqueado y previa información que nos dieron esa tarde, nos enteramos que esa noche nos  saquearían, nos llevamos lo necesario y fuimos a un lugar oculto, volviendo al siguiente día, encontrando todo destrozado y realmente eran hordas destructoras y se llevaron el mobiliario y lo que les podía servir, lo demás lo dejaron, como cambures y verduras macheteadas; mi madre como creyente católica, tenía un  altar con santos, a éstos no se lo llevaron, estos cuadros recogidos piadosamente por mi madre, por cierto  conservo dos litografías y un santo Cristo en madera de la época (…) A un vecino que tenía una ratonera, le hicieron igual (…) éste señor era J.J Belandria. El motivo de esa fobia personal y antigomecista  del pueblo, fue porque mi padre y este señor eran andinos, sin tomar en cuenta que ambos ejercían su  oficio sin meterse con nadie”.

            Después  del saqueo, se establecen en Güigüe, su padre compra un negocio de comida o posada, este negocio estuvo en un lugar céntrico del pueblo, a media cuadra de la Plaza de Bolívar (terreno que hoy ocupa la escuela Lino Clemente) esquina que denominaban del Kiosco y frente a éste, que era una bomba de gasolina, pulpería, taller mecánico, botiquín con mesa de  billar, a esta esquina llegaban todos los viajeros , especialmente  de la sierra del sur de Carabobo, Belén y Manuare y esa gente en viaje a Valencia o  Maracay  y, después de equipar en la gasolinera, también comían en la posada. El negocio estaba situado frente a la calle Bolívar y la  parte de atrás era como una casa de vecindad donde vivían  familias pequeñas  u hombres solos.

            Ramón ayudaba como mesonero y asistía a una escuelita privada cercana que regentaba una señorita solterona de una familia importante del pueblo como era la familia Palma. Ya sabía leer y aprendió Historia  y Geografía de Venezuela, gramática, aritmética  y catecismo,  entonces se enseñaba de caletre, estudiar las lecciones y después repetirlas  de memoria a la  maestra, la señorita Auristela o a sus jóvenes sobrinas.

            Estando en ese negocio, más o menos por el año de 1938, su padre que era andino, de  repente le entró  nostalgia y resolvió regresar a San Cristóbal, después  de tantos años, y como en esa ciudad vivía la mamá-nona y hermanos; un día vendió todo y se fueron a los Andes, la travesía duraba de cuatro a cinco días (…) realmente no se adaptó al nuevo  ambiente y después de tres a cuatro meses, regresaron a Güigüe y se restableció  en el mismo negocio y desde entonces nunca más se separaron del pueblo,  sus padres están enterrados en el campo santo  de la localidad.  Se mudaron a una casa frente a la plaza Bolívar, cerca del negocio anterior, se amplió al convertirse además en hospedaje y fue el segundo que entonces existió, porque ya funcionaba la pensión “La  Estrella” de la señora Luisa Quintero de Díaz, negocio ya establecido y el que era de  jerarquía parroquial para la gente “chic” que  visitaba el pueblo. Después se mudaron en la misma calle Real o Bolívar, a dos casas cercanas al puente rojo, primero a una de acera alta y después  a la otra diagonal.

            Transcurre el año de 1941, contando ya  con 13 años, inicios de la Segunda Guerra Mundial; sus padres eran analfabetas pero nunca faltaba el periódico, La  Esfera, El  Universal, entre otros, que él les leía; también para la época se compraron  un radio y Don Ramón recordaría el programa  vespertino  noticioso de Radio Caracas, se titulaba el Diario Hablado, con un locutor de una dicción perfecta  y buena voz, Francisco Fossa Anderson, por Radio Difusora Venezuela y a la misma hora existía uno similar, Panorama Universal.

            A su negocio acudían muchos comensales, algunos de ellos muy leídos y  formaban amenas tertulias, donde  mencionaban a grandes personajes (…) hablaban de los  cuentos de las mil y una noche, del escritor colombiano Vargas Vila y sus radicales conceptos y oyendo a estos señores tertulianos, se interesó en los personajes y en las   lecturas y llegaron a sus manos libros de Vargas Vila, Cervantes, Blanco Fombona, entre muchos.  Don Ramón, se fue nutriendo de historia, literatura, geografía, teatro, clásicos griegos y latinos, picaresca española y entre esa bibliografía  dispersa y montaraz, se encontró con autores como: Gallegos, Blanco Fombona, Gil Fortoul, González Guinán, J.A. Cova, Arraíz, Teresa de la Parra, Pocaterra entre los venezolanos. Cervantes, Dumas, Zevaco, Verne, Valera, Sófocles, Séneca, Geothe y tantos otros de largo de enumerar.

            Este negocio, de las tertulias y del aprendizaje, duró aproximadamente hasta 1942, cuando se liquida y se mudan a la calle el Olvido (Páez) del cementerio frente al antiguo estadio de béisbol sector Mariscal Ayacucho, su mamá había comprado un terreno y mandó hacer una vivienda que es la misma donde vive.

            La educación de Don Ramón fue accidentada por la pobreza y el trabajo, tenía que ayudar a sus padres en sus labores, cuando dejó  de estudiar en la escuelita privada lo inscribieron en la pública Padre Cecilio Ávila (ya no existe) allí estudió hasta tercer grado, bajo la dirección de María Agueda de Guía, habían tres grados en ese plantel, después en una nocturna con el  bachiller Jesús Acuña y finalmente en el Lino Clemente, que de noche se llamaba República de Colombia, el educador de más grata  recordación fue Eugenio Hernández Rojas de él  recibió su Constancia  o diploma de  sexto grado en 1948 ya en la educación de adulto a los 20 años. don Ramón trabajó como cartero en la oficina de correos de Güigüe entre 1947 y 1959. Jefe de la oficina de correos de Güigüe entre 1959 y 1979. Después de la caída dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez encontraremos a don Ramón como Concejal de Carlos Arvelo adhonoren entre el 23 de enero del 58 hasta mayo.  Después por un año Presidente del Concejo Municipal 58/59.

            De aquí en adelante don Ramón Mejías ha desarrollado una amplia formación, cultivada por la lectura y su amor por la cultura, él es un ángel custodio y tutelar de las huellas, la memoria y el imaginario colectivo de su pueblo. Es miembro fundador del centro Bolivariano de Güigüe 1976 y el primer miembro correspondiente del antiguo Centro de Historia 1984 hoy Academia de la Historia. Ha sido redactor  de varios periódicos locales y columnista de los diarios regionales El Carabobeño y Notitarde. Como investigador histórico ha publicado: “Breves Apuntes Histórico-Geográficos del Municipio Carlos Arvelo” Güigüe Itinerario en el Tiempo” y los prólogos a la reedición de la “Biografía del Dr. Carlos Arvelo” y “Las Fiebres intermitentes en los Valles de Aragua” escrito por el Dr. Arvelo en 1908 y reeditado en 1962 por la Universidad de Carabobo. Desde el  año de 1973 cuando se fundó la Casa de la Cultura de Güigüe, don Ramón ha sido su principal animador trabajando  incansablemente.

            Don Ramón Mejías, hacedor de Cultura, está cubierto por una aureola de  humildad, un autodidacta guiado por el amor  al saber y a su pueblo. En muchos salones hemos oídos loas cargadas de apellidos y de posición social que han llegado, a ocupar posiciones institucionales y académicas, gracias a las dos variables anteriores, cuando uno viene de un barrio  como el mío, el barrio El Cerrito de Petare y don Ramón de un pueblo  como Güigüe el más olvidado, sabemos lo que significa: él allá y yo aquí, hijos del esfuerzo, la perseverancia y el estudio. 

            Un 17 de febrero de 2012, a los 84 años muere don Ramón en el Hospital de Güigüe.

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