lunes, 28 de marzo de 2016

HACIA UNA NUEVA MANERA DE PENSAR.



Por: Luis Rafael García Jiménez.      

Introducción.

         Antes de iniciar quiero mencionarles algunas de las múltiples consecuencias de una aplicación deficiente del conocimiento   o de una manera de pensar nacido en la Ilustración y mantenido hasta ahora: La contaminación ambiental (sí la naturaleza se opone lucharemos contra ella), la globalización (que no es otra cosa que la occidentalización del mundo), la perdida de identidad, la individualización, la lucha por el poder, la desigualdad, las guerras, el consumismo desmedido e irracional, el brote de las nuevas enfermedades, la deficiencia alimentaria.
I
            Una  nueva manera de pensar es un desafío  de lo inesperado

          El pensamiento ha evolucionado desde el  homo sapiens (el hombre que sabe) hasta el homo sapiens sapiens (el hombre que sabe que sabe), aunque es necesario recordar que el hombre pensó sobre el hombre, es decir, se preguntó quién  soy yo. Recordemos que el hombre primitivo giraba alrededor del pensamiento mágico, el hombre de la antigüedad giraba alrededpr de la magia (estamos hablando de 30.000 años AC), El hombre moderno girará su pensamiento alrededor de la razón, lo hipotético- deductivo y esto ha sido así desde el siglo XVIII hasta la actualidad. 

        El pensamiento complejo nos prepara para vivir lo inesperado aunque no nos libra de la  incertidumbre. Debemos intentar prepararnos para el mundo de mañana porque ya es el mundo de hoy. La nueva manera de pensar esta emergiendo, aflorando, gracias a la degradación de nuestra  civilización, ya en el mundo no se debe hablar de una sociedad de bienestar sino de un malestar. Se han percibido las antiguas solidaridades  y lo que priva a nuestras ciudades es el individualismo, es decir, al hombre anónimo.

      La  tecnificación  ha invadido aspectos cada vez más amplios de nuestra vida cotidiana; hoy dependemos de las máquinas para realizar las cosas más elementales. La tecnificación ha destruido mucho de comunicación interpersonal, el cara a cara. El mundo de la computadora e  internet está configurando nuevos lenguajes, nuevos códigos de comunicación. Las culturas tradicionales han  encontrado en internet una forma intermedia de comunicación entre lo formal (escrita), y lo informal (oral). En la actualidad podemos hablar de analfabetas refiriéndonos a quienes no dominen la computadora e internet, pero el saber no está en las computadoras, el saber está en el cerebro de las personas.

        No hay duda que cada vez contamos con mayor información, de varias fuentes, pues esto no significa que estemos mejor informado y mucho menos comunicado o aquella sentencia que : el exceso de información desinforma. La internet en una metáfora de la nueva realidad del conocimiento, que no está ya concentrado en unos pocos centros sino disperso en todo la red. Sin embargo. La red tampoco es equitativa y se focaliza en torno  a ciertos temas y grupos hegemónicos. A pesar de ello, los gobiernos deben crear las condiciones y mecanismos para la capacitación total de las ciudadanías en las nuevas tecnologías y difundir la alfabetización digital para insertar a sus  conciudadanos en las nuevas formas de producción basadas en el conocimiento.

        Una educación de calidad, en el nuevo marco de información que se está configurando, consiste en la probabilidad para todo ser humano de seguir aprendiendo a lo largo de toda su vida, aprendizajes de múltiples formas y de distintas fuentes; que desarrolle las capacidades de autoaprendizaje para desenvolverse en cualquier medio en estos tiempos de cambios permanentes pero, para llegar a la nueva manera de pensar es necesario borrar las formas de crear conocimiento en la Sociedad Moderna; cuando una manera de pensar o un sistema dado se encuentra saturado por problemas que no se puedan resolver, cabe dos posibilidades: o la regresión general o un cambio de sistema es decir, pensar la realidad esta los recursos descriptivos del lenguaje y esa misma realidad excede los recursos explicativos de la teorización científica actual. 

         Hasta ahora:

·         Se enseñan conocimientos, pero no se dan una idea de qué es el conocimiento en sí.
·         No basta con tener informaciones acumuladas, hay que saber aplicarlas y organizadas en un contexto.
·         Hay que enseñar la dificultad de entender el mundo, en su unidad y su diversidad. Hay que evitar las cegueras del conocimiento; con frecuencia los educadores cuando imparten conocimiento no propician en el alumno el auto crítica, lo que le impide  el conocimiento de los errores, las imperfecciones y las dificultades que se presentan durante el proceso de obtención del conocimiento.
·         Los educadores enseñan certezas y nunca incertidumbres, ya que el mundo es impredecible, por tal motivo, tenemos que enseñar que puede ocurrir lo inesperado.
·         No se enseña a comprender, a entender a la gente en sus razones, en la complejidad, y por esta razón acabamos reduciendo la imagen que tenemos de los demás a una sola de sus características.
·         Es imposible buscar fundamentos definitivos y absolutos del conocimiento científico, ni siquiera en el ámbito de las ciencias formales.

       La ilustración moderna nos ha dejado como herencia los pensamientos positivistas, marxistas, estructuralista y funcionalista. Las transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales han llevado que estas teorías entren en crisis porque no lograron responder a las nuevas realidades: originando la archiconocida  crisis de los paradigmas. Aunque hay que dar fe que muchos se aferran todavía a esas maneras de pensar.
II
       Imaginemos en este momento, que  aquí y ahora se apareciera un hombre de las cavernas, imaginemos su asombro, su temor e incertidumbre, su manera de pensar, su visión del mundo no logran explicar lo que le está sucediendo. Ahora imaginemos que nosotros hemos sido transportando, sin nuestro conocimiento, de repente a quinientos años en el futuro, llevándonos claro está  nuestra actual menara de pensar; al igual que  el cavernícola  no lograríamos entender el mundo que nos rodearía en ese futuro, nuestra manera de pensar, nuestra visón del mundo no lograría entender lo que está pasado.  
            El hombre ha evolucionado físicamente, espiritualmente  y mentalmente. Pero sobre todo ha evolucionado por miles de años su manera de pensar. Nuestra actual manera de pensar, se basa exclusivamente en la razón hija de la modernidad que afloró  a finales del siglo XVII y se consolidó en el siglo XVIII. Pero debido a los cambios acelerados con la tecnología y la informática, ya la razón Moderna no está logrando explicar las nuevas realidades que tenemos que afrontar diariamente. Ya nuestros paradigmas modernos no están comprendiendo las nuevas realidades y nuestra visión del mundo es cada día más confusa, llenándose de  incertidumbre. Por tal motivo, la humanidad tiene que emprender nuevas maneras de pensar.
            Vamos a ver de manera muy resumida cómo han evolucionado esas maneras de pensar:
El hombre primitivo o arcaico:
Esta primera etapa del hombre y de la humanidad  se caracterizó cuando el hombre capta que es impotente frente a ciertos hechos o fenómenos de la naturaleza que indudablemente lo superan: la noche con su luna, el día con su sol,  los truenos, las tormentas, los rayos, los terremotos, los cambios climáticos le resultan incomprensibles. Entonces genera en su mente la noción de fuerza, de influencia externa, que él no puede controlar ni  comprender, que lo atemorizan, que lo hacen sentir vulnerable a su ambiente, él será causa y efecto de la naturaleza.
El hombre de pensamiento mágico:
El hombre de pensamiento mágico y el arcaico serán nómadas, desarrollando la recolección, la caza y la pesca. Desarrollando  el pensamiento mágico que  significará  un paso transcendental  en el desarrollo del pensamiento abstracto. El hombre intenta dominar los  poderes de la naturaleza, dominar  esas  fuerzas, para conseguir un beneficio para sí,  el hombre se enfrenta con lo desconocido, es el dominio de las fuerzas supranaturales, pero será  a través de una tercera  quien interpretará persona. Cualquiera no puede tener la capacidad de manejar los poderes, debe ser alguien especial de la tribu y esa persona será: el chamán, el hechicero, que manejará las fuerzas del bien, o el brujo que manejará las fuerzas del mal. Irrumpirá  una persona elegida que se parará delante del resto y les  dijo ¡Yo soy!, o el resto lo elige a él porque recibió la señal de que era el agente intermediario entre el hombre y los poderes de la naturaleza, naciendo la máxima: “Saber es Poder”. Este intermediario se enfrentará a la naturaleza y explicará las realidades cotidianas a través de pensamiento mágico.
            El hombre y el pensamiento religioso:
            Ya en este período en hombre descubre la agricultura y se convierte en sedentario, a partir de este hecho el pensamiento mágico no logra explicar las nuevas realidades, el hombre entra en una crisis de paradigmas (ya el chaman, el hechicero, el brujo no logran explicar cabalmente las cotidianidades) y cuando consigue una nueva manera de pensar  surge una ruptura epistemológica y rompe  con el pasado.  
El hombre pasará del  pensamiento mágico al religioso y no a la inversa, porque lo religioso es la estructuración de lo mágico. Este pensamiento religioso tendrá dos fases: la primera el politeísmo (muchos dioses), y la segunda el moteísmo (un solo dios).  En el pensamiento religioso hay una estructuración, un ordenamiento y una jerarquización (ver  El papel de las religiones: ¿la lucha por la tolerancia? En: http://luisrgarciaj.blogspot.com/2016_06_01_archive.html)  en el mundo actual . Hay un intermediario, de nuevo, entre los hombres y los dioses, que ahora son el sacerdote, el rabino, el imán, el pastor, los oráculos, los ministros del dios. Y luego, algo más importante todavía, hay una base doctrinaria, aparece el dogma. Éste  se convertirá en el “amo” y el hombre en su esclavo absoluto. Toda la realidad del hombre será explicada a través del dogma, la visión del mundo solo será a través del dogma llevando inclusive a casos extremos como la santa inquisición. 
El hombre Moderno y pensamiento racional:
 Algunos historiadores ubican el origen del pensamiento racional en Grecia con Tales de Mileto, 600 años a.C. A pesar que el pensamiento de la mayoría griega era politeísta Tales buscaba el principio de la realidad última de las cosas, prescindiendo de toda fundamentación religiosa o mística. A finales del siglo XVII ya es evidente la crisis de paradigmas, el dogma no está logrando explicar las nuevas realidades, se desarrolló la ruptura epistemológica y aparece la Razón en escena como una nueva manera de pensar, a partir de allí la razón será el amo y nosotros los esclavos.. Con la razón nace la era Moderna de la mano de la Ciencia. En la Razón el hombre moderno había encontrado todas las respuestas a sus realidades, su visión del mundo era a través de una lógica científica.(ver: Hacia una nueva manera de pensar. En: http://luisrgarciaj.blogspot.com/2016_03_01_archive.html).
El hombre actual y una nueva crisis de paradigmas:
 En la actualidad estamos viviendo una crisis de paradigmas, nuestra visión del mundo esta llena de incertidumbres. Nuestras teorías que aparecieron en la Modernidad ya no llegan explicar las nuevas realidades, el hombre está dedicado a explorar el espacio exterior, ya planifica vivir en Marte, ya supone la probabilidad de vida en otros planetas o en otras galaxias. Ya la ciencia tradicional ha sido superada con las nuevas realidades. 
En este 2016 se ha proclamado la Cuarta Revolución Industria., el 40% de los trabajos o empleos van han desparecer en los próximos veinte años. De acuerdo con Klaus Schwab: "Estamos al borde de una revolución tecnológica que modificará fundamentalmente la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos. En su escala, alcance y complejidad, la transformación será distinta a cualquier cosa que el género humano haya experimentado antes". (http://www.bbc.com/mundo/noticias-37631834). 
Las nuevas realidades nos van a llevar a Emprender nuevas maneras de pensar o cambiamos o nos cambian. La actual manera de pensar está siendo superada por la realidad. ¿ Cómo será esa nueva manera de pensar? ¿Cómo se llamará esa nueva de pensar? La respuesta está en la mente de ustedes. ! Emprendan una nueva manera de pensar!

Referencias:
BBC (2016) Qué es la cuarta revolución industrial (y por qué debería preocuparnos). (http://www.bbc.com/mundo/noticias-37631834
Marietan, Hugo (1994). Evolución del pensamiento. En: http://www.marietan.com/semiologia/capitulo6.htm


domingo, 27 de marzo de 2016

LOS HISTORIADORES POCO SE HAN PREOCUPADO POR LA TEORÍA



Por: Luis Rafael García Jiménez.
         Los historiadores en su gran mayoría se han dedicado en escribir historia y pocos la han teorizado. Reflexionar  la teoría de la Historia ha quedado en manos de los filósofos, que en definitiva desconocen el oficio del historiador.  Cuando se comienza a hablar de la “crisis de paradigmas” la Historia será la primera en experimentar  la incertidumbre teórica que nos envuelve.
La crisis de la historia (Berr, 1961) se basa en un estado inorgánico de los estudios históricos, originado por un excesivo número de historiadores que jamás reflexionaron sobre la naturaleza de su ciencia, los historiadores poco se han preocupado por la teoría.
Pedro Alzuru (1997) expresa que teoría, en su etimología griega, es contemplar -perteneciendo al objeto más que poseyéndolo- algo en lo que tenemos confianza y que con su presencia se ofrece a todos como un don común (p.89). Los historiadores han sido poco dados a la teoría, como bien lo han expresado Raphael Samuel (1984) y Carlo M. Cipolla (1991), se han conformado con reconstruir el pasado sin teorizarlo, viendo a la historia como una ciencia autónoma sin buscar auxilio en otras disciplinas. Una teoría de la historia (Marrou, 1969) sería una definición de lo que significa lo histórico que pueda ser demostrada de forma empírica. Se llama teoría a aquel conjunto de proposiciones, referidas a la realidad empírica, que intentan dar cuenta del comportamiento global de una entidad, explicar un fenómeno o grupos de ellos entrelazados (Aróstegui, 1995).
La propuesta teórica, que propongo, de la neomicrohistoria puede ser considerada transdisciplinaria, haciéndose carne viva en el sujeto que la construye como reflexión (como confluencia, perspectiva y horizonte -Puerta, 1999b- como complejidad trascendente) donde el método y la teoría histórica moderna son puestos en trance cuando se diluyan otros métodos, otras teorías y otras disciplinas, en una especie de mezcla de colores en la paleta del pintor, como una estrategia descentradora, reestructuradora y sin pedir permiso (aunque en la actualidad hay buena pintura pero sin pintura, con otros materiales, como bien lo expresa Bugallo -2004- la pintura al óleo pasó; hay pinturas hechas con hilos, con materiales blandos; dibujos con alambres). Llegando al umbral de lo metadisciplinario que nos permite asumir conscientemente la condición fronteriza de los saberes o fronteras disciplinarias -a partir de preguntas incómodas y transversales-, de los objetos y de los métodos (Serna y Pons, 2000). Atrás han quedado las propuestas pluridisciplinarias e interdisciplinarias, recordemos a Fernand Braudel (1968-1973-1980-1985-1991) que en su principal oeuvre se refería con firmeza en pro de un enfoque radicalmente interdisciplinario para la historia y para las ciencias sociales; disciplinas como la economía, la geografía, la antropología y la sociología debían intervenir en los problemas detectados por el historiador. Braudel (ob. cit.) con su adopción del estructuralismo sostuvo frente al humanismo y al historicismo, la primacía cognoscitiva de las estructuras inconscientes y extrasubjetivas en el análisis de la realidad. Se entendiendo que lo transdisciplinario no es un método, pues, de acuerdo con Lanz (2003), es una perspectiva fundamentalmente negativa, crítica, carcomedora de los fundamentos de la ciencia moderna. No hay y no puede haber, una monstruosidad tal como un manual de metodología transdisciplinaria.
En opinión de Medina Rubio (1992), la investigación sistemática que desarrollan las diferentes ciencias sociales les ha venido planteando, cada vez más, la necesidad de cooperación e intercambio entre ellas. Han surgido así las investigaciones multidisciplinarias que constituyen un agregado de ciencias sociales en las que cada una de éstas, sin perder su propio perfil, ofrece su perspectiva metodológica y sus aplicaciones, para luego proceder a una síntesis.
Con lo transdisciplinario, se trata de entrar en silencio, con sigilo, por la puerta de atrás (con entradas distintas y asociadas) a la nueva manera de pensar en la tardomodernidad o modernidad tardía (crisis de la modernidad), aun cuando es necesario reconocer que una gran mayoría de investigadores siguen aferrados a las viejas teorías (comprensible mientras éstas expliquen su realidad) y acusan a las “nuevas” de simples “modas”, expresando en el fondo sus temores por la incertidumbre reinante o aguardar pasivo y cautelosamente hacia donde van las naves empujadas por los nuevos vientos historiográficos para ellos abordarlas cómodamente. Si bien es necesario reconocer que en los últimos cuarenta años se han ido alternando diversas teorías, como bien lo expresa Morris (1997) en su trabajo sobre los Estudios Culturales, tomando como referencia el año de 1997 tenemos lo siguiente: hace treinta y cinco  años -1962- el catalizador del nerviosismo en las humanidades fue el estructuralismo; quince años atrás -1982- la semiótica y el postestructuralismo; diez años atrás -1992- la deconstrucción; el año pasado -1996- la “corrección política”; este año -1997- los estudios culturales.
Aquí propongo, simplemente, abrir caminos o trochas de cazadores cognitivos para abordar con incertidumbre la alea que nos envuelve. El método buscado será una brújula que guiará el nuevo camino o tránsito de caminos y la teoría una herramienta por descubrir, para abrirlos. Como diría Morin (1984), se establecerá una relación recursiva (relación que se establece entre el discurso y la estructura social) entre método y teoría. El método, generado por la teoría, la regenera. El método necesita de la generatividad paradigmática/teórica, pero a su vez regenera a esta generatividad. El método es entendido como un procedimiento de adquisición de conocimiento en la nueva manera de pensar, entendiendo que en el camino las piedras son las contradicciones y la ambivalencia.
Como es sabido, en el caos encontramos organización y en la contradicción se organizan las ideas, no se siente el temor de aflorar y enfrentar las contradicciones, como diría Pascal, ni la contradicción es señal de falsedad, ni la no-contradicción es señal de verdad (1995); se tratará de desarrollar un discurso no ideológico que, de acuerdo con Eco (1991), es un aserto metasemiótico que muestra la naturaleza contradictoria del espacio semántico a que se refiere. De igual manera, se trata por todos los medios de que el texto resultante no sea monológico, ya que el texto monológico tiene una lógica única, homogénea y relativamente uniforme (Bajtin, 1981); éste se presta fácilmente a la apropiación ideológica, porque el aspecto esencial de la ideología es el mensaje transmitido, y no el modo como el mensaje surge y se articula en el terreno de la palabra.
Hay que buscar nuevas alternativas, moviendo con fuerza las estructuras cognitivas existentes por siglos; algo debe salir, algo debe emerger (en acción). El problema no es el éxito o el fracaso, todo radica en intentarlo, simplemente atreverse frente a las certidumbres de la historia positivista y a la escuela metódica. Renunciar al error sería renunciar a la riqueza de lo humano (Vattimo, 1989b). Recordemos lo dicho por Jameson (1996): “Cuando una teoría atraviesa el Atlántico, pierde muchos de sus tonos políticos y sociales”.
Con respecto a los estudios culturales se inician en la década de los cincuenta con Richard Hoggart -1957- y Raymond Williams -1966 y 1997- del siglo pasado, reapareciendo treinta años después en el escenario de las ciencias sociales (“parte de planteamientos sociocríticos-literarios, cercanos al marxismo, se ha encontrado con el posestructuralismo y demás variantes postmodernas, incluido el llamado pensamiento ‘postcolonial’, la crítica feminista, el multiculturalismo” -Puerta, 2002, p. 39-), a partir del cuestionamiento a la coherencia de las disciplinas tradicionales de la modernidad y al cuestionamiento de la legitimidad de las premisas que las sustentan: la certidumbre, la verdad, la universalidad, el tiempo, el pasado, el espacio, la subjetividad, la objetividad y la idea de progreso, entre otras. En América Latina, se “ha asumido el reto inter y transdisciplinario, y ha introducido innovadores abordajes del tema de la comunicación de masas conectado con los ámbitos de las culturas populares” (Puerta, 2002, p. 39). Pero recordemos que los estudios culturales ya atravesaron el Atlántico y hemos quemado las naves, la teoría será sincretizada y reinterpretada. Carlos Reynoso (2000) expresa que en las metrópolis se está percibiendo con claridad la extenuación de los Estudios Culturales y que en los países periféricos recién ahora se están adoptando. En la cultura, se está desarrollando una refiguración del pensamiento social (Geertz, 1990), es decir, la existencia de géneros borrosos como un resultado de las reconversiones suscitadas por una nueva idea de cultura.
De todas maneras, el vuelco semiótico de las ciencias sociales apuesta a la extensión de modelos y enfoques sistemáticos, hacia campos nuevos de investigación, fundamentándose en una reflexión hermenéutica (partiendo de la noción de fusión de horizontes, con la existencia de un plano trans-subjetivo de la comprensión que condiciona los efectos producidos -Jauss, 1976 y Gadamer, 1993), la cual se encuentra actualmente en proceso de formulación y consolidación, convirtiéndose en un ensayo exploratorio de espacios vacíos entre disciplinas y a través de ellas (Puerta, 1999b), sin caer en una especie de un modo meteorológico del pensar; es decir, atento al clima cultural del momento. Fontana (1982) expresó que el punto de partida para una reflexión sobre el laberinto de corrientes que han venido a sucederse en los decenios finales del siglo XX en la historiografía debería ser el fracaso de las expectativas que se habían depositado en formas elementales y catequísticas del marxismo.
Después de haber concluido la discusión postmoderna (como un dominante cultural de la lógica del capitalismo tardío) o su agotamiento para otros, ha quedado el malestar o la resaca y se ha perdido la inocencia, y una vez perdida ésta jamás se recupera. Ya se reconoce o una gran mayoría está de acuerdo, en que la modernidad está en crisis. La modernidad se ve volcada hacia dentro, sin posibilidad de escapatoria (Habermas, 1993) y la posmodernidad fue rebasada por la incertidumbre masificada y la angustia ante el porvenir, contexto en el cual, pese a todo, puede aún sobrevivir en la esperanza (Lipovetsky, 2004). Como bien lo expresa Joseph Picó (1999) “a finales del siglo XX ya no se tiene, como hasta hace poco tiempo, una conciencia cierta sobre el sentido emancipador de la historia, un horizonte optimista de que a través de un esfuerzo de voluntad colectivo la humanidad será capaz de sentar las bases de su propia emancipación” (p. 269). La crisis y la consecuente reorientación teórica de los estudios históricos forman parte de un proceso más general del cambio cultural, intelectual, académico y científico en el ámbito mundial. Se percibe ahora un movimiento reconstructivo e integrador (Puerta, 2002, p. 41).
Daniel Bell (1984) realizó un balance de las ciencias sociales desde la Segunda Guerra Mundial, que incluía un cuadro de innovaciones básicas de 1900 a 1965. La historia no aparecía para nada en sus páginas, la había expulsado de las ciencias sociales. La historia, considerada científica, parte  de la premisa de formular o establecer leyes históricas para justificar su método. La idea de que la ciencia establece leyes proviene más del cientificismo del siglo XIX (con el carácter determinista que las definió) que de la ciencia moderna. Según Althusser (1968), Marx descubrió la ciencia  de la historia, o materialismo histórico; esta nueva ciencia de la historia es preciso entenderla como la historia de los modos de producción; éstos serían  el objeto del materialismo histórico. Vilar (1979) ha señalado que la obra de Marx introdujo a la historia dentro de la ciencia, pero que, al mismo tiempo,  el concepto de historia es una exégesis marxista que no estaba aún construido. Tanto marxistas como positivistas buscaban y establecían leyes sociales en la historia. Troconis (2000) nos dice que:
Es obvio que, al igual que la historia nacional, la regional y local o microhistoria debe seguir las orientaciones del método histórico, que a su vez forma parte del método científico, pero adoptándolo a las especificidades de la ciencia histórica. (p. 146)
Por su parte, Cardoso C. (1975) expresa con optimismo que la historia aparece hoy como una ciencia en plena evolución. Las verdades definitivas de la historiografía positivista y del marxismo stalinista pertenecen al pasado; ahora, la ciencia histórica vacila entre su tendencia a la totalidad y la tendencia contraria a fragmentarse en varias disciplinas autónomas. Para Wallace (1980) y Hughes (1987) los métodos científicos son aquellos que intentan eliminar deliberadamente el punto de vista individual del sujeto que conoce, que están concebidos como reglas que permiten establecer una distinción adecuadamente nítida entre el productor de un enunciado y el procedimiento por el cual es producido. En el año de 1942 (Hempel, 1979) se abrió una amplia discusión acerca de la manera como puede ser aplicada la historia en el mismo sentido en que explica la ciencia de la naturaleza a partir de la existencia de leyes generales; se intentó una caracterización de la explicación histórica asimilándola al modelo de explicación nomotético (o hipotético)-deductivo que aplican las ciencias naturales. Parsons (1968) distingue nítidamente entre la ciencia social sistemática y la historia como investigación. En cambio Elton (1967) ha insistido desde siempre en la autonomía de la historia, en su separación tajante del método de las ciencias sociales; ve la investigación histórica como un tipo sui generis de conocimiento. Berlín (1960 y 1961) sentenció, tempranamente, que no hay nada parecido a una ciencia de la historia; la ciencia se concentra en conjuntos de fenómeno homólogos, en cambio, la historia lo hace en fenómenos heterogéneos: se concentra en la diferencia.
En la historia “es inútil tratar de buscar leyes sociales o de  convertirla en una especie de supremo tribunal para juzgar la conducta  de los hombres que pasaron por el mundo...” (Arcila F., 1957, pp. 25-32). Febvre (1992) recuerda que el historiador no es un juez, ni siquiera un  juez de instrucción. La historia no es juzgar; es comprender y hacer comprender. Tuñón de Lara (1981) decía que si en el devenir de la  sociedad humana a través de los tiempos se dan hechos constantes
o analogías, su conocimiento entonces es una ciencia. Pero en los actuales momentos se ha llegado al convencimiento de que la historia no es una  ciencia, de acuerdo con Prost (2001). No hay más ciencia que la que se  ocupa de lo general, de los acontecimientos que se repiten, pero la  historia trata de acontecimientos originales, de situaciones singulares  (toda historia implica significados, intenciones, voluntades, miedos, imaginarios, creencias, frustraciones, lágrimas) que nunca hallamos reproducidas de forma idéntica (la historia sólo ve efectos, diferentes en  cada ocasión, e intenta remontarse a las fuentes, por ello es una retrodicción. Toda ciencia (Collingwood, 1990) empieza con el conocimiento de nuestra propia ignorancia; no de nuestra ignorancia acerca de todo, sino acerca  de alguna cosa precisa. No se debe olvidar que “la ignorancia es santa,  pero no excusa” (Puerta, 2002, p.41).
La historia como ciencia o disciplina (el estatuto de la historia  como disciplina permanece irresoluto -Leff, 1969- ), así como los marcos conceptuales con los que ha operado, se forjaron en el interior de la tradición moderna cuando ésta entró en crisis por la imposibilidad constitutiva de resolver nuestras incertidumbres. Esto provocó, irremediablemente, una fractura de los paradigmas historiográficos establecidos y una desnaturalización de los conceptos analíticos tanto de la historia tradicional (idealismo, subjetividad, explicación intencional y factualismo) como de la historia social (con su modelo dicotómico y objetivista). Con respecto a esta última, recordemos que la historia social está constituida por dos corrientes o tendencias: el materialismo histórico y la escuela de Annales (aunque hay historiadores que no están adscritos a ninguna). Los seguidores de Annales, cliometristas (escuela estadounidense) y marxistas, se movían en la misma dirección pese a sus concepciones políticas y sociales divergentes por haber superado los estrechos confines del paradigma historicista con su focalización de la narrativa en los grandes acontecimientos, hombres e ideas, el cual había dominado la profesión histórica desde Ranke (Iggers, 1998, p. 12), es decir, los tres superaron y condenaron a la historia episódica.
Ante la creciente reconsideración crítica a la que han sido sometidos los principales supuestos teóricos-epistemológicos en los cuales se habían basado hasta el momento la investigación histórica, se han estado gestando paulatinamente “una(s) nueva(s) teoría(s) de la sociedad”. Esto significa que ha ido tomando cuerpo entre los historiadores, una forma cualitativamente distinta de entender el funcionamiento de la sociedad, sin caer en el subjetivismo idealista de la historia tradicional. Han ido en aumento las deserciones en las filas de la historia social, de la historia global, de la historia problema, de la historia como ciencia del cambio y se están retornando las antes atacadas, combatidos y vilipendiados géneros tradicionales en la historiografía internacional, pero con una nueva visión, tales como la de las historias biográficas, políticas, narrativas, de las instituciones militares, diplomáticas, entre otras. Lo que debe quedar claro es que hemos llegado al final de una historia determinista, lineal y homogénea.
En la nueva historia (y otras remozadas) que se está desarrollando, se encuentran diferentes vertientes o, mejor dicho, meandros de un mismo río, entre ellas se encuentra la historia local (Ruíz, 1989) que parece, en principio, un campo privilegiado para la historia micro. Se ha introducido una idea renovada de lo que se ha llamado espacio local y se ha señalado, a ese propósito, que la contraposición entre lo general y lo particular no se solventa, desde luego, sin una ligazón entre lo uno y lo otro que permita hacer de lo particular un caso de lo general. La historia regional y local (desarrollada en Latinoamérica e influenciada por la microhistoria mejicana del maestro Luis González). La historia discursiva. La historia post-social. La historia de la “mentalite” (de las mentalidades o ideas); Le Goff (1974) señala que el atractivo de la historia de las mentalidades reside precisamente en su imprecisión, en su vocación para designar los residuos del análisis histórico, el “no se qué” de la historia. La historia cultural (abandonada a favor de la antropología histórica y de la nueva historia cultural, impulsada por Kracaver -1969-), historia socio-cultural -Chartier, 1986 y 1992-, la historia de las mujeres, historia del poder, la historia de lectura que es una vertiente de la historia cultural, desarrollada por Robert Darton -1987-). La microhistoria italiana, que puede relacionarse con la llamada historia de lo cotidiano, cultivada por los alemanes, no es vista como tal. Fontana (1992) señala que una forma peculiar de historia narrativa, que tiene muchos puntos de contacto con otras corrientes, como con el estudio de las mentalidades, es la llamada microhistoria -italiana-, la historia subalterna o post-colonial, la historia en “migajas” y la neomicrohistoria (que estoy intentando desarrollar como tesis).
En lo que respecta a los neo-coloniales (de los estudios culturales), se tiene que la historia subalterna y la dominante (élites) confluyen para hacerse simultáneas solamente cuando hay rebeliones o alzamientos, ya que en esos momentos se manifiesta el sujeto subalterno y con sus acciones interviene en la historia de las élites, desestabilizándola, penetrándola, interrumpiéndola y cuestionándola (Rivera y Barragán, 1997). Ya Stone (1986) se había referido a los grupos subalternos capaces de rebelarse contra las ideas, las creencias o los comportamientos de la mayoría; además si sólo se dedican a estudiar a las “clases subalternas” (terminología gramsciana) estarían en el ámbito o terreno del historiador italiano Carlo Ginzburg.
En la actualidad, la historia regional y local (latinoamericana) ha dirigido su mirada a los barrios, parroquias, municipios y a la cotidianidad; es la historia de los pequeños espacios. La historia de la “mentalite”,  persigue ideales, valores, actitudes mentales y patrones de conducta personal e íntima (cuanto más íntima mejor). La mentalidad alude al componente colectivo de una sociedad o de una época, es decir, a lo que aúna a un individuo con su tiempo y con sus contemporáneos. Con respecto a ella, y su distanciamiento con la historia social, Michel Foucault (1990) decía que todos somos sujetos vivientes y pensantes. Lo que se hace es reaccionar contra el hecho de que exista una brecha entre la historia social y la historia de las ideas. Se supone que los historiadores sociales deben describir cómo actúa la gente, sin pensar, y los historiadores de las ideas cómo piensan la gente sin actuar. Todo el mundo actúa y piensa a la vez. La forma que tiene la gente de actuar o de reaccionar está ligada a su forma de pensar y, como es lógico, el pensamiento está ligado a la tradición. La historia de las ideas, para Cioran (1976), es la historia del rencor de los solitarios. La historia en “migajas” está consagrada al análisis de la apertura temática y al debilitamiento del patrón teórico de la historia social. De acuerdo con Ginzburg y Poni (1981), la microhistoria (italiana) es la historia de los momentos, situaciones, personas, indagados con ojo analítico, en un ámbito circunscrito. La mirada cercana permite atrapar cualquier cosa que escapa a la visión de conjunto.
Es necesario abrir un paréntesis con respecto a la llamada microhistoria italiana representada por Carlo Ginzburz (1981 y 2001). El libro de este autor titulado “El Queso y los Gusanos” fue publicado en 1976 en Italia, pero el rótulo de microhistoria comenzó verdaderamente a difundirse a principios de la década de los años 80. Aún en el año de 1994 el historiador italiano no explicaba claramente qué era microhistoria, en su texto “Mitos, emblemas, indicios” (1999) publicado en Italia en 1986; la palabra clave no era microhistoria, sino morfología. De acuerdo con Serna y Pons (2000), Ginzburg no tiene otra obra que, de manera explícita, manifieste, sistematice, aborde y desarrolle el concepto y la práctica de la microhistoria. Tiene, eso sí, algunos textos dispersos en los cuales hay alusiones circunstanciales y que puede tomarse como declaraciones de ese concepto de microhistoria. Será Giovanni Levi (1993) quien dará las claves sobre microhistoria: reducción de la escala, el pequeño indicio como paradigma científico del contexto y el rechazo al relativismo, entre otras claves. Para él, la microhistoria, en cuanto a la práctica, se basa en esencia en la reducción de la escala de la observación, en un análisis microscópico y en un estudio intensivo del material documental. Para algunos historiadores, entre ellos Aróstegui (1995), la microhistoria es una forma sofisticada de narrativa antropológica y su conexión con la sensibilidad del pensamiento débil posmodernista es visible. La microhistoria será la historia “del detalle y el fragmento” (Calabrese, 1989). Estudiar los pequeños espacios, fragmentos e individualidades, tiene y ha tenido sus detractores, por ejemplo, hace más de cuarenta años Simiand (1960) expresaba la impertinencia de la historia individual, la irrelevancia de una historia basada en personajes individuales y la improcedencia de los fenómenos colectivos dependientes de aquellos.
Para la microhistoria mexicana, las justificaciones de ésta residen en que abarca la vida integralmente, pues recobra a escala local la familia, los grupos, el lenguaje, la literatura, el arte, la ciencia, la religión; esto es, todos los aspectos de la vida natural. En la microhistoria, pocas veces se olvida la geografía (González, 1973a, p.29). El autor antes citado (1973b) expresó   que la microhistoria es la versión popular de la historia, la obra de aficionados  de tiempo parcial. La microhistoria es movida por una intención piadosa: salvar del olvido a aquella parte del pasado propio que ya está fuera de ejercicio; se busca mantener al árbol ligado a sus raíces; es la historia que nos cuenta el pasado de nuestra propia existencia, nuestra familia, nuestro terruño, de la pequeña comunidad. La neomicrohistoria, que nace de la microhistoria mejicana y de la historia regional y local (desarrollada en gran medida por el maestro Medina Rubio) , se diferencia de la microhistoria planteada por Levi en que la neomicrohistoria se aparta radicalmente de la tradición moderna y se sumerge en la complejidad, la incertidumbre y lo aleatorio, y es fundamentalmente transdisciplinaria; no produce una historia a secas sino unas historias de indagaciones conjeturales que partirán de fragmentos.
Compartimos el criterio de Inés Quintero (2002), a quien le preguntaron -¿Cuántas historias tiene la historia?, a lo que ella respondió: “-¡Muchas! Casi tantas como historiadores y aventureros existen. Cada historia puede tener tantas interpretaciones como historiadores aborden el tema. Cada cual se afinca en determinada orientación o concepción en una especial subjetividad o en una fórmula establecida...” (Entrevista en El Nacional).
La neomicrohistoria  debe partir de la premisa o de la tesis de que nadie llegará a conocer “la historia” completa o tal como fue, pues siempre reconstruiremos un pedazo pero nunca la totalidad; siempre existirá una historia oscura, enigmática y oculta. Esa historia oculta -que nunca llegaremos  a conocer por ningún medio- la he denominado “Criptohistoria” y lo poco que podemos reconstruir a través del discurso, es decir la historiografía, la he denominado “Apohistoria”; aquélla que está lejos de conocer la verdad o la totalidad conocerá un fragmento o partícula del pasado que se pueda reconstruir y nunca conocerá la verdadera versión del hecho, ya que existirán historias de esas historias como historiadores se ocupen de ese pedacito; y la forma de transmitir ese “conocimiento” histórico se denomina tópica (esta última categoría ha sido tomada de Árostegui,1995, p. 250).
La neomicrohistoria retrodice: “escribir historia es un modo de deshacerse del pasado” -Goethe-. ¿Quién no ha oído o leído aquello de que para comprender el presente hay que conocer el pasado y así planificar o prever el futuro?; pues bien, Moradiellos (2001) afirma que debemos descartar la pretensión ingenua de que la historia permite “pre-decir” el futuro; en todo caso, y cuando puede (porque hay “pruebas”) la historia “post-dice” (o “retrodice”, es decir, como un lenguaje que infiere lo que pasó a partir de lo que actualmente sucede -Villoro, 1985-) el pasado, para Jorge Bracho (1999), se asume que se hace inteligible bajo el influjo del presente. A partir de la retrodicción, se infiere lo que pasó, partiendo de lo que sucede actualmente. También debemos aceptar que nuestra disciplina no constituye una suerte de maestra de la vida, portadora de enseñanzas y lecciones prácticas y reproducibles en circunstancias históricas posteriores y diferentes. A finales del siglo XIX (Langlois y Seignobos, 1972), ya aparecía como ilusión pasada de moda creer que la historia proporciona enseñanzas prácticas para guiarse en la vida, lecciones de inmediato provecho para los individuos y sociedades; las condiciones en que se producen los actos humanos son raras veces suficientemente semejantes de un modo a otro para que las lecciones de la historia puedan ser aplicadas directamente. Siguiendo con el pasado, Raymond Aron (1996) expresa que la definición más elemental del término historia es que la historia es el conocimiento del pasado humano; al respecto, Moradiellos (2001) opina que por definición, el pasado no existe y no puede ser confrontado ni abordado por ningún investigador. La historia “no permite la restitución del pasado porque el pasado mismo como idea es irrecuperable” (Serna y Pons, 2000, p.178). Braudel (1968) expresaba que la distinción misma pasado-presente es hasta cierto punto arbitraria: la historia es una dialéctica de la duración; por ella, y gracias a ella, es el estudio de lo social, de todo lo social, y por lo tanto del pasado como del presente, ambos inseparables. Chesneaux (1977) refiere que el estudio del pasado no es indispensable sino al servicio del presente. El control del pasado y de la memoria colectiva va por el aparato del estado que actúa sobre las fuentes (la mentira puede ser también una fuente). Muy a menudo, tiene el carácter de retención en la fuente, secretos de los archivos y, por qué no, destrucción de los materiales embarazosos (cuando se produce un incendio en un organismo público o privado siempre comienza por los archivos); este control estatal da por resultado que lienzos enteros de la historia del mundo no subsistan sino por lo que de ellos han dicho o permitido decir las autoridades del poder.
Se puede establecer, entonces, que se vive un eterno presente.
Tuñón de Lara (1981) considera que la historia es ciencia del devenir de los hombres en el tiempo, y que si la historia es tiempo del pasado, tiene que medirse por su reloj y tiene que contarse. Whitrow (1990) le diría a Tuñón que su posición es la “consabida historia de la idea del tiempo” y más aún la concepción del tiempo en la crónica desde tiempos remotos, o la cuestión de las técnicas y aparatos de medición y la percepción de lo temporal. Pero no existe ninguna “máquina del tiempo” que pueda retrocedernos a tiempos pasados para conocerlos en directo y las disciplinas históricas están incapacitadas para conocer el pasado “tal y como realmente fue” (en frase inmortal de Ranke) porque es hoy irreal o inexistente. Michel Foucault (1991, 1992, 1993) en sus estudios, cuando analiza o se apoya en Nietzsche, confirma lo demostrado por éste: la historia se escribe siempre desde la perspectiva del presente; satisface una necesidad del momento. El presente propone problemas que se estudian desde un punto de vista histórico. El historiador se sitúa ante el futuro del pasado (Koselleck, 1993). Toda construcción sobre lo histórico trabaja como una manipulación del tiempo en cuanto escribimos desde el presente sobre el pasado y la concepción del futuro interviene igualmente en ella. El pasado sólo es teoría, no tiene ni tendrá existencia excepto en los ojos del historiador desde el presente. Lo que ocurrió en el pasado no depende de lo que alguien piense ahora, pero sí depende de eso cómo lo interpretamos, lo que tomamos de ello y que sobre esto construimos. (Walsh, 1980).
De acuerdo con Elías (1989) y Crump (1993), la connotación del tiempo, como parte del proceso civilizador, aparece cuando el hombre separa en la recurrencia del movimiento cíclico de los fenómenos celestes esencialmente la sucesión de días y noches subsidiariamente de las estaciones y de posiciones de los astros. Así como también en todos los núcleos sociales históricamente existentes, el tiempo es una institución que se construye y que tiene funciones precisas; pero, así como el pasado no existe tampoco existe el tiempo (lineal y absoluto) con respecto a éste. En la época moderna, se discutió principalmente la relación del tiempo con los fenómenos naturales, en su relación con el espacio, concibiéndolo en tres modos: como realidad absoluta, como duración y como relación. En la mecánica clásica, el concepto de tiempo relativo se desprende de la noción de tiempo absoluto; este último no puede ser medido por instrumento alguno. Para el historiador, el tiempo no se le presenta como algo dado, que está allí, preexistente a su investigación, sino que es construido por un trabajo característico del oficio del historiador (Prost, 2001, p. 124). Benjamín (1992) denunciaba en el historicismo el tiempo homogéneo y vacío. Einstein (1984), en su teoría de la relatividad, ha mostrado que en el ámbito del universo entero el tiempo está estrechamente relacionado con el espacio y, por consecuencia, con la velocidad. El tiempo es irreversible, es anisotrópico, según se deduce de lo que establece el segundo principio de la termodinámica (Prigogine y Stengers, 1990). El historiador es indiferente al efecto de la dilatación del tiempo en las altas velocidades, pero su posición frente al tiempo podrá reflejar de algún modo el hecho más general de que la relatividad demostró la inexistencia del tiempo autodeterminado y externo a las cosas y procesos (Cardoso, 1985, p. 216).
En el análisis realizado por Aristóteles (1990), lo fundamental es que se absolutiza la relación de tiempo y movimiento, pero se niega que el tiempo sea equivalente al movimiento mismo; se termina definiendo el tiempo como el número de la variación según un antes y un después. Federico Villalba (1993) prefiere plantearse los problemas del tiempo histórico y no del tiempo a secas  porque esta sola noción se torna muy peligrosa en cuanto a su uso, ya que trasciende lo humano. El tiempo histórico es, en cambio, una noción construida  por el hombre y tiene como sobredeterminación lo social, aunque tiene que ver con lo que el hombre observa. Esto quiere decir que la observación y la concepción que se deriva de ella son representaciones sociales que corresponden a una fase de lo que se ha llamado la formación histórica. Si no procede hablar de un tiempo físico y otro histórico no debe ser confundido con la necesidad de distinguir entre un tiempo de reloj y un tiempo existencia (Hassard, 1990). La realidad del tiempo no es, y no puede ser, “objetivamente” más que una; otra cosa es la percepción sensorial, no intelectual, del tiempo por el hombre cuyos perfiles psicológicos son ajenos al concepto cronológico de lo temporal (Jaques, 1984). Ricceur (1987) piensa que hay un tiempo absoluto cuyos intervalos pueden ser atravesados por movimientos; ese tiempo hace residir la esencia de lo histórico en la narratividad porque la esencia de lo histórico es el tiempo, aunque no hay un cuidador del tiempo.
No existe un tiempo en singular, existen tiempos: lineales y monocrómicos, tiempos relativistas y tiempos de longitudes, tiempos de salud, enfermedad y dolor, los tiempos litúrgicos católicos (adviento, navidad, cuaresma, pascua y el ordinario); y si nos dejan, tiempo de espacio-tiempo en el arte y hasta del silencio:
Que hay un tiempo para dar y otro para recibir,
un tiempo para pensar y otro para decidir.
Que hay un tiempo pa' olvidar y otro tiempo pa' entender
hay un tiempo pá ganar, y otro pa' perder
hay un tiempo pa' sufrir y hay un tiempo para amar
un tiempo para sentir y otro para perdonar
hay un tiempo pa' vivir y otro para terminar
hay un tiempo pa' morir y otro para comenzar.
(“Tiempos”, Rubén Blades, 1999)
“Ahora pienso que estamos en el tiempo de disolución...” (Medina R, 2000).
Digamos pues, con algún dejo de incerteza, que estamos en presencia de un tiempo ilusorio, que no se deja acorralar para ser convertido en esclavo de los detentores del tiempo lineal (Villalba, 2002). En definitiva, el historiador moderno se ha demarcado o se ha establecido además del pasado-tiempo al espacio, es decir, el historiador ha pensado en función del espacio y el tiempo (sus coordenadas), sin éstos no hay historiografía. La teoría relativista constituyó el primer eje transdisciplinar porque va a perturbar algo tan caro al historiador como es su noción de tiempo y espacio. Einstein (1984) concibió un espacio articulado dialécticamente al tiempo, de manera que ya no podemos hablar de espacio sin su equivalente, ni de tiempo sin sus espacios interactuantes. Lo que se considera un continuo cuatridimensional significa un espacio doblado por el tiempo y un tiempo parco doblado por el tiempo y un tiempo que no fluye de manera continua porque no es un fluir ni un continuo sin accidentes. Es un tiempo que para su consideración va a depender de su interacción con otros sistemas, entre los cuales se incluye al propio observador (historiador). El espacio y el tiempo son borrosos y discontinuos.
El presente está solo. La memoria
Erige el tiempo. Sucesión y engaño
Es la rutina del reloj. El año
No es menos vano que la vana historia. (Borges, El Instante).


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