jueves, 13 de junio de 2019

EL HISTORIADOR Y LA INCERTIDUMBRE TEÓRICA


Por: Luis Rafael García Jiménez



Artículo publicado en la Revista Tiempo y Espacio:
 N° 70, Vol. XXXVI. Julio-Diciembre, 2018
Depósito Legal: pp198402DC2832 • ISSN:1315-9496




RESUMEN
El presente trabajo: El historiador y la incertidumbre histórica, se refiere a que los historiadores han sido poco dados a la Teoría, han reflexionado poco sobre su disciplina. La Historia pasó de ser autónoma, basada exclusivamente en el documento, a buscar el auxilio de otras disciplinas, ella luchó por ser una ciencia y por tal motivo no ha podido escapar de la crisis de los paradigmas, llevándola a replantearse categorías vitales como: la objetividad, el pasado  y el tiempo.
Palabras claves: Historia, pasado, tiempo, objetividad.
ABSTRACT
This paper: historian and historical uncertainty, refers to that historians have been given to the theory, have thought a bit about their discipline. The History went from being autonomous, based exclusively on the document, to seek the help of other disciplines, she struggled to be a science and therefore it has not managed to escape from the crisis of paradigms, leading it to rethink vital categories as: the objectivity, the past and the time.
Key words: history, past, time, objectivity.
INTRODUCCIÓN
         De acuerdo con la herencia griega Teoría es contemplar – perteneciendo al objeto más que poseyéndolo – la Historia es el análisis del paso del reflejo a lo reflejado. Hasta la actualidad los historiadores poco han reflexionado sobre la teoría inherente  a su práctica profesional, se ha dejado la Teoría de la Historia a los filósofos. La Historia desde sus orígenes hasta los inicios del siglo pasado mantuvo una autonomía con respecto a otras disciplinas, se apoyaba exclusivamente en el documento. Más adelante la Historia abrazará el método científico y comienza a llamarse ciencia, buscando el apoyo de otras disciplinas que serían sus auxiliares.
         Finalizando el siglo XX las ciencias entran en crisis y paradigmáticamente comienzan las rupturas epistemológicas. Este escenario epistémico ha llevado a los  historiadores a replantearse el pasado y el tiempo categorías fundamentales en la actividad investigadora.
         La Historia retrodice o más bien post-dice, el pasado siempre será visto desde el presente (cada generación escribirá su historia) y jamás se podrá reconstruir todo el pasado, solo se conocerá de él partículas fragmentos. Siempre se ha dicho que el historiador se enfrenta a dos tiempos: el cronológico y el históricos, pero la realidad brinda multitud de tiempos, por ejemplo: el económico, el político entre otros que se mueven a diferentes velocidades.
         El presente trabajo se ha dividió en tres partes en donde se realizará una aproximación: a la teoría, de lo pluridisciplinario a lo transdisciplinario, al tiempo y al  pasado.
I.            LA TEORÍA.
            En la investigación histórica la teoría forma parte de la realidad humana, a la vez que la teoría describe esa realidad. Se ha identificado el hecho histórico como una elaboración conceptual (Croce, 1953), para éste autor: la realidad es el espíritu que coincide con el mundo, la Historia sería entonces un acto de pensamiento. Entendiéndose que el historiador es quien construye la realidad, originando  a la historiografía que sería la disciplina histórica, diferente de la Historia propiamente dicha o realidad histórica.
            La historicidad indica la razón que eleva un suceso a Historia y construye a ésta en cuanto tal, ella se refiere a aquello que le da fundamento al cambio histórico involucrando al ser histórico cargado de subjetividad. En cuanto al historicismo, se refiere al conocimiento de los fenómenos históricos y a sus nexos con las condiciones que lo determinaron.
Los historiadores han sido poco dados a la teoría, como bien lo han expresado Samuel (1984) y Cipolla (1991), ellos se han conformado con reconstruir el pasado, a partir del documento sin teorizarlo, veían  a la historia como una ciencia autónoma sin buscar auxilio en otras disciplinas. Esto ha llevado a  la crisis de la historia  que según Berr (1961) se basa en un estado inorgánico de los estudios históricos, originado por un excesivo número de historiadores que jamás reflexionaron sobre la naturaleza de su ciencia. Pero la Historia  en su afán por ser ciencia, en el sentido Moderno del término, abrazó todos los pasos y técnicas del método científico, basado en proponer leyes generales, apego a la objetividad y su fe ciega en el progreso.; y cuando la ciencia entra en crisis la Historia es la primera en sufrirla. Con respecto a la Ciencia, Horgan (1998)  señala que ésta al igual que la tecnología, las artes y todas las disciplinas progresivas y acumulativas están tocando a su fin.
Una teoría de la historia (Marrou, 1979) sería una definición de lo que significa lo histórico que pueda ser demostrada de forma empírica. Se llama teoría a aquel conjunto de proposiciones, referidas a la realidad empírica, que intentan dar cuenta del comportamiento global de una entidad, explicar un fenómeno o grupos de ellos entrelazados (Aróstegui, 1995).
En las primeras  décadas del siglo XX Ortega y Gasset (1928) planteó el término historiología (teoría de la Historia), que sería el conjunto de explicaciones, métodos y teorías sobre cómo, por qué y en qué medida se han dado los hechos históricos y las tendencias sociopolíticas que se han dado en algunos lugares y no en otros. La historiología ha sido definido por el DRAE como: Teoría de la historia, y en especial la que estudia la estructura, leyes o condiciones de la realidad histórica.
II.          DE LO PLURIDISCIPLINARIO A LO TRANSDISCIPLINARIO.
La modernidad se ha caracterizado por tener el conocimiento departamentalizado, cada   quien en su rama, cada cual en su parcela. En la presente modernidad tardía, ya no se habla de la independencia o autonomía de las disciplinas, ya se habla y  se trabaja en interdisciplinas, pluridisciplinas  y transdisciplinas, que  permitirán crear el intercambio, la cooperación y la pluricompetencia. Se tiene que Interdisciplina: quiere  decir entre otras cosas, intercambio y cooperación entre disciplinas; lo cual podría convertirse en algo orgánico. Por Pluridiscilplina: como una asociación de disciplinas en virtud de un proyecto o de un objeto común. Y Transdisciplina: la  frecuencia de esquemas cognitivos que pueden atravesar las  disciplinas, a veces con una virulencia tal que las pone en trance.
       La ciencia histórica autónoma del siglo XIX comienza a buscar la ayuda de otras ciencias a mediados del siglo XX. Recordemos a Braudel (1968) que  se refería con firmeza en pro de un enfoque radicalmente interdisciplinario para la historia y para las ciencias sociales; disciplinas como la economía, la geografía, la antropología y la sociología debían intervenir en los problemas detectados por el historiador. Braudel con su adopción del estructuralismo sostuvo frente al humanismo y al historicismo, la primacía cognoscitiva de las estructuras inconscientes y extrasubjetivas en el análisis de la realidad.
    En opinión de Medina (1992), la investigación sistemática que desarrollan las diferentes ciencias sociales les ha venido planteando, cada vez más, la necesidad de cooperación e intercambio entre ellas. Han surgido así las investigaciones multidisciplinarias que constituyen un agregado de ciencias sociales en las que cada una de éstas, sin perder su propio perfil, ofrece su perspectiva metodológica y sus aplicaciones, para luego proceder a una síntesis.
    Se ha llegando al umbral de lo metadisciplinario que  permite asumir conscientemente la condición fronteriza de los saberes o fronteras disciplinarias -a partir de preguntas incómodas y transversales-, de los objetos y de los métodos (Serna y Pons, 2000).  
    Finalizando el siglo XX y los años que han transcurrido de este nuevo siglo las nuevas propuestas de la Historia pueden ser considerada transdisciplinaria, haciéndose carne viva en el sujeto que la construye como reflexión (como confluencia, perspectiva y horizonte -Puerta, 1999- como complejidad trascendente) donde el método y la teoría histórica moderna son puestos en trance cuando se diluyan otros métodos, otras teorías y otras disciplinas. Entendiendo que lo transdisciplinario no es un método, pues, de acuerdo con Lanz (2003), es una perspectiva fundamentalmente negativa, crítica, carcomedora de los fundamentos de la ciencia moderna. No hay y no puede haber, una monstruosidad tal como un manual de metodología transdisciplinaria.
Con lo transdisciplinario, se trata de entrar en silencio, con sigilo, por la puerta de atrás (con entradas distintas y asociadas) a la nueva manera de pensar en la tardomodernidad o modernidad tardía (crisis de la modernidad), aun cuando es necesario reconocer que una gran mayoría de investigadores siguen aferrados a las viejas teorías (comprensible mientras éstas expliquen su realidad) y acusan a las “nuevas” de simples “modas”, expresando en el fondo sus temores por la incertidumbre reinante o aguardar pasivo y cautelosamente hacia donde van las naves empujadas por los nuevos vientos historiográficos para ellos abordarlas cómodamente.
Si bien es necesario reconocer que en los últimos cuarenta años se han ido alternando diversas teorías, como bien lo expresa Morris (1997) en su trabajo sobre los Estudios Culturales, toma como referencia el año de 1997 se tiene lo siguiente: hace treinta y cinco  años -1962- el catalizador del nerviosismo en las humanidades fue el estructuralismo; quince años atrás -1982- la semiótica y el postestructuralismo; diez años atrás -1992- la deconstrucción; el año pasado -1996- la “corrección política”; este año -1997- los estudios culturales.
La crisis de paradigmas ha permitido abrir caminos o trochas de cazadores cognitivos para abordar con incertidumbre la alea que envuelve a la Historia y a las Ciencias Sociales. Los métodos buscados serán una brújula que guiarán el nuevo camino o tránsito de caminos y la teoría una herramienta por descubrir, para abrirlos. Como diría Morin (1984), se establecerá una relación recursiva (relación que se establece entre el discurso y la estructura social) entre método y teoría. El método, generado por la teoría, la regenera. El método (camino) necesita de la generatividad paradigmática/teórica, pero a su vez regenera a esta generatividad. El método es entendido como un procedimiento de adquisición de conocimiento en la nueva manera de pensar, entendiendo que en el camino las piedras son las contradicciones y la ambivalencia.
Como es sabido, en el caos se encuentra la organización y en la contradicción se organizan las ideas, no se debe huir del temor que aflorar y enfrentar las contradicciones, como diría Pascal, ni la contradicción es señal de falsedad, ni la no-contradicción es señal de verdad (1995); se tratará de desarrollar un discurso no ideológico (en la medida que se aceptan las contradicciones) que, de acuerdo con Eco (1991) la ideología, es un aserto metasemiótico que muestra la naturaleza contradictoria del espacio semántico a que se refiere. De igual manera, se trata por todos los medios de que el texto resultante no sea monológico, ya que el texto monológico tiene una lógica única, homogénea y relativamente uniforme (Bajtin, 1981); éste se presta fácilmente a la apropiación ideológica, porque el aspecto esencial de la ideología es el mensaje transmitido, y no el modo como el mensaje surge y se articula en el terreno de la palabra.
Hay que buscar nuevas alternativas, moviendo con fuerza las estructuras cognitivas existentes por siglos; algo debe salir, algo debe emerger (en acción). El problema no es el éxito o el fracaso, todo radica en intentarlo, simplemente atreverse frente a las certidumbres de la historia positivista y a la escuela metódica. Renunciar al error sería renunciar a la riqueza de lo humano (Vattimo, 1989). Recordemos que: Cuando una teoría atraviesa el Atlántico, pierde muchos de sus tonos políticos y sociales (Jameson (1996). Y cuando en Europa ha pasado las discusión, en Latinoamérica continúa pero ya mestiza. 
En la actualidad algunos historiadores han incursionado en los Estudios Culturales, ellos se inician en la década de los cincuenta con Hoggart -1957- y Williams -1966 y 1997- y Stuart -1984-, reapareciendo treinta años después en el escenario de las ciencias sociales (“parte de planteamientos sociocríticos-literarios, cercanos al marxismo, se ha encontrado con el posestructuralismo y demás variantes postmodernas, incluido el llamado pensamiento ‘postcolonial’, la crítica feminista, el multiculturalismo” -Puerta, 2002, p. 39-), a partir del cuestionamiento a la coherencia de las disciplinas tradicionales de la modernidad y al cuestionamiento de la legitimidad de las premisas que las sustentan: la certidumbre, la verdad, la universalidad, el tiempo, el pasado, el espacio, la subjetividad, la objetividad y la idea de progreso, entre otras.
En América Latina, se “ha asumido el reto inter y transdisciplinario, y ha introducido innovadores abordajes del tema de la comunicación de masas conectado con los ámbitos de las culturas populares” (Puerta, 2002, p. 39). Pero recordemos que los estudios culturales ya atravesaron el Atlántico y hemos quemado las naves, la teoría será sincretizada y reinterpretada. Reynoso (2000) expresa que en las metrópolis se está percibiendo con claridad la extenuación de los Estudios Culturales y que en los países periféricos recién ahora se están adoptando. En la cultura, se está desarrollando una refiguración del pensamiento social (Geertz, 1990), es decir, la existencia de géneros borrosos como un resultado de las reconversiones suscitadas por una nueva idea de cultura.
De todas maneras, el vuelco semiótico de la Historia y  de las Ciencias Sociales apuestan a la extensión de modelos y enfoques sistemáticos, hacia campos nuevos de investigación, fundamentándose en una reflexión hermenéutica (partiendo de la noción de fusión de horizontes, con la existencia de un plano trans-subjetivo de la comprensión que condiciona los efectos producidos -Jauss, 1976 y Gadamer, 1993-), la cual se encuentra actualmente en proceso de formulación y consolidación, convirtiéndose en un ensayo exploratorio de espacios vacíos entre disciplinas y a través de ellas (Puerta, 1999), sin caer en una especie de un modo meteorológico del pensar; es decir, atento al clima cultural del momento. Fontana (1982) expresó que el punto de partida para una reflexión sobre el laberinto de corrientes que han venido a sucederse en los decenios finales del siglo XX en la historiografía debería ser el fracaso de las expectativas que se habían depositado en formas elementales y catequísticas del marxismo.
Después de haber concluido la discusión postmoderna en los países del primer mundo (como un dominante cultural de la lógica del capitalismo tardío) o su agotamiento para otros, ha quedado el malestar o la resaca y se ha perdido la inocencia, y una vez perdida ésta jamás se recupera. Ya se reconoce o una gran mayoría está de acuerdo, en que la modernidad está en crisis. La modernidad se ve volcada hacia dentro, sin posibilidad de escapatoria (Habermas, 1993) y la posmodernidad fue rebasada por la incertidumbre masificada y la angustia ante el porvenir, contexto en el cual, pese a todo, puede aún sobrevivir en la esperanza (Lipovetsky, 2004). Como bien lo expresa Picó (1999) “a finales del siglo XX ya no se tiene, como hasta hace poco tiempo, una conciencia cierta sobre el sentido emancipador de la historia, un horizonte optimista de que a través de un esfuerzo de voluntad colectivo la humanidad será capaz de sentar las bases de su propia emancipación” (p. 269). La crisis y la consecuente reorientación teórica de los estudios históricos forman parte de un proceso más general del cambio cultural, intelectual, académico y científico en el ámbito mundial. Se percibe ahora un movimiento reconstructivo e integrador (Puerta, 2002).
El balance de las ciencias sociales, realizado por Bell (1984) desde la Segunda Guerra Mundial, que incluía un cuadro de innovaciones básicas a partir de 1900 a 1965 La historia no aparecía para nada en sus páginas, la había expulsado de las ciencias sociales. La historia, considerada científica, parte de la premisa de formular o establecer leyes históricas para justificar su método. La idea de que la ciencia establece leyes proviene más del cientificismo del siglo XIX (con el carácter determinista que las definió) que de la ciencia moderna. Según Althusser (1968), Marx descubrió la ciencia  de la historia, o materialismo histórico; esta nueva ciencia de la historia es preciso entenderla como la historia de los modos de producción; éstos serían  el objeto del materialismo histórico. Vilar (1979) ha señalado que la obra de Marx introdujo a la historia dentro de la ciencia, pero que, al mismo tiempo,  el concepto de historia es una exégesis marxista que no estaba aún construido. Tanto marxistas como positivistas buscaban y establecían leyes sociales en la historia, para justificar el carácter de ciencia.
Por su parte, Cardoso C. (1975) expresa con optimismo que la historia aparece hoy como una ciencia en plena evolución. Las verdades definitivas de la historiografía positivista y del marxismo stalinista pertenecen al pasado; ahora, la ciencia histórica vacila entre su tendencia a la totalidad y la tendencia contraria a fragmentarse en varias disciplinas autónomas. Para Wallace (1980) y Hughes (1987) los métodos científicos son aquellos que intentan eliminar deliberadamente el punto de vista individual del sujeto que conoce, que están concebidos como reglas que permiten establecer una distinción adecuadamente nítida entre el productor de un enunciado y el procedimiento por el cual es producido.
 En el año de 1942 (Hempel, 1979) se abrió una amplia discusión acerca de la manera como puede ser aplicada la historia en el mismo sentido en que explica la ciencia de la naturaleza a partir de la existencia de leyes generales; se intentó una caracterización de la explicación histórica asimilándola al modelo de explicación nomotético o hipotético)-deductivo que aplican las ciencias naturales. Parsons (1968) distingue nítidamente entre la ciencia social sistemática y la historia como investigación.
En cambio Elton (1967) ha insistido desde siempre en la autonomía de la historia, en su separación tajante del método de las ciencias sociales; ve la investigación histórica como un tipo sui generis de conocimiento. Berlin (1960 y 1961) sentenció, tempranamente, que no hay nada parecido a una ciencia de la historia; la ciencia se concentra en conjuntos de fenómeno homólogos, en cambio, la historia lo hace en fenómenos heterogéneos: se concentra en la diferencia.
En la historia “es inútil tratar de buscar leyes sociales o de  convertirla en una especie de supremo tribunal para juzgar la conducta  de los hombres que pasaron por el mundo...” (Arcila., 1957, pp. 25-32). Febvre (1992) recuerda que el historiador no es un juez, ni siquiera un  juez de instrucción. La historia no es juzgar; es comprender y hacer comprender. Tuñón (1981) decía que si en el devenir de la  sociedad humana a través de los tiempos se dan hechos constantes  o analogías, su conocimiento entonces es una ciencia. Pero en los actuales momentos se ha llegado al convencimiento de que la historia no es una
ciencia, de acuerdo con Prost (2001).
De acuerdo al pensamiento de la Modernidad no hay más ciencia que la que se  ocupa de lo general, de los acontecimientos que se repiten, pero la historia trata de acontecimientos originales, de situaciones singulares(toda historia implica significados, intenciones, voluntades, miedos, imaginarios, creencias, frustraciones, lágrimas) que nunca  se halla reproducidas de forma idéntica (la historia sólo ve efectos, diferentes en  cada ocasión, e intenta remontarse a las fuentes, por ello es una retrodicción. Toda ciencia (Collingwood, 1990) empieza con el conocimiento de nuestra propia ignorancia; no de nuestra ignorancia acerca de todo, sino acerca  de alguna cosa precisa. No se debe olvidar que “la ignorancia es santa,  pero no excusa” (Puerta, 2002, p.41). Reconocer la ignorancia es el primer paso para adquirir  el conocimiento.
La historia como ciencia o disciplina (el estatuto de la historia como disciplina permanece irresoluto -Leff, 1969- ), así como los marcos conceptuales con los que ha operado, se forjaron en el interior de la tradición moderna cuando ésta entró en crisis por la imposibilidad constitutiva de resolver  sus incertidumbres. Esto provocó, irremediablemente, una fractura de los paradigmas historiográficos establecidos y una desnaturalización de los conceptos analíticos tanto de la historia tradicional (idealismo, subjetividad, explicación intencional y factualismo) como de la historia social (con su modelo dicotómico y objetivista). Con respecto a esta última, recordemos que la historia social está constituida por dos corrientes o tendencias: el materialismo histórico y la escuela de Annales (aunque hay historiadores que no están adscritos a ninguna). Los seguidores de Annales, cliometristas (escuela estadounidense) y marxistas, se movían en la misma dirección pese a sus concepciones políticas y sociales divergentes por  haber superado los estrechos confines del paradigma historicista con su focalización de la narrativa en los grandes acontecimientos, hombres e ideas, el cual había dominado la profesión histórica desde Ranke (Iggers, 1998), es decir, los tres superaron y condenaron a la historia episódica.
Ante la creciente reconsideración crítica a la que han sido sometidos los principales supuestos teóricos-epistemológicos en los cuales se habían basado hasta el momento la investigación histórica, se han estado gestando paulatinamente “una(s) nueva(s) teoría(s) de la sociedad”. Esto significa que ha ido tomando cuerpo entre los historiadores, una forma cualitativamente distinta de entender el funcionamiento de la sociedad, sin caer en el subjetivismo idealista de la historia tradicional. Han ido en aumento las deserciones en las filas de la historia social, de la historia global, de la historia problema, de la historia como ciencia del cambio y se están retornando las antes atacadas, combatidos y vilipendiados géneros tradicionales en la historiografía universal (eurocentrista), pero con una nueva visión, tales como la de las historias biográficas, políticas, narrativas, de las instituciones militares, diplomáticas, entre otras. Lo que debe quedar claro es que hemos llegado al final de una historia determinista, lineal y homogénea.
En la nueva visión historia, que se está desarrollando, se encuentran diferentes vertientes o, mejor dicho, meandros de un mismo río, entre ellas se encuentra la historia local (Ruíz, 1989) que parece, en principio, un campo privilegiado para la historia micro. Se ha introducido una idea renovada de lo que se ha llamado espacio local y se ha señalado, a ese propósito, que la contraposición entre lo general y lo particular no se solventa, desde luego, sin una ligazón entre lo uno y lo otro que permita hacer de lo particular un caso de lo general.  En los últimos tiempos se han desarrollado: la historia de las mentalidades; la historia regional y local (desarrollada en Latinoamérica e influenciada por la microhistoria mejicana del maestro Luis González 1973 a-b-,1968-1985).  La historia discursiva; la historia post-social.
 La historia de la “mentalite” (de las mentalidades o ideas), para Cioran (1976) la historia de las ideas es la historia del rencor de los solitarios, pero, la historia en “migajas” está consagrada al análisis de la apertura temática y al debilitamiento del patrón teórico de la historia social.  Le Goff (1974) señala que el atractivo de la historia de las mentalidades reside precisamente en su imprecisión, en su vocación para designar los residuos del análisis histórico, el “no sé qué” de la historia. La mentalidad alude al componente colectivo de una sociedad o de una época, es decir, a lo que aúna a un individuo con su tiempo y con sus contemporáneos. Con respecto a ella, y su distanciamiento con la historia social, Foucault (1990) decía que todos somos sujetos vivientes y pensantes. Lo que se hace es reaccionar contra el hecho de que exista una brecha entre la historia social y la historia de las ideas. Se supone que los historiadores sociales deben describir cómo actúa la gente, sin pensar, y los historiadores de las ideas cómo piensan la gente sin actuar. Todo el mundo actúa y piensa a la vez. La forma que tiene la gente de actuar o de reaccionar está ligada a su forma de pensar y, como es lógico, el pensamiento está ligado a la tradición. La historia de la “mentalite”,  persigue ideales, valores, actitudes mentales y patrones de conducta personal e íntima (cuanto más íntima mejor).
 La historia cultural (abandonada a favor de la antropología histórica y de la nueva historia cultural, impulsada por Kracaver -1969-), historia socio-cultural -Chartier, 1986 y 1992-, la historia de las mujeres, historia del poder, la historia de lectura que es una vertiente de la historia cultural, desarrollada por Darton -1987-). La microhistoria italiana, que puede relacionarse con la llamada historia de lo cotidiano, cultivada por los alemanes, no es vista como tal. Fontana (1992) señala que una forma peculiar de historia narrativa, que tiene muchos puntos de contacto con otras corrientes, como con el estudio de las mentalidades, es la llamada microhistoria -italiana-, la historia subalterna o post-colonial, la historia en “migajas” y la neomicrohistoria.
En lo que respecta a los neo-coloniales (de los estudios culturales), se tiene que la historia subalterna y la dominante (élites) confluyen para hacerse simultáneas solamente cuando hay rebeliones o alzamientos, ya que en esos momentos se manifiesta el sujeto subalterno y con sus acciones interviene en la historia de las élites, desestabilizándola, penetrándola, interrumpiéndola y cuestionándola (Rivera y Barragán, 1997). Ya Stone (1986) se había referido a los grupos subalternos capaces de rebelarse contra las ideas, las creencias o los comportamientos de la mayoría; además si sólo se dedican a estudiar a las “clases subalternas” (terminología gramsciana) estarían en el ámbito o terreno del historiador italiano Ginzburg.
Se ha observado que la historia regional y local (latinoamericana) está dirigiendo su mirada a los barrios, parroquias, municipios y a la cotidianidad; es la historia de los pequeños espacios. De acuerdo con Ginzburg y Poni (1981), la microhistoria (italiana) es la historia de los momentos, situaciones, personas, indagados con ojo analítico, en un ámbito circunscrito. La mirada cercana permite atrapar cualquier cosa que escapa a la visión de conjunto.
Es indispensable detenerse un poco en lo que respecta a la denominada microhistoria italiana representada por Ginzburg (2001). El libro de este autor titulado “El Queso y los Gusanos” fue publicado en 1976 en Italia, pero el rótulo de microhistoria comenzó verdaderamente a difundirse a principios de la década de los años 80. Aún en el año de 1994 el historiador italiano no explicaba claramente qué era microhistoria, en su texto “Mitos, emblemas, indicios” (1999) publicado en Italia en 1986; la palabra clave no era microhistoria, sino morfología. De acuerdo con Serna y Pons (2000), Ginzburg no tiene otra obra que, de manera explícita, manifieste, sistematice, aborde y desarrolle el concepto y la práctica de la microhistoria. Tiene, eso sí, algunos textos dispersos en los cuales hay alusiones circunstanciales y que puede tomarse como declaraciones de ese concepto de microhistoria.
Será Levi (1993) quien dará las claves sobre microhistoria: reducción de la escala, el pequeño indicio como paradigma científico del contexto y el rechazo al relativismo, entre otras claves. Para él, la microhistoria, en cuanto a la práctica, se basa en esencia en la reducción de la escala de la observación, en un análisis microscópico y en un estudio intensivo del material documental. Para algunos historiadores, entre ellos Aróstegui (1995), la microhistoria es una forma sofisticada de narrativa antropológica y su conexión con la sensibilidad del pensamiento débil posmodernista es visible. La microhistoria será la historia “del detalle y el fragmento” (Calabrese, 1989). Estudiar los pequeños espacios, fragmentos e individualidades, tiene y ha tenido sus detractores, por ejemplo, hace más de cuarenta años Simiand (1960) expresaba la impertinencia de la historia individual, la irrelevancia de una historia basada en personajes individuales y la improcedencia de los fenómenos colectivos dependientes de aquellos.
Para la microhistoria mexicana, las justificaciones de ésta residen en que abarca la vida integralmente, pues recobra a escala local la familia, los grupos, el lenguaje, la literatura, el arte, la ciencia, la religión; esto es, todos los aspectos de la vida natural. En la microhistoria, pocas veces se olvida la geografía (González, 1973a). El autor antes citado (1973b) expresó  que la microhistoria es la versión popular de la historia, la obra de aficionados  de tiempo parcial. La microhistoria es movida por una intención piadosa: salvar del olvido a aquella parte del pasado propio que ya está fuera de ejercicio; se busca mantener al árbol ligado a sus raíces; es la historia que cuenta el pasado de nuestra propia existencia, nuestra familia, nuestro terruño, de la pequeña comunidad.
Con respecto a la Neomicrohistoria (planteada por mí, años atrás) se refiere a una propuesta  teórica-metodológica para estudiar pequeños espacios, individuos anónimos o débiles y cotidianidades (las partes contienen el todo). Ha querido desprenderse de las ataduras académicas de la Modernidad, aceptando y asumiendo la crisis  de los fundamentos teóricos que nos dan certidumbre, nos darán la oportunidad de vernos a través de nuestros espejos hechos a mano, es decir, crear nuestras teorías y métodos que se adapten a nuestras realidades. Los métodos serán diversos caminos que cada investigador acondicionará de acuerdo a su tema a su aparato erudito y visión temporo-espacial.
La neomicrohistoria es un fruto que se desprende del  árbol de la historia regional y local. Ella nace y navega en el marco de la crisis de los paradigmas, asumiendo las contradicciones de la crisis de las ideas de progreso y ciencia. Pero también asumiendo nuestras propias contradicciones, permitiendo que fluyan libremente. Es una propuesta para estudiar pequeños espacios, individuos anónimos o débiles y cotidianidades (las partes contienen el todo). Ha querido desprenderse de las ataduras académicas de la Modernidad, aceptando y asumiendo la crisis  de los fundamentos teóricos que nos dan certidumbre, nos darán la oportunidad de vernos a través de nuestros espejos hechos a mano, es decir, crear nuestras teorías y métodos que se adapten a nuestras realidades. Los métodos serán diversos caminos que cada investigador acondicionará de acuerdo a su tema a su aparato erudito y visión temporo-espacial.
Se propone descontinuar la realidad a través de una triple subjetividad: la del autor-actor de la fuente, la del historiador y la del lector. La neomicrohistoria dialogará a través del pensamiento complejo y con la transdisciplinariedad en donde las disciplinas se confunden y funden para convertirse en una sola visión subjetiva de la realidad. Se puede decir que Clío está en un proceso de reacomodo y la neomicrohistoria es parte de ese reacomodo.
Compartimos el criterio de Inés Quintero (2002), a quien le preguntaron -¿Cuántas historias tiene la historia?, a lo que ella respondió: “-¡Muchas! Casi tantas como historiadores y aventureros existen. Cada historia puede tener tantas interpretaciones como historiadores aborden el tema. Cada cual se afinca en determinada orientación o concepción en una especial subjetividad o en una fórmula establecida...” (Entrevista en El Nacional).
Las nuevas historias y la neomicrohistoria partirán de la premisa o de la idea de que nadie llegará a conocer “la historia” completa o tal como fue, pues siempre reconstruiremos un pedazo pero nunca la totalidad; siempre existirá una historia oscura, enigmática y oculta. La historia está llena de lagunas que son atravesadas por la imaginación de los historiadores, muchos de los hechos históricos han quedado encriptados por el poder. La clase dominante solo dice lo que ella quiere que se sepa.
 Esa historia oculta -que nunca llegaremos  a conocer por ningún medio- la he denominado Criptohistoria y lo poco que podemos reconstruir a través del discurso, es decir la historiografía, la he denominado Apohistoria; aquélla que está lejos de conocer la verdad o la totalidad conocerá un fragmento o partícula del pasado que se pueda reconstruir y nunca conocerá la verdadera versión del hecho, ya que existirán historias de esas historias como historiadores se ocupen de ese pedacito; y la forma de transmitir ese “conocimiento” histórico se denomina tópica (esta última categoría ha sido tomada de Árostegui,1995). La apohistoria es la dimensión ideológica del discurso histórico cargado de subjetividad, aunque los historiadores se empeñen en lo contario.
III.             EL TIEMPO Y EL PASADO
3.1.- El Tiempo.
Hasta ahora se ha hablado de dos tiempos: El tiempo histórico que señala diversas nociones y concepto que han servido para ubicar y explicar los procesos históricos con el movimiento general de la historia y la manera de señalarlo, siendo la periodización (que es un recurso metodológico). Y, el tiempo cronológico que se refiere a la medición secuencial que permite ubicar el hecho histórico en una fecha determinada. Pero como se verá en las líneas siguientes existen otros tipos de tiempo que serán de la preocupación de los historiadores.
Tuñón de Lara (1981) considera que la historia es ciencia del devenir de los hombres en el tiempo, y que si la historia es tiempo del pasado, tiene que medirse por su reloj y tiene que contarse. Whitrow (1990) le diría a Tuñón que su posición es la “consabida historia de la idea del tiempo” y más aún la concepción del tiempo en la crónica desde tiempos remotos, o la cuestión de las técnicas y aparatos de medición y la percepción de lo temporal.
                         
      Pero no existe ninguna “máquina del tiempo” que pueda retrocedernos a tiempos pasados para conocerlos en directo y las disciplinas históricas están incapacitadas para conocer el pasado “tal y como realmente fue” (en frase inmortal de Ranke – 1884 - ) porque es hoy irreal o inexistente. Foucault (1992) en sus estudios, cuando analiza o se apoya en Nietzsche, confirma lo demostrado por éste: la historia se escribe siempre desde la perspectiva del presente; satisface una necesidad del momento. Nietzsche (1959)  analiza las implicaciones de las ideas bajo el aspecto del tiempo. Alude a la dinámica del recuerdo y el olvido que él veía como atributo singular y específico del animal humano. El poder de recordar hace al hombre predecible, es decir, inheroico. Este hombre inheroico es el que tiene que haberse vuelto no sólo calculador, sino calculable él mismo, regulador hasta para su propia percepción. Sólo así puede tener garantía de su propio futuro y ser fiador de sí mismo. El hombre posee también la capacidad de olvidar lo que sabe, más aún, la capacidad de negar en imágenes y de revestir el terror, el dolor y el sufrimiento causados por la conciencia de su propia finitud con insinuaciones de inmortalidad de tipo onírico. Es capaz de embrujarse y mentirse a sí mismo, de huir de una metáfora, de proporcionar un orden y una forma creíbles a su vida, de actuar como si la metáfora fuera la verdad y de convertir la conciencia de su inminente destrucción en una ocasión de aserción heroica. (García,  2002).
 El presente propone problemas que se estudian desde un punto de vista histórico. El historiador se sitúa ante el futuro del pasado (Koselleck, 1993). Toda construcción sobre lo histórico trabaja como una manipulación del tiempo en cuanto escribimos desde el presente sobre el pasado y la concepción del futuro interviene igualmente en ella. El pasado sólo es teoría, no tiene ni tendrá existencia excepto en los ojos del historiador desde el presente. Lo que ocurrió en el pasado no depende de lo que alguien piense ahora, pero sí depende de eso cómo lo interpretamos, lo que tomamos de ello y que sobre esto construimos. (Walsh, 1980).
De acuerdo con Elías (1989) y Crump (1993), la connotación del tiempo, como parte del proceso civilizador, aparece cuando el hombre separa en la recurrencia del movimiento cíclico de los fenómenos celestes esencialmente la sucesión de días y noches subsidiariamente de las estaciones y de posiciones de los astros. Así como también en todos los núcleos sociales históricamente existentes, el tiempo es una institución que se construye y que tiene funciones precisas; pero, así como el pasado no existe tampoco existe el tiempo (lineal y absoluto) con respecto a éste. En la modernidad, se discutió principalmente la relación del tiempo con los fenómenos naturales, en su relación con el espacio, concibiéndolo en tres modos: como realidad absoluta, como duración y como relación. En la mecánica clásica, el concepto de tiempo relativo se desprende de la noción de tiempo absoluto; este último no puede ser medido por instrumento alguno.
Para el historiador, el tiempo no se le presenta como algo dado, que está allí, preexistente a su investigación, sino que es construido por un trabajo característico del oficio del historiador (Prost, 2001). Benjamín (1992) denunciaba en el historicismo el tiempo homogéneo y vacío. Einstein (1984), en su teoría de la relatividad, ha mostrado que en el ámbito del universo entero el tiempo está estrechamente relacionado con el espacio y, por consecuencia, con la velocidad. El tiempo es irreversible, es anisotrópico, según se deduce de lo que establece el segundo principio de la termodinámica (Prigogine y Stengers, 1990). El historiador es indiferente al efecto de la dilatación del tiempo en las altas velocidades, pero su posición frente al tiempo podrá reflejar de algún modo el hecho más general de que la relatividad demostró la inexistencia del tiempo autodeterminado y externo a las cosas y procesos (Cardoso 1985).
En el análisis realizado por Aristóteles (1990), lo fundamental es que se absolutiza la relación de tiempo y movimiento, pero se niega que el tiempo sea equivalente al movimiento mismo; se termina definiendo el tiempo como el número de la variación según un antes y un después. Villalba (1993) prefiere plantearse los problemas del tiempo histórico y no del tiempo a secas  porque esta sola noción se torna muy peligrosa en cuanto a su uso, ya que trasciende lo humano. El tiempo histórico es, en cambio, una noción construida por el hombre y tiene como sobredeterminación lo social, aunque tiene que ver con lo que el hombre observa. Esto quiere decir que la observación y la concepción que se deriva de ella son representaciones sociales que corresponden a una fase de lo que se ha llamado la formación histórica. Si no procede hablar de un tiempo físico y otro histórico no debe ser confundido con la necesidad de distinguir entre un tiempo de reloj y un tiempo existencia (Hassard, 1990).
La realidad del tiempo no es, y no puede ser, “objetivamente” más que una; otra cosa es la percepción sensorial, no intelectual, del tiempo por el hombre cuyos perfiles psicológicos son ajenos al concepto cronológico de lo temporal (Jaques, 1984). Ricceur (1987) piensa que hay un tiempo absoluto cuyos intervalos pueden ser atravesados por movimientos; ese tiempo hace residir la esencia de lo histórico en la narratividad porque la esencia de lo histórico es el tiempo, aunque no hay un cuidador del tiempo. No existe un tiempo en singular, existen tiempos: lineales y monocrómicos, tiempos relativistas y tiempos de longitudes, tiempos de salud, enfermedad y dolor, los tiempos litúrgicos católicos (adviento, navidad, cuaresma, pascua); y si nos dejan, tiempo de espacio-tiempo en el arte y hasta del silencio.
Digamos pues, con algún dejo de incerteza, que estamos en presencia de un tiempo ilusorio, que no se deja acorralar para ser convertido en esclavo de los detentores del tiempo lineal (Villalba, 2002). En definitiva, el historiador moderno se ha demarcado o se ha establecido además del pasado-tiempo al espacio, es decir, el historiador ha pensado en función del espacio y el tiempo (sus coordenadas), sin éstos no hay historiografía. La teoría relativista constituyó el primer eje transdisciplinar porque va a perturbar algo tan caro al historiador como es su noción de tiempo y espacio. Einstein (1984) concibió un espacio articulado dialécticamente al tiempo, de manera que ya no podemos hablar de espacio sin su equivalente, ni de tiempo sin sus espacios interactuantes. Lo que se considera un continuo cuatridimensional significa un espacio doblado por el tiempo y un tiempo parco doblado por el tiempo y un tiempo que no fluye de manera continua porque no es un fluir ni un continuo sin accidentes. Es un tiempo que para su consideración va a depender de su interacción con otros sistemas, entre los cuales se incluye al propio observador (historiador). El espacio y el tiempo son borrosos y discontinuos.
3.2. El Pasado.
Hasta ahora la Historia ha tenido por objetivo fundamental estudiar el pasado, ese pasado como conjunto de sucesos ocurridos en un período anterior a un punto temporal determinado. Pero podemos preguntarnos: ¿de todo el pasado o fragmentos de él? Para Nietzsche (1959)  El hombre es un ser histórico y vive históricamente; tiene conciencia de su continuo devenir, o de su dejar de ser, de un diluir de todos sus presentes en un pasado preciso. Ese pasado está constantemente ante el hombre como una imagen de cosas hechas, terminadas, completas, inmodificables. La intratabilidad de ese pasado es la génesis de la deshonestidad del hombre consigo mismo y la fuerza motriz de su automutilación. El problema de hombre es que recuerda demasiado y bien de esa capacidad de recordar su pasado afloran todas las construcciones especialmente humanas. No se trata que el hombre necesite memoria, la gloria y la perdición del hombre es lo que ineluctablemente tiene memoria. Lo quiera o no lo quiera, el hombre tiene historia. El asunto, entonces, es si esa capacidad de recordar no se ha desarrollado excesivamente hasta convertirse en amenaza para la vida misma. Y no se trata tanto de destruir la historia como de comprender cuánto está justificado en el hombre sin olvidarla. (García, 2202).
El pasado histórico siempre será desde la mirada desde presente, la Historia retrodice: “escribir historia es un modo de deshacerse del pasado” -Goethe-. ¿Quién no ha oído o leído aquello de que para comprender el presente hay que conocer el pasado y así planificar o prever el futuro?; pues bien, Moradiellos (2001) afirma que debemos descartar la pretensión ingenua de que la historia permite “pre-decir” el futuro; en todo caso, y cuando puede (porque hay “pruebas”) la historia “post-dice” (o “retrodice”, es decir, como un lenguaje que infiere lo que pasó a partir de lo que actualmente sucede -Villoro, 1985-) el pasado, para Bracho (1999), se asume que se hace inteligible bajo el influjo del presente. A partir de la retrodicción, se infiere lo que pasó, partiendo de lo que sucede actualmente. También debemos aceptar que nuestra disciplina no constituye una suerte de maestra de la vida, portadora de enseñanzas y lecciones prácticas y reproducibles en circunstancias históricas posteriores y diferentes.
A finales del siglo XIX (Langlois y Seignobos, 1972), ya aparecía como ilusión pasada de moda creer que la historia proporciona enseñanzas prácticas para guiarse en la vida, lecciones de inmediato provecho para los individuos y sociedades; las condiciones en que se producen los actos humanos son raras veces suficientemente semejantes de un modo a otro para que las lecciones de la historia puedan ser aplicadas directamente. Siguiendo con el pasado, Aron (1996) expresa que la definición más elemental del término historia es que la historia es el conocimiento del pasado humano; al respecto, Moradiellos (2001) opina que por definición, el pasado no existe y no puede ser confrontado ni abordado por ningún investigador.
La historia “no permite la restitución del pasado porque el pasado mismo como idea es irrecuperable” (Serna y Pons, 2000, p.178). Braudel (1968) expresaba que la distinción misma pasado-presente es hasta cierto punto arbitraria: la historia es una dialéctica de la duración; por ella, y gracias a ella, es el estudio de lo social, de todo lo social, y por lo tanto del pasado como del presente, ambos inseparables. Chesneaux (1977) refiere que el estudio del pasado no es indispensable sino al servicio del presente.
El control del pasado y de la memoria colectiva va por el aparato del estado que actúa sobre las fuentes (la mentira puede ser también una fuente). Muy a menudo, tiene el carácter de retención en la fuente, secretos de los archivos y, por qué no, destrucción de los materiales embarazosos (cuando se produce un incendio en un organismo público o privado siempre comienza por los archivos); este control estatal da por resultado que lienzos enteros de la historia del mundo no subsistan sino por lo que de ellos han dicho o permitido decir las autoridades del poder.  Se puede establecer, entonces, que se vive un eterno presente.
Teóricamente hay que replantearse las categorías de Tiempo y Espacio en el marco de los nuevos tiempos de crisis de paradigmas y de rupturas epistemológicas. El historiador debe reflexionar sobre su que hacer investigativo y no conformarse con solo reconstruir, desde el presente, ese pedacito del pasado, tiene que llenarlo de teoría sin temor a la incertidumbre, a la ideología y a la subjetividad. El historiador debe reflexionar sobre la teoría de su disciplina y aceptar la incertidumbre.
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