domingo, 15 de mayo de 2016

NOCIÓN DE NACIÓN


Por: Luis Rafael García Jiménez .

INTRODUCCIÓN.



El concepto de Nación intenta adquirir entidad propia frente a los conceptos de estado, pueblo, país o patria, aunque en su utilización popular todos estos conceptos puedan entremezclarse con aquél.  En un intento de abarcar todo lo anterior, la Nación ha sido definida como una comunidad en la que se dan unos factores comunes forjados a lo largo de la historia y cuyos miembros han adquirido conciencia y voluntad de los mismos intentando, para lograrlo a veces, constituirse en Estado.

NOCIÓN DE NACIÓN.
Desde la instalación del primer Congreso Constituyente de Venezuela, en 1811, y en el transcurso de las intervenciones de algunos diputados en las sesiones de los congresos constituyentes del país  se encuentran,  de forma reiterada, las palabras: nación, estado, pueblo, país. En tal sentido,  Castro Leiva (1985) señala que:


Pueblo, estado, nación…Estos tres conceptos de la filosofía política ilustrada prosiguen su articulación argumental. Cada pueblo restituido a su función soberana a través de una forma determinada de gobierno, todo ello sobre los fragmentos de la desintegración colombiana. (p. 99).

La Ilustración influye en la independencia de todos los países del continente americana;  no solamente por su innovación en el campo de las ideas políticas y por su creencia en la razón como guía  del espíritu humano, sino también desde el punto de vista de la independencia cultural. Una tendencia que se encuentra en la penetración de la Ilustración en toda Hispanoamérica, es la utilidad que presta como ideología de combate contra el Estado metropolitano y colonial y la toma de conciencia sobre la decadencia del Imperio Español. 

1.- Categorías  claves.

Antes de comprender qué se entiende por Nación, es necesario clarificar otros términos que están imbricados, tales como Estado, país, pueblo,  república y  constitución llamada por muchos la carta magna.

El vocablo Estado deriva de stato, participio del verbo stare, y designa una «organización estable».  Indica y describe una forma específica de ordenamiento político que empezó a adquirir cuerpo a partir del siglo XIII y se  desarrollo a través de los conflictos entre iglesia, baronía, señorío, monarcas y burguesía mercantil en torno a la unificación de las estructuras de poder territorialmente fragmentadas. El Estado, que hizo de las máximas amat enim unitatem suprema potestas y nulla obligatio consistere potest su principio justificador, vio su fisonomía delineada desde el tratado de Westfalia (el tratado, que data del 24 de octubre de 1648, puso fin a la Guerra de los Treinta Años que ahogó a Europa en guerras sangrientas por motivos religiosos. El tratado definió los principios de la soberanía nacional  se convierten en la constitución del nuevo sistema de Estados en Europa) y  dejó de existir con el logro de contornos precisos en el transcurso del siglo XIX. (Disponible: http://www.diccionariojuridico.mx/ Consulta: 02-03.14).

Estado es un concepto definido jurídicamente que en el orden material hace referencia a un poder estatal soberano tanto interna como externamente; en términos especiales, se refiere a un territorio claramente delimitado; y, socialmente, a la totalidad de los miembros, es decir, al pueblo propio de un Estado (Habermas,1989). La idea de nación, sólo a partir del siglo XIX se entiende como “pueblo propio de un Estado”, vinculándolo directamente a la idea de Estado, pero el término nación puede entenderse en diferentes sentidos, de acuerdo a la época histórica de que se trata.

 País  es una determinada área geográfica y una entidad políticamente independiente, que cuenta con su propio gobierno, administración, leyes, fuerzas de seguridad y, por supuesto, población. De todas formas, un Estado puede estar formado por distintos países o naciones. La palabra país comparte significado con nación (del latín nātio), especialmente  con su aceptación como nación política. Es decir, se trata del ámbito jurídico-político y de la soberanía constituyente de un Estado. Los países se encuentran divididos por líneas imaginarias que determinan su territorio. A estas líneas se las conoce como fronteras y son las encargadas de delimitar el espacio en el que cada Estado tiene su jurisdicción. (Disponible:  http://definicion.de/ Consulta: 02-03-14).

Pueblo proviene del término latino populus y permite hacer referencia a tres conceptos distintos: a los habitantes de una cierta región (estas personas constituyen una comunidad gracias a que comparten una cultura similar), a la entidad de población de menor tamaño que una ciudad y a la clase baja de una  sociedad. (Disponible: http://definicion.de/ Consulta: 02-03-14).

De acuerdo con Rodolfo Stavenhagen (2001):


Los pueblos los definimos como grupos étnicos, o etnias, que no han logrado esa conciencia nacional, o cuando menos no la han expresado, pero de todas formas están unidos por vínculos raciales, lingüísticos, culturales o nacionales que los distinguen de grupos similares y que crean conciencia entre sus miembros de una identidad común. (Stavenhagen, 2001, p.17).
 República  proviene del  latín res publica (“cosa pública”). La república es una forma de organización del Estado. En la república, la máxima autoridad cumple funciones por un tiempo determinado y es elegida por los ciudadanos, ya sea de manera directa o a través del Parlamento (cuyos integrantes también son elegidos por la población). Por extensión, se conoce como república al Estado que está organizado de esta manera y a todos los regímenes no monárquicos. Disponible:  http://definicion.de/ Consulta: 03-03-14).

 Constitución es  la doctrina jurídica explica la Constitución formal de un país como el conjunto de normas regulatorias de la estructura, el poder y sus funciones, la competencia y las atribuciones del Estado, así como los derechos que los particulares pueden hacer valer frente a él. (Disponible: http://www.diccionariojuridico.mx/ Consulta: 02-03-14).


2.- ¿Qué se entiende por Nación?

El término nación puede entenderse en diferentes sentidos, de acuerdo a la época histórica de que se trata. La Nación, en el sentido en que la palabra comienza a utilizarse a partir del siglo XX, es una formación social que nace en la modernidad. Aunque el término Nación era conocido desde períodos históricos anteriores; hasta entrada la Edad Moderna no se había formado ninguna estructura nacional en el sentido actual que sí se da a la expresión. Pero, antes  que se formaran las modernas nacionalidades, ya se podían ubicar comunidades, las cuales desempeñaban un papel parecido al que hoy le corresponde a la nación en los pueblos adelantados, y los cuales aunque con características diferentes, venían en el fondo a significar algo parecido a lo que Nación hubo de significar después. Así por ejemplo: la tribu, las confederaciones de tribus; la ciudad-estado de las antigüedad clásica: la Cristiandad por una parte, el reino, por la otra, en el Medioevo, en otras. (Recasens S., 1960).

El concepto común dentro del cual podrían quedar subsumidas la tribu, las confederaciones de tribus, la ciudad-estado entre otras y la nación sería el siguiente: una comunidad total, es decir, donde se cumplen todas las funciones de la vida social, dotada de independencia, o por lo menos de una gran autonomía, dentro de la cual se desarrolla la conciencia de un mismo pasado, de una intensa solidaridad que abarca todos los aspectos de la vida, y de un común destino en el presente y en el futuro.
En una Conferencia dictada por Ernest Renan  en la Sorbona, Paris, el 11 de marzo de 1882 expresó que:


Una nación es un alma, un principio espiritual. Dos cosas que, a decir verdad, no son más que una sola, constituyen esta alma, este principio espiritual. Una se halla en el pasado, la otra en el presente. Una es la posesión en común de un rico legado de recuerdos, la otra el consentimiento actual, el deseo de vivir en común, la voluntad de continuar haciendo valer la herencia indivisa que se ha recibido. El hombre, señores, no se improvisa. La nación, como el individuo, es la culminación de un largo pasado de esfuerzos, sacrificios y devoción. El culto de los antepasados es el más legítimo de todos, ellos han hecho de nosotros lo que somos. Un pasado heroico, grandes hombres, la gloria, (me refiero a la verdadera) he ahí el capital social sobre el que asentamos una idea nacional. Poseer glorias comunes en el pasado, una voluntad común en el presente, haber hecho grandes cosas juntos, querer hacerlas todavía, he ahí las condiciones esenciales para ser un pueblo. (p.10).

(Disponible:http://enp4.unam.mx/amc/libro_munioz_cota/libro/cap4/lec01_renanqueesunanacion.pdf Consulta: 04-03-14).




 El término nación de natio ―vista en la antigüedad romana como equivalente a gens y populus y en oposición a civitas— se refiere originariamente a comunidades integradas básicamente por asentamiento y vecindad, en términos espaciales o geográficos, y por lengua, costumbre y tradiciones comunes, en términos de unidad histórica o cultural, pero no organizadas bajo formas estatales, en términos de unidad formal o política. Dicho de otro modo: en sus orígenes natio expresaba una realidad prepolítica o, con más precisión, una integración cultural a partir de una unión de personas con la misma procedencia, con la misma identidad colectiva y con la misma experiencia histórica. 



Ese sentido llegará al siglo XV, en el que el término «nación» pasa a ser empleado cada vez con más propósitos políticos, designando «una cantidad considerable de población que vive en cierta extensión de territorio, comprendido dentro de ciertos límites, y que obedece al mismo gobierno». A partir del siglo XVIII, período marcado por las tres grandes revoluciones burguesas (la inglesa, la norteamericana y la francesa), la nación incluye societas civilis (los ciudadanos con derecho a participaren la elaboración de leyes, así como en la construcción y en la conducción de las instituciones de gobierno) y la idea de «conciencia nacional» se transforma gradualmente en una poderosa fuerza movilizadora, de cohesión y de afirmación social. Éste es el momento histórico en el que la nación pasa a ser identificada como fuente de soberanía. Es decir, como la consecuencia concreta del derecho de una comunidad dada o de un pueblo a autodeterminarse políticamente y a hacer valer, dentro de su territorio, la universalidad de sus decisiones, como resultado objetivo de la capacidad de una sociedad históricamente integrada para constituirse libremente, para organizarse de modo independiente, libre y soberano. Sin inferencia de otras naciones. (Disponible:  http://www.diccionariojuridico.mx/ Consulta: 04-03-14).

Del término nación se desprende la nacionalidad, que es una capacidad especial, que define derechos y obligaciones específicos para determinadas personas individuales o colectivas a quienes el orden considera integrantes permanentes del Estado y, por tanto, receptores de sus normas de convivencia. La permanencia se mantiene aun cuando el individuo resida fuera del territorio nacional. (Disponible:  http://www.diccionariojuridico.mx/ Consulta: 04-03-14)

Max Weber (1944) señala, que es difícil dar una definición unívoca de nación, que cubra  todas las realidades empíricas a las que suele aplicarse este nombre. Observa por otra parte que: ocurre que, por debajo de todas las variedades sociales designadas como naciones y aun de las diferencias de sentido de ese vocablo, se destaca siempre un significado común: “la posesión por ciertos  grupos humanos de un sentimiento específico de solidaridad interna frente  a otros grupos humanos” (p. 53).

Por otra parte Stalin (1977)  expresa que la nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de una comunidad de idiomas, de territorio, de vida económica y psicológica que se revela en la comunidad de cultura.

Pero, algunos de los elementos señalados por el  autor antes  citado, no son factores o elementos fundamentales ya que, esencialmente, la Nación es una comunidad de vida producida por la historia y no por la naturaleza, es decir, la nación no se constituye ni se define por la comunidad de sangre (la etnia). La  Nación tampoco es una comunidad de lengua; la comunidad de idioma no basta para  engendrar el sentimiento nacional. La configuración geográfica tampoco es constitutiva de la Nación.

Al respecto Ortega y Gasset (1987) señala:


Es una tergiversación querer fundar la idea de nación en una figura territorial, buscando el principio de unidad, que sangre e idioma no proporcionan, el misticismo geográfico de las fronteras nacionales (p. 376).

La conciencia de un pasado común constituye un factor importantísimo  en la formación de la Nación; pero, sobre todo, del sentimiento nacional. Cierto que la Nación es, principalmente, la portadora de un destino histórico común; pero, es también,  en alguna medida, el producto de ese destino. La conciencia de un pasado común desarrolla un sentimiento nacional. Ese  sentimiento que se desenvuelve al calor de la conciencia de un común pasado solidario, sentimiento que si duda juega un gran papel en la formación de la conciencia nacional, puede anquilosar la nación, cuando se desarrolla en un culto excesivo del pasado y cuando no está acompañado de un sentimiento dinámico apoyado en el presente.

El problema del culto exagerado al pasado puede llevar a una nación, o mejor dicho, a una conciencia nacional pasiva  e inoperante compensando su ineficiencia a un orgullo desmedido. El culto exagerado del pasado conlleva al culto de la personalidad del “líder gobernante” que representaría el pasado glorioso, como la historia lo ha demostrado en los gobiernos totalitarios.

El pasado común, el peculiar estilo cultural (incluyendo dentro de este las  relaciones con el ambiente y las instituciones sociales) constituyen importantes factores de la nación, pero no los únicos ni tal vez los de mayor alcance. Ya Renan (1882) observó que si la participación en un pasado común es un componente muy importante de la nación, la realidad de esta comprende, además y principalmente el sentimiento de solidaridad para las empresas del presente y el sentimiento de solidaridad para las empresas  del porvenir.

Es necesario tener claro los conceptos de Nación y de Estado para no caer en errores de interpretación. Recasens Siches (1960)  expresa que: “Confundir el Estado con la Nación sería un gigantesco error que conlleva a descomunales disparates teóricos, y a espeluznantes  efectos en la vida práctica” (p. 502). Pasa el autor ha señalar  tres diferencias fundamentales:

1ro.- Adviértase que el contenido de la    Nación es muchísimo más rico que el contenido  del Estado. La Nación comprende un sinnúmero de aspectos de la vida humana, ejerce una influencia sobre casi todas las actividades del hombre, es una  especie de atmósfera colectiva que circunscribe e impregna un sinfín  de conductas de la existencia humana. En cambio, el Estado es sólo una organización pública, una armazón jurídica, el órgano formalmente establecedor del Derecho, aplicador de este; el derecho es su dinámica, que comprende solo un cierto número de aspectos determinados de la vida humana, y nada más.

2do.- Dentro de la comunidad nacional, incluso bajo la presión de su específica atmósfera, hay un enorme margen para la espontaneidad individual y para la espontaneidad colectiva. Por el contario, el Estado entraña la  imposición coercitiva de unas ciertas conductas específicamente determinadas; es, por lo tanto, el reino de la coacción (latente o en acto) sobre ciertos aspectos de la vida.

3ro.- Mientras que no es posible enumerar las  funciones de la Nación, porque la Nación  es una comunidad total, en cambio, es perfectamente posible enumerar con toda precisión las funciones del Estado, las cuales están  definidas por el Derecho.

La Nación no debe ser para el Estado, sino el revés, el Estado debe ser para la Nación. El Estado no es (no debe ser) más que una máquina situada dentro de la Nación para servir a ésta. Mientras que la Nación es uno de los ejemplos máximos de comunidad el Estado es una asociación.

Otra de las diferencias las plantea Heller (1987); la Nación no presenta por lo general una unidad total de voluntad política sino que suele contener varias direcciones políticas. Por el contrario, el Estado, precisamente desde el punto de vista sociológico,  constituye una unidad de decisión  política.

El Estado, como organización de mando político, ha constituido muy a menudo uno de los factores más importantes en  la formación de la Nación. El Estado actúa como dinámico en la formación de la Nación. De acuerdo con Ortega y Gasset (1947), “El estado no es una forma de sociedad que el hombre se encuentra dada y en regalo, sino que necesita fraguarla penosamente” (p. 252).

De acuerdo con Mellado (2008): La nación y el Estado son hechos contingentes pero, como advierte Gellner (1991), “no son una misma contingencia” (p.19). Como observa Gellner (1991), a pesar de que sus emergencias no fueron idénticas, es discutible postular que “la idea normativa de nación, en su sentido moderno, no supuso la existencia previa del Estado” (p.20) el que, por otra parte, al fusionarse con una voluntad y cultura en común ––dos elementos constitutivos de lo nacional–– “se convierte en norma, y en una norma que no es fácil ni frecuente ver incumplida” (p.80).

Max Weber (19944) definió al Estado como el agente que posee el monopolio de la violencia legítima dentro de la sociedad. Según Gellner (1991), la idea que subyace en esta caracterización es la de que en las sociedades organizadas “como la mayoría de aquellas en que vivimos o deseamos vivir, la violencia particular o sectorial es ilegítima” (Gellner, p.16). De este modo, el uso legítimo de la violencia sería el criterio fundamental para entender el rol del Estado en la vida de las naciones. Ahora bien, la idea de que el Estado es aquel agente que, fuertemente centralizado, encuentra en el uso de la fuerza una forma socialmente autorizada para mantener el orden social si bien concuerda con las intuiciones morales de la mayoría de los miembros de las sociedades modernas, no termina de ser del todo satisfactoria, ya que existen casos de "estados" que no monopolizan la violencia legítima en el territorio que controlan.

Gellner (1991) señala que, a pesar de que existan estados que carecen de la voluntad o de los medios para ejecutar su monopolio de la violencia legítima, éstos “siguen siendo en muchos aspectos estados reconocibles” (p.16) y, esto es así, no tanto por la fuerza física que ellos puedan desplegar sino por el poder que ejerce el conjunto de sus instituciones en el mantenimiento del orden. La existencia de dichas instituciones, como la policía y los tribunales, requiere que éstas se hayan diferenciado y separado de la vida social, es decir, presuponen la división social del trabajo. “Donde no hay división del trabajo ni siquiera puede empezarse a hablar de Estado” (p.17), sostiene Gellner, especificando que dicha división sólo puede llevarse a cabo en una etapa “industrial” de la humanidad, precisamente porque esta etapa, que en su planteamiento le sucede a una fase preagraria y a una agraria, es la única que impone, de un modo específico y diferenciado en las relaciones económicas, la creación de instituciones especializadas, exclusivamente, en mantener la sociedad en orden.

Al igual que Gellner (1991), González S., Beatriz (1996) reconoce el poder disciplinador de las instituciones y se ocupa de aquéllas que despliegan las prácticas discursivas que, en torno a la nación, efectiviza el Estado. Así, constituciones, registros, censos, mapas, gramáticas, y tratados de higiene, entre otros, conformarían un conjunto de tecnologías especializadas del orden público que, tal como dice la autora, “coercionan, controlan, sujetan, regulan con docilidad el movimiento de los cuerpos para hacer de ellos subjetividades domesticadas, sujetos del Estado” (p.22).  El poder del Estado no sólo funciona  para controlar el espacio público de la nación, sino para crearlo.

El Estado es capaz de “ejercer cualquier tipo de represión y brutalidad a fin de suprimir disidencias legítimas y la pluralidad esencial de nuestra sociedad” (Ahmad, 1996: p.97),  el Estado ha utilizado a la nación como instrumento de múltiples usos. Ha usado a la Nación para consolidarse, legitimándose y reforzándose en su nombre y la ha convertido en un frecuente objeto de politización. Pero sucede, también, que la nación ha visto ––y continúa viendo en él–– la garantía de su libertad y soberanía.

Al estudiar la formación de las naciones hispanoamericanas  y, en este caso,  de Venezuela, éstas se han configurado como tales naciones sobre todo después  de la Independencia, si bien  empezaron ya a gestarse durante el  período colonial, en el  que se fue iniciando una comunidad entre los pueblos indígenas y los colonizadores por un proceso de mutua asimilación y de  amalgamiento; comenzando con un sentimiento de pertenencia local, pasando luego al regional para llegar al nacional.

Es indispensable la  conciencia de  formar parte de una nación como condición  de pertenencia a esta: La pertenencia a un Estado la define el Estado mismo. El Estado determina quiénes son sus  ciudadanos  tanto si tienen una idea clara de lo que  es ese Estado como si no  la tienen; como puede ocurrir, por ejemplo, con los grupos de analfabetos o los campesinos que vivan en situación de aislamiento  sin comunicación normal con los otros sectores de la población. Es  el caso de la inmensa mayoría de la población que en 1830 habitan lo que sería la nación venezolana.  Todavía, en las primeras décadas del siglo XX, Venezuela es un país incomunicado. Por el contrario, la cosa es diferente respecto a la Nación,  no se puede considerar que sean efectivamente partes de la Nación aquellos individuos que no tengan alguna conciencia de la Nación, es decir, que no tengan alguna representación de la nación dentro de la cual están insertos.

Pero no todos los habitantes de una Nación la ven de la misma manera, existen variedades en la actitud de los diversos sectores sociales de una nación respecto a ésta, Weber (1944) expresa que:


Existe una serie… muy distintas  y variables actitudes dentro de las clases, respecto de la nación… Las capas feudales, los funcionarios, la burguesía mercantil e industrial de diferentes categorías, las capas intelectuales adoptan actitudes frente a la a la nación, que no son uniformes ni históricamente constantes (p. 254).

De acuerdo con lo expresado por Max Weber (1944) se desprende que no solo  son cualitativamente muy distintos los motivos en los cuales se apoya la creencia en la existencia de una nación propia, sino también la conducta empírica que resulta de la pertenencia a la nación.

Partiendo de los anteriormente señalado se puede inferir que pueden existir varias naciones o pueblos dentro de un Estado, en tal sentido se puede mencionar al actual Estado español que está conformado por varias naciones, países, pueblos, por ejemplo: los vascos, los catalanes, los gallegos entre otros. Y, en la actual Venezuela, se ubican las naciones conformadas, entre otros por pemones, yanomami. Por tal motivo, además de tener claro qué es nación también es necesario  conocer lo que es país (región, provincia, territorio), pueblo (conjunto de personas de un lugar), república (organización del Estado) y Estado (conjunto de órganos de  gobierno de un país soberano).

Villoro (1998) concibe la nación como: “una comunidad de cultura que proporciona conciencia de pertenencia, un proyecto común y a la vez se relaciona con un territorio. A partir de esta definición distingue entre las naciones históricas y las naciones proyectadas (p.29). Como su nombre lo indica, las naciones históricas se  refieren a aquellas que nacen en un determinado período y evolucionan. La historia antigua de la nación es una característica muy importante ya que es a través de ésta que adquieren su identidad. Por su parte las naciones proyectadas nacen a partir del particular objetivo de edificar un Estado-Nación moderno; ya que son pocos los casos en los cuales el Estado se erige gracias a una nación. La gran mayoría de los Estados-Nación actuales contienen naciones construidas bajo el mito del Estado.

De acuerdo con Alfredo Margarino (1981), durante mucho tiempo, los pueblos se  pensaron como conglomerados rivales, sin más relación  que las que se operaban por intermedio del soberano. La gente se consideraba como originaria, nativa o habitante de una región, de una ciudad, de un feudo, mientras que los monarcas del siglo XVIII consideraban a sus pueblos no ya como, por ejemplo, valencianos,  caraqueños, limeños o mejicanos sino como leales súbditos de su Majestad. En Europa, la transformación de estas relaciones a impulsos del mercantilismo, cuando el Estado centralizado interviene con objetivos nacionales, modifica la situación; la región y la ciudad siguen siendo puntos de referencia para el hombre y para la comunidad, pero las decisiones se  adoptan a otro nivel, el de la nación formada por el conjunto de las comunidades y, en su caso, de las nacionalidades.

 La noción de ciudadanos, aunque no elimina a la región, hace hincapié en la pertenencia a esta comunidad general. En otras palabras, el ciudadano puede sentirse (en la época colonial) cumanés, maracucho, pero es ante todo, súbdito español  (primero) o colombiano después (1819-1830). Es interesante acotar que el término nacionalismo (probablemente de origen británico) aparece  a principio del siglo XVII, pero los diccionarios sólo lo acogen definitivamente  en el siglo XIX.

3.- Los preludios de la idea de Nación.

Para el contexto de Hispanoamericano, el desarrollo de la nación está asociado a los  procesos de ruptura con la metrópolis española, por lo cual su surgimiento se ubica a partir de  los procesos de independencia de los países de la región. (Orellano, 2008). El advenimiento de la nación en Hispanoamérica, como lo señala Francois-Xavier Guerra (1997), tuvo como escenario cuatro  condiciones muy particulares:

 En primer lugar, sostiene Guerra (1997), contrario a lo que postula la tradición historiográfica y política Hispanoamericana, la nación emerge en ausencia de movimientos  nacionalistas, es decir, los procesos de independencia no son antecedidos por ninguna  expresión de nacionalidad que se contraponga al poder de la monarquía española.

En segundo lugar, América hispana, previo a la independencia, era un mosaico de  grupos sociales, articulados y superpuestos entre ellos con relaciones muy particulares.  Ninguna nación hispana aspiró a identificarse con alguna comunidad lingüística, cultural,  étnica o religiosa en particular. Por el contrario, tuvieron como referentes de identidad  diversos elementos constitutivos de la monarquía española, en especial la figura del Rey.

 En tercer lugar, la independencia es el punto de partida, antes que el de llegada, de las  naciones hispánicas. Y esto guarda relación con el problema central de las naciones de Hispanoamérica: la conformación de varias naciones a partir de una misma nacionalidad, la  española.

  En cuarto lugar, las especificidades que adquirirán las distintas naciones  hispanoamericanas se verán nutridas por sus particularidades regionales en formación y el  sentimiento y filiación hacia la tierra donde nacieron sus líderes. La nación se concibe como  un modelo de comunidad política, en el que se conjugan las dimensiones simbólicas y  prácticas del quehacer de los grupos sociales que hacen vida en común.

La crisis de la sociedad colonial se manifiesta a finales del siglo XVIII y la ruptura del nexo colonial se realiza en los primeros veinte años del siglo XIX. Cuando se estudia la estructura social de la colonia (estamentos) se puede apreciar que una minoría  es la que posee el poder económico,  político (en los cabildos), social y cultural (únicos que tienen acceso a una educación formal) y la posibilidad de viajar a Europa a continuar su formación intelectual. Es  una estructura social vertical, rígida e impermeable, en donde, para obtener cargos o estudiar en la Universalidad se tiene que demostrar pureza de sangre.  Los privilegios nacen por ser los hijos de los primeros conquistadores.

Por tal motivo, la posibilidad de una idea de nación y creación de  la misma es  un producto de los “blancos criollos”, es decir, de los descendientes de los primeros colonos españoles. De ellos heredan la propiedad de la tierra (origen de la riqueza) lo cual les permite el control de la economía (gracias al contrabando la mayoría de las veces) y  este estamento  conforma una élite totalmente diferenciada de las masas o del pueblo.

De acuerdo con Akzin (1983):


… el pensamiento democrático sirve así para reforzar el nacionalismo donde quiera que un grupo gobernante es étnicamente diferente  de las masas de los gobernados y ésta es una situación con que se ha enfrentado una parte apreciable de la raza humana en el último siglo. (p.59).


Cuando se pregunta: ¿quiénes son los dueños de los esclavos? ¿Quiénes son los que tienen a los indígenas sometidos en la encomiendas? ¿Quiénes tienen  a los pardos de peones o dependientes? La respuesta es: los “Blancos Criollos”. El pueblo, en el sentido amplio de la palabra (pardos –mayoría de la población- , esclavos –incluyendo libertos manumisos y cimarrones – y los indígenas),  no participa en la toma de decisiones sobre la independencia.  Su opinión no es oída a pesar de  que el Congreso de 1811 y los posteriores se reúnen  en nombre de él. Recuérdese que la esclavitud es abolida en 1854 (cuarenta y tres años después de la independencia y veinticuatro años después de la separación de Colombia y de la muerte de Bolívar). Debido a la condición social de  los dirigentes y líderes de la independencia para la mayoría del pueblo   no es vista con buenos ojos el proceso de independencia y la guerra desarrollada por  once años.

Pero, lamentablemente,  históricamente hay una constante:

El pueblo, en cuanto formación cultural, no desempeñó, ni en la antigüedad ni en la Edad Media, papel de importancia en la formación de los grupos políticos. Hasta el siglo XIX no existió ni una teoría ni una     práctica de la política construida de manera consciente sobre la peculiaridad cultural del pueblo. Incluso la conciencia occidental empieza en el Renacimiento, en el Oriente europeo a finales del siglo XVIII y  que actualmente se inicia en Asia, no ejerce al principio influjo alguno. (Heller, 1987; p.174).

            La pregunta lógica: ¿son los blancos criollos la única clase capaz de llevar a cabo la independencia? De acuerdo con las condiciones de vida de la mayoría impuestas por la minoría SI. Más aun, la mayoría de la población apoya a los Blancos Peninsulares (representantes de la Monarquía). Por tal motivo, la idea de nación es producto de un grupo o clase social muy bien definida: “La conciencia de grupo parece claramente una cuestión  de la instituciones sociales” (Deutsch, 1981; p.36). Aunque parezca paradójico en la  colonia tardía, los únicos que tienen  “consciencia de clase” son los blancos criollos que desean desplazar a los blancos peninsulares (representantes de la Corona en América con los cargos burocráticos de poder político). Pero no todos los criollos están con la independencia y  un ejemplo emblemático es la hermana de Bolívar, María Antonia. Es una mujer de convicciones monárquicas y nunca lo oculto (Quintero, 2008)  y no todos los criollos son letrados y se conforman con romper el vínculo político con España. Prefiriendo la autonomía, pocos de esa élite, se infiere,  tienen clara conciencia de crear una nación.

            El proyecto de constituirse en nación en 1811 no llega a consolidarse (es más, el sistema federal establecido aseguraba las autonomías regionales) ya que los diputados abandonaron las tribunas para defender con las armas sus ideas independentistas. Al culminar la guerra, el grupo  social de los criollos queda considerablemente maltrecho y disminuido y da paso a nuevos actores, hecho que convierte la política nacional como la más igualitaria de toda América. En el siglo XIX se consolidan lo nacional y lo soberano que es el  “… resultado de la fusión del patriotismo con la conciencia propia de la nacionalidad…” (Hayes, 1966; p.2). Tarea titánica (aún en los últimos años se critica su posición) porque no hay patria y, menos aún una conciencia de nacionalidad en la mayoría de la población donde  solo existe el discurso de la élite. Más aún cuando, en 1813, Bolívar comenzaba a llamarnos colombianos. El ejército que se enfrenta a los monárquicos en el Campo de Carabobo (1821) es el ejército  colombiano dirigido por Bolívar, Presidente de Colombia. La patria es Colombia.

            Como es sabido, al iniciarse la confrontación bélica (en la práctica, una guerra civil) hay más nativos de estas tierras luchando a favor de los monarcas en la Batalla de Carabobo que en las filas colombianas. Atrás  queda  el Acta de la Independencia: “Declaramos solemnemente  al mundo que sus provincias unidas son, y deben ser desde hoy, de hecho y de derecho Estados libres, soberanos e independientes y que están  absueltos de toda sumisión y dependencia de la corona de España”. (Bolívar –Documentario-, 1983). La idea es que las provincias se unan para separarse de España; aquellos hombres no piensan en unirse a un antiguo virreinato. Sólo Miranda pensaba unir a toda Hispanoamérica (bajo el nombre de Colombeia) y conformar el Incanato (especie de monarquía) y Bolívar logra una modesta unión colombina.

            Los primeros constituyentes dejan establecido su concepto de Estado en la proclama dirigida a los habitantes de Caracas: “En efecto, Estado independiente y soberano es aquel que no está sometido a otro: que tiene su gobierno, que dicta sus leyes, que establece sus magistrados y que no obedece sino los mandatos de las autoridades públicas constituidas por él según la constitución y reglas que se dan para sus existencia política” (Bolívar –Documentario-, 1983). Los artífices de la idea de nación constituida en Estado soberano son civiles para ese momento histórico contándose entre ellos Cristóbal Mendoza y Germán Roscio entre otros.

 Pero cuando se busca los antecedentes inmediatos o directos del concepto o la idea de nación y Estado en los primeros constituyentes, se encuentran  “a partir de la Revolución Francesa cuando comenzó a utilizarse el concepto de nación como aludiendo  a un cuerpo democrático de individuos, unidos por la posesión de derechos comunes y con una organización de poder político fundamentada en el consenso” (Vargas y Sanoja,1989; p.09) y “tuvo en su origen un sentido completamente universalista” (Habermas.1989;p.117). Recuérdese que la Revolución Francesa es la primera revolución burguesa, es decir, una élite social económicamente poderosa llamada burguesía que acaba con la monarquía francesa e instaura la república.

            Pero para llegar al concepto práctico, y sobre todo, jurídico, es necesaria la existencia de unas condiciones previas o condiciones objetivas. En tal sentido, se tiene que: “… el desarrollo del concepto de nación y la estructura estatal son procesos inducidos que se dan sobre la base de condiciones socio-históricas producidas por las sociedades aborígenes y la sociedad europea que se convierte en el polo dominador del proceso” (Sanoja, 1987; p.265). Lo que será posteriormente la nación venezolana está  fundamentado en un sincretismo total (cultural, étnico, político, social, económico imbricados en un objetivo común) representado por los  aborígenes, los invasores españoles, los secuestrados africanos y posteriormente en el siglo XX con la inmigración europea dará origen a lo que hoy días es el gentilicio de ser venezolanos.

            En la colonia tardía, los descendientes de los primeros conquistadores que convierten en polo dominador del espacio (geográfico y humano) los ya mencionados criollos, aseguran su dominación con:

El establecimiento de nuevas formas de gobiernos y marcos jurídicos propios que integren las diferentes áreas del territorio a través de la institucionalización de sus relaciones, ha sido el instrumento idóneo para asegurar los intereses  de esta clase, apoyada en otros elementos integrados de carácter  ideológico: la definición y fortalecimiento  de una conciencia nacional según la cual los intereses  y objetivos de la formación social en su conjunto se definen de acuerdo con el marco referencial de la clase dominante.  (Cendes, 1986; p.101).

            Como ya se expresó anteriormente, esta primogénita  república federal proclamada en  1811, tiene una existencia sólo de siete meses debido a la reacción monárquica y sellada con la capitulación de Miranda (hecho preso y entregado a los españoles de manos de Simón Bolívar, Miguel Peña y Manuel María de la Casas). El próximo congreso se reunirá, en 1819, en Angostura (hoy Ciudad Bolívar) bajo el mando de Bolívar.  A partir de allí,  no se hablará de una Confederación Americana de Venezuela sino de un Estado Centralista y nace  la semilla de la unión colombiana, ratificada en el Congreso de Cúcuta de 1821. Muchos ven esa unión como una necesidad táctica de la guerra; la República de Colombia está más en el papel y en el  pensamiento de Bolívar que en la conciencia de la población y de la élite criolla.  La élite esperará las condiciones favorables para ejecutar sus planes de separación: “el movimiento que da el traste con Colombia es política e ideológicamente abigarrado, y se caracteriza por la ausencia de participación popular”. (Carrera Damas, 1983; pp. 72-73).

            Por ello, siempre es importante estudiar  la posición de José Antonio Páez en el proceso de separación de la República de Colombia. Hasta qué punto  Páez es manipulado por la élite de los criollos en general y la valencianidad (que aspira la capitalidad) más aun cuando él no pertenece  a ese estamento. Ha llegado al máximo grado militar con esfuerzo propio. Lo que está demostrado históricamente es que José Antonio Páez:


… asumió la nación, mientras Simón Bolívar hizo suya la emancipación. Al luchar por ésta, Simón Bolívar suponía que ella advendría al reino de la razón y la moral; al asumir la nación, José Antonio Páez permaneció en el ámbito de su razón y de su moral. Por eso, mientras Simón Bolívar fue el hombre del siglo XVIII, José Antonio Páez lo fue del siglo XIX (…), los papeles históricos que están asignados de esta manera: Simón Bolívar fue el creador de la independencia, José Antonio Páez el de la Nacionalidad. (Castro L, 1985; pp. 11-12)


            De acuerdo con lo antes dicho y siguiendo el criterio de Arciniegas (1989) se tiene que la nación presupone, como concepto, un cierto grado de integración socioeconómica del territorio y una estructura valórico-normativa que obra como mecanismo de identidad, amén de su expresión jurídico-política, el Estado, que somete al ámbito geo-social a su autoridad. Todo esto, para el   tiempo de 1830, es más meta-historia que realidad venezolana; al igual que los países  hispano-americanos, no cuenta con los elementos constitutivos.

            La “conciencia nacional”, por ejemplo, sería una “conciencia estamental” (solo de sectores socio-económicos), es decir, una experiencia ciudadana común. Aun cuando la lucha anticolonial contribuyó a generar amplios sentimientos nacionales, los intentos de creación de un orden político oligárquico (de participación restringida) obstaculiza,  en poca medida, la transferencia de las lealtades políticas de los sectores populares hacia los nuevos centros de autoridad, a las formas de un nuevo Estado. Son lealtades que antes fueron otorgadas al poder monárquico colonial, se desplazaron hacia los caudillos quienes, por las condiciones que impone la atomización social, se forman  las organizaciones en función de sus intereses y/o los intereses regionales y locales. Se entenderá entonces, que esos autonomismos se fusionan con las luchas caudillistas y resistirán el sometimiento a la jurisdicción de las nuevas estructuras políticas en formación. A pesar de ello la  Constitución de 1830, donde nace Venezuela y la nacionalidad venezolana, será la Constitución de más larga duración en el siglo XIX, de 1830 hasta 1857; es decir veintisiete  años, solo superada por la Constitución de 1961 (duración: treinta y ocho años).

            De acuerdo con González O., (2002): La conciencia histórica y la identidad nacional es el proceso de comprensión de lo vivido, de todos los procesos vividos, cuando y como lo hemos vivido; la valoración de lo vivido y de lo logrado en él o los procesos para construir una nación, con todos ellos, no sólo con algunos y, sobre todo, con los que condujeron a un presente de logros y déficits, de transformaciones tan profundas como la crisis que nos habita; y por supuesto, la identificación de estos procesos y su valoración, condición para el raigambre de un sentimiento de pertenencia.


  Los venezolanos tenemos una idea ahistórica de Venezuela. A la pregunta ¿Desde cuándo existe Venezuela? Responden ¡Desde siempre! No sabemos, o no podemos afirmar que sepamos, que cosa es Venezuela; y nos sorprenderíamos si se nos recuerda que la denominación es un invento, y europeo. Lo denominado, un territorio que no siempre ha sido el mismo; un estado republicano que primero fue monárquico, y una república que no siempre ha tenido el mismo nombre. Y lo denominable, una nación, es decir, un grupo humano mestizo y de inmigración; un territorio con un determinado grado de integración; un complejo de vínculos de superación de los conflictos y las desconfianzas mutuas, de solidaridad consensualmente admitidos y de unión bajo un gobierno común; una conciencia e identidad, y un sentimiento de pertenencia
(González O, 2002. Disponible:  www.tiempo.uc.edu.ve Consulta: 30-03-14).



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