Por: Luis
Rafael García Jiménez
Artículo publicado en la Revista Tiempo y Espacio:
N° 70, Vol. XXXVI. Julio-Diciembre, 2018
Depósito Legal: pp198402DC2832 • ISSN:1315-9496
RESUMEN
El
presente trabajo: El historiador y la incertidumbre histórica, se refiere a que
los historiadores han sido poco dados a la Teoría, han reflexionado poco sobre
su disciplina. La Historia pasó de ser autónoma, basada exclusivamente en el
documento, a buscar el auxilio de otras disciplinas, ella luchó por ser una
ciencia y por tal motivo no ha podido escapar de la crisis de los paradigmas,
llevándola a replantearse categorías vitales como: la objetividad, el
pasado y el tiempo.
Palabras
claves: Historia, pasado, tiempo, objetividad.
ABSTRACT
This paper: historian and historical uncertainty,
refers to that historians have been given to the theory, have thought a bit
about their discipline. The History went from being autonomous, based
exclusively on the document, to seek the help of other disciplines, she
struggled to be a science and therefore it has not managed to escape from the
crisis of paradigms, leading it to rethink vital categories as: the
objectivity, the past and the time.
Key words: history, past, time, objectivity.
INTRODUCCIÓN
De
acuerdo con la herencia griega Teoría es contemplar – perteneciendo al objeto
más que poseyéndolo – la Historia es el análisis del paso del reflejo a lo
reflejado. Hasta la actualidad los historiadores poco han reflexionado sobre la
teoría inherente a su práctica
profesional, se ha dejado la Teoría de la Historia a los filósofos. La Historia
desde sus orígenes hasta los inicios del siglo pasado mantuvo una autonomía con
respecto a otras disciplinas, se apoyaba exclusivamente en el documento. Más
adelante la Historia abrazará el método científico y comienza a llamarse
ciencia, buscando el apoyo de otras disciplinas que serían sus auxiliares.
Finalizando
el siglo XX las ciencias entran en crisis y paradigmáticamente comienzan las
rupturas epistemológicas. Este escenario epistémico ha llevado a los historiadores a replantearse el pasado y el
tiempo categorías fundamentales en la actividad investigadora.
La
Historia retrodice o más bien post-dice, el pasado siempre será visto desde el
presente (cada generación escribirá su historia) y jamás se podrá reconstruir
todo el pasado, solo se conocerá de él partículas fragmentos. Siempre se ha
dicho que el historiador se enfrenta a dos tiempos: el cronológico y el históricos,
pero la realidad brinda multitud de tiempos, por ejemplo: el económico, el político
entre otros que se mueven a diferentes velocidades.
El
presente trabajo se ha dividió en tres partes en donde se realizará una
aproximación: a la teoría, de lo pluridisciplinario a lo transdisciplinario, al
tiempo y al pasado.
I.
LA TEORÍA.
En la investigación histórica la
teoría forma parte de la realidad humana, a la vez que la teoría describe esa
realidad. Se ha identificado el hecho histórico como una elaboración conceptual
(Croce, 1953), para éste autor: la realidad es el espíritu que coincide con el
mundo, la Historia sería entonces un acto de pensamiento. Entendiéndose que el
historiador es quien construye la realidad, originando a la historiografía que sería la disciplina
histórica, diferente de la Historia propiamente dicha o realidad histórica.
La historicidad indica la razón que
eleva un suceso a Historia y construye a ésta en cuanto tal, ella se refiere a
aquello que le da fundamento al cambio histórico involucrando al ser histórico
cargado de subjetividad. En cuanto al historicismo, se refiere al conocimiento
de los fenómenos históricos y a sus nexos con las condiciones que lo
determinaron.
Los historiadores han sido poco dados a
la teoría, como bien lo han expresado Samuel (1984) y Cipolla (1991), ellos se
han conformado con reconstruir el pasado, a partir del documento sin
teorizarlo, veían a la historia como una
ciencia autónoma sin buscar auxilio en otras disciplinas. Esto ha llevado a la
crisis de la historia que según Berr (1961)
se basa en un estado inorgánico de los estudios históricos, originado por un
excesivo número de historiadores que jamás reflexionaron sobre la naturaleza de
su ciencia. Pero la Historia en su afán
por ser ciencia, en el sentido Moderno del término, abrazó todos los pasos y
técnicas del método científico, basado en proponer leyes generales, apego a la
objetividad y su fe ciega en el progreso.; y cuando la ciencia entra en crisis
la Historia es la primera en sufrirla. Con respecto a la Ciencia, Horgan
(1998) señala que ésta al igual que la
tecnología, las artes y todas las disciplinas progresivas y acumulativas están
tocando a su fin.
Una teoría de la historia (Marrou, 1979)
sería una definición de lo que significa lo histórico que pueda ser demostrada
de forma empírica. Se llama teoría a aquel conjunto de proposiciones, referidas
a la realidad empírica, que intentan dar cuenta del comportamiento global de
una entidad, explicar un fenómeno o grupos de ellos entrelazados (Aróstegui,
1995).
En las primeras décadas del siglo XX Ortega y Gasset (1928)
planteó el término historiología (teoría de la Historia), que sería el conjunto
de explicaciones, métodos y teorías sobre cómo, por qué y en qué medida se han
dado los hechos históricos y las tendencias sociopolíticas que se han dado en
algunos lugares y no en otros. La historiología ha sido definido por el DRAE
como: Teoría de la historia, y en especial la que estudia la estructura, leyes
o condiciones de la realidad histórica.
II.
DE LO PLURIDISCIPLINARIO A
LO TRANSDISCIPLINARIO.
La modernidad se ha caracterizado
por tener el conocimiento departamentalizado, cada quien en su rama, cada cual en su parcela.
En la presente modernidad tardía, ya no se habla de la independencia o
autonomía de las disciplinas, ya se habla y se trabaja en interdisciplinas,
pluridisciplinas y transdisciplinas,
que permitirán crear el intercambio, la
cooperación y la pluricompetencia. Se tiene que Interdisciplina: quiere decir entre otras cosas, intercambio y
cooperación entre disciplinas; lo cual podría convertirse en algo orgánico. Por
Pluridiscilplina: como una asociación de disciplinas en virtud de un proyecto o
de un objeto común. Y Transdisciplina: la frecuencia de esquemas cognitivos que pueden
atravesar las disciplinas, a veces con una
virulencia tal que las pone en trance.
La ciencia histórica autónoma del siglo XIX comienza
a buscar la ayuda de otras ciencias a mediados del siglo XX. Recordemos a Braudel (1968) que se refería con firmeza en pro de un enfoque
radicalmente interdisciplinario para la historia y para las ciencias sociales;
disciplinas como la economía, la geografía, la antropología y la sociología
debían intervenir en los problemas detectados por el historiador. Braudel con
su adopción del estructuralismo sostuvo frente al humanismo y al historicismo,
la primacía cognoscitiva de las estructuras inconscientes y extrasubjetivas en
el análisis de la realidad.
En opinión de Medina (1992), la investigación
sistemática que desarrollan las diferentes ciencias sociales les ha venido
planteando, cada vez más, la necesidad de cooperación e intercambio entre
ellas. Han surgido así las investigaciones multidisciplinarias que constituyen
un agregado de ciencias sociales en las que cada una de éstas, sin perder su
propio perfil, ofrece su perspectiva metodológica y sus aplicaciones, para
luego proceder a una síntesis.
Se ha llegando al umbral de lo metadisciplinario que permite asumir conscientemente la condición
fronteriza de los saberes o fronteras disciplinarias -a partir de preguntas
incómodas y transversales-, de los objetos y de los métodos (Serna y Pons,
2000).
Finalizando el siglo XX y los años que han
transcurrido de este nuevo siglo las nuevas propuestas de la Historia pueden
ser considerada transdisciplinaria, haciéndose carne viva en el sujeto que la
construye como reflexión (como confluencia, perspectiva y horizonte -Puerta,
1999- como complejidad trascendente) donde el método y la teoría histórica
moderna son puestos en trance cuando se diluyan otros métodos, otras teorías y
otras disciplinas. Entendiendo que lo transdisciplinario no es un método, pues,
de acuerdo con Lanz (2003), es una perspectiva fundamentalmente negativa,
crítica, carcomedora de los fundamentos de la ciencia moderna. No hay y no
puede haber, una monstruosidad tal como un manual de metodología
transdisciplinaria.
Con lo transdisciplinario, se trata de entrar en
silencio, con sigilo, por la puerta de atrás (con entradas distintas y
asociadas) a la nueva manera de pensar en la tardomodernidad o modernidad
tardía (crisis de la modernidad), aun cuando es necesario reconocer que una
gran mayoría de investigadores siguen aferrados a las viejas teorías
(comprensible mientras éstas expliquen su realidad) y acusan a las “nuevas” de
simples “modas”, expresando en el fondo sus temores por la incertidumbre
reinante o aguardar pasivo y cautelosamente hacia donde van las naves empujadas
por los nuevos vientos historiográficos para ellos abordarlas cómodamente.
Si bien es necesario reconocer que en los últimos
cuarenta años se han ido alternando diversas teorías, como bien lo expresa
Morris (1997) en su trabajo sobre los Estudios Culturales, toma como referencia
el año de 1997 se tiene lo siguiente: hace treinta y cinco años -1962- el catalizador del nerviosismo en
las humanidades fue el estructuralismo; quince años atrás -1982- la semiótica y
el postestructuralismo; diez años atrás -1992- la deconstrucción; el año pasado
-1996- la “corrección política”; este año -1997- los estudios culturales.
La crisis de paradigmas ha permitido abrir caminos
o trochas de cazadores cognitivos para abordar con incertidumbre la alea que
envuelve a la Historia y a las Ciencias Sociales. Los métodos buscados serán
una brújula que guiarán el nuevo camino o tránsito de caminos y la teoría una
herramienta por descubrir, para abrirlos. Como diría Morin (1984), se
establecerá una relación recursiva (relación que se establece entre el discurso
y la estructura social) entre método y teoría. El método, generado por la
teoría, la regenera. El método (camino) necesita de la generatividad
paradigmática/teórica, pero a su vez regenera a esta generatividad. El método
es entendido como un procedimiento de adquisición de conocimiento en la nueva
manera de pensar, entendiendo que en el camino las piedras son las
contradicciones y la ambivalencia.
Como es sabido, en el caos se encuentra la
organización y en la contradicción se organizan las ideas, no se debe huir del
temor que aflorar y enfrentar las contradicciones, como diría Pascal, ni la
contradicción es señal de falsedad, ni la no-contradicción es señal de verdad
(1995); se tratará de desarrollar un discurso no ideológico (en la medida que
se aceptan las contradicciones) que, de acuerdo con Eco (1991) la ideología, es
un aserto metasemiótico que muestra la naturaleza contradictoria del espacio
semántico a que se refiere. De igual manera, se trata por todos los medios de
que el texto resultante no sea monológico, ya que el texto monológico tiene una
lógica única, homogénea y relativamente uniforme (Bajtin, 1981); éste se presta
fácilmente a la apropiación ideológica, porque el aspecto esencial de la
ideología es el mensaje transmitido, y no el modo como el mensaje surge y se
articula en el terreno de la palabra.
Hay que buscar nuevas alternativas, moviendo con
fuerza las estructuras cognitivas existentes por siglos; algo debe salir, algo
debe emerger (en acción). El problema no es el éxito o el fracaso, todo radica
en intentarlo, simplemente atreverse frente a las certidumbres de la historia
positivista y a la escuela metódica. Renunciar al error sería renunciar a la
riqueza de lo humano (Vattimo, 1989). Recordemos que: Cuando una teoría
atraviesa el Atlántico, pierde muchos de sus tonos políticos y sociales
(Jameson (1996). Y cuando en Europa ha pasado las discusión, en Latinoamérica
continúa pero ya mestiza.
En la actualidad algunos historiadores han
incursionado en los Estudios Culturales, ellos se inician en la década de los
cincuenta con Hoggart -1957- y Williams -1966 y 1997- y Stuart -1984-,
reapareciendo treinta años después en el escenario de las ciencias sociales
(“parte de planteamientos sociocríticos-literarios, cercanos al marxismo, se ha
encontrado con el posestructuralismo y demás variantes postmodernas, incluido
el llamado pensamiento ‘postcolonial’, la crítica feminista, el
multiculturalismo” -Puerta, 2002, p. 39-), a partir del cuestionamiento a la
coherencia de las disciplinas tradicionales de la modernidad y al
cuestionamiento de la legitimidad de las premisas que las sustentan: la
certidumbre, la verdad, la universalidad, el tiempo, el pasado, el espacio, la
subjetividad, la objetividad y la idea de progreso, entre otras.
En América Latina, se “ha asumido el reto inter y
transdisciplinario, y ha introducido innovadores abordajes del tema de la
comunicación de masas conectado con los ámbitos de las culturas populares”
(Puerta, 2002, p. 39). Pero recordemos que los estudios culturales ya
atravesaron el Atlántico y hemos quemado las naves, la teoría será sincretizada
y reinterpretada. Reynoso (2000) expresa que en las metrópolis se está
percibiendo con claridad la extenuación de los Estudios Culturales y que en los
países periféricos recién ahora se están adoptando. En la cultura, se está
desarrollando una refiguración del pensamiento social (Geertz, 1990), es decir,
la existencia de géneros borrosos como un resultado de las reconversiones
suscitadas por una nueva idea de cultura.
De todas maneras, el vuelco semiótico de la
Historia y de las Ciencias Sociales
apuestan a la extensión de modelos y enfoques sistemáticos, hacia campos nuevos
de investigación, fundamentándose en una reflexión hermenéutica (partiendo de
la noción de fusión de horizontes, con la existencia de un plano trans-subjetivo
de la comprensión que condiciona los efectos producidos -Jauss, 1976 y Gadamer,
1993-), la cual se encuentra actualmente en proceso de formulación y
consolidación, convirtiéndose en un ensayo exploratorio de espacios vacíos
entre disciplinas y a través de ellas (Puerta, 1999), sin caer en una especie
de un modo meteorológico del pensar; es decir, atento al clima cultural del
momento. Fontana (1982) expresó que el punto de partida para una reflexión
sobre el laberinto de corrientes que han venido a sucederse en los decenios
finales del siglo XX en la historiografía debería ser el fracaso de las
expectativas que se habían depositado en formas elementales y catequísticas del
marxismo.
Después de haber concluido la discusión postmoderna
en los países del primer mundo (como un dominante cultural de la lógica del
capitalismo tardío) o su agotamiento para otros, ha quedado el malestar o la
resaca y se ha perdido la inocencia, y una vez perdida ésta jamás se recupera.
Ya se reconoce o una gran mayoría está de acuerdo, en que la modernidad está en
crisis. La modernidad se ve volcada hacia dentro, sin posibilidad de
escapatoria (Habermas, 1993) y la posmodernidad fue rebasada por la
incertidumbre masificada y la angustia ante el porvenir, contexto en el cual, pese
a todo, puede aún sobrevivir en la esperanza (Lipovetsky, 2004). Como bien lo
expresa Picó (1999) “a finales del siglo XX ya no se tiene, como hasta hace
poco tiempo, una conciencia cierta sobre el sentido emancipador de la historia,
un horizonte optimista de que a través de un esfuerzo de voluntad colectivo la
humanidad será capaz de sentar las bases de su propia emancipación” (p. 269).
La crisis y la consecuente reorientación teórica de los estudios históricos
forman parte de un proceso más general del cambio cultural, intelectual,
académico y científico en el ámbito mundial. Se percibe ahora un movimiento
reconstructivo e integrador (Puerta, 2002).
El balance de las ciencias sociales, realizado por
Bell (1984) desde la Segunda Guerra Mundial, que incluía un cuadro de innovaciones básicas a
partir de 1900 a 1965 La historia no aparecía para nada en sus páginas, la
había expulsado de las ciencias sociales. La historia, considerada científica,
parte de la premisa de formular o establecer leyes históricas para justificar su
método. La idea de que la ciencia establece leyes proviene más del
cientificismo del siglo XIX (con el carácter determinista que las definió) que
de la ciencia moderna. Según Althusser (1968), Marx descubrió la ciencia de la historia, o materialismo histórico;
esta nueva ciencia de la historia es preciso entenderla como la historia de los
modos de producción; éstos serían el objeto
del materialismo histórico. Vilar (1979) ha señalado que la obra de Marx introdujo
a la historia dentro de la ciencia, pero que, al mismo tiempo, el concepto de historia es una exégesis
marxista que no estaba aún construido. Tanto marxistas como positivistas
buscaban y establecían leyes sociales en la historia, para justificar el
carácter de ciencia.
Por su parte, Cardoso C. (1975) expresa con
optimismo que la historia aparece hoy como una ciencia en plena evolución. Las
verdades definitivas de la historiografía positivista y del marxismo stalinista
pertenecen al pasado; ahora, la ciencia histórica vacila entre su tendencia a
la totalidad y la tendencia contraria a fragmentarse en varias disciplinas
autónomas. Para Wallace (1980) y Hughes (1987) los métodos científicos son
aquellos que intentan eliminar deliberadamente el punto de vista individual del
sujeto que conoce, que están concebidos como reglas que permiten establecer una
distinción adecuadamente nítida entre el productor de un enunciado y el
procedimiento por el cual es producido.
En el año
de 1942 (Hempel, 1979) se abrió una amplia discusión acerca de la manera como
puede ser aplicada la historia en el mismo sentido en que explica la ciencia de
la naturaleza a partir de la existencia de leyes generales; se intentó una
caracterización de la explicación histórica asimilándola al modelo de
explicación nomotético o hipotético)-deductivo que aplican las ciencias
naturales. Parsons (1968) distingue nítidamente entre la ciencia social
sistemática y la historia como investigación.
En cambio Elton (1967) ha insistido desde siempre
en la autonomía de la historia, en su separación tajante del método de las
ciencias sociales; ve la investigación histórica como un tipo sui generis de conocimiento. Berlin (1960
y 1961) sentenció, tempranamente, que no hay nada parecido a una ciencia de la
historia; la ciencia se concentra en conjuntos de fenómeno homólogos, en
cambio, la historia lo hace en fenómenos heterogéneos: se concentra en la
diferencia.
En la historia “es inútil tratar de buscar leyes
sociales o de convertirla en una especie
de supremo tribunal para juzgar la conducta
de los hombres que pasaron por el mundo...” (Arcila., 1957, pp. 25-32).
Febvre (1992) recuerda que el historiador no es un juez, ni siquiera un juez de instrucción. La historia no es
juzgar; es comprender y hacer comprender. Tuñón (1981) decía que si en el
devenir de la sociedad humana a través
de los tiempos se dan hechos constantes o
analogías, su conocimiento entonces es una ciencia. Pero en los actuales
momentos se ha llegado al convencimiento de que la historia no es una
ciencia, de acuerdo con Prost (2001).
ciencia, de acuerdo con Prost (2001).
De acuerdo al pensamiento de la Modernidad no hay
más ciencia que la que se ocupa de lo
general, de los acontecimientos que se repiten, pero la historia trata de
acontecimientos originales, de situaciones singulares(toda historia implica
significados, intenciones, voluntades, miedos, imaginarios, creencias,
frustraciones, lágrimas) que nunca se
halla reproducidas de forma idéntica (la historia sólo ve efectos, diferentes
en cada ocasión, e intenta remontarse a
las fuentes, por ello es una retrodicción. Toda ciencia (Collingwood, 1990)
empieza con el conocimiento de nuestra propia ignorancia; no de nuestra
ignorancia acerca de todo, sino acerca de
alguna cosa precisa. No se debe olvidar que “la ignorancia es santa, pero no excusa” (Puerta, 2002, p.41).
Reconocer la ignorancia es el primer paso para adquirir el conocimiento.
La historia como ciencia o
disciplina (el estatuto de la historia como disciplina permanece irresoluto
-Leff, 1969- ), así como los marcos conceptuales con los que ha operado, se
forjaron en el interior de la tradición moderna cuando ésta entró en crisis por
la imposibilidad constitutiva de resolver
sus incertidumbres. Esto provocó, irremediablemente, una fractura de los
paradigmas historiográficos establecidos y una desnaturalización de los conceptos
analíticos tanto de la historia tradicional (idealismo, subjetividad,
explicación intencional y factualismo) como de la historia social (con su modelo
dicotómico y objetivista). Con respecto a esta última, recordemos que la
historia social está constituida por dos corrientes o tendencias: el
materialismo histórico y la escuela de Annales (aunque hay historiadores que no
están adscritos a ninguna). Los seguidores de Annales, cliometristas (escuela
estadounidense) y marxistas, se movían en la misma dirección pese a sus
concepciones políticas y sociales divergentes por haber superado los estrechos confines del
paradigma historicista con su focalización de la narrativa en los grandes acontecimientos,
hombres e ideas, el cual había dominado la profesión histórica desde Ranke
(Iggers, 1998), es decir, los tres superaron y condenaron a la historia
episódica.
Ante la creciente
reconsideración crítica a la que han sido sometidos los principales supuestos
teóricos-epistemológicos en los cuales se habían basado hasta el momento la
investigación histórica, se han estado gestando paulatinamente “una(s) nueva(s)
teoría(s) de la sociedad”. Esto significa que ha ido tomando cuerpo entre los historiadores,
una forma cualitativamente distinta de entender el funcionamiento de la
sociedad, sin caer en el subjetivismo idealista de la historia tradicional. Han
ido en aumento las deserciones en las filas de la historia social, de la
historia global, de la historia problema, de la historia como ciencia del
cambio y se están retornando las antes atacadas, combatidos y vilipendiados
géneros tradicionales en la historiografía universal (eurocentrista), pero con
una nueva visión, tales como la de las historias biográficas, políticas,
narrativas, de las instituciones militares, diplomáticas, entre otras. Lo que
debe quedar claro es que hemos llegado al final de una historia determinista,
lineal y homogénea.
En la nueva visión historia, que se está desarrollando,
se encuentran diferentes vertientes o, mejor dicho, meandros de un mismo río,
entre ellas se encuentra la historia local (Ruíz, 1989) que parece, en
principio, un campo privilegiado para la historia micro. Se ha introducido una
idea renovada de lo que se ha llamado espacio local y se ha señalado, a ese
propósito, que la contraposición entre lo general y lo particular no se
solventa, desde luego, sin una ligazón entre lo uno y lo otro que permita hacer
de lo particular un caso de lo general. En
los últimos tiempos se han desarrollado: la historia de las mentalidades; la
historia regional y local (desarrollada en Latinoamérica e influenciada por la
microhistoria mejicana del maestro Luis González 1973 a-b-,1968-1985). La historia discursiva; la historia
post-social.
La historia
de la “mentalite” (de las mentalidades o ideas), para Cioran (1976) la historia de las ideas es la historia del
rencor de los solitarios, pero, la historia en “migajas” está consagrada al
análisis de la apertura temática y al debilitamiento del patrón teórico de la
historia social. Le Goff (1974) señala que el atractivo de la
historia de las mentalidades reside precisamente en su imprecisión, en su
vocación para designar los residuos del análisis histórico, el “no sé qué” de
la historia. La mentalidad alude al
componente colectivo de una sociedad o de una época, es decir, a lo que aúna a
un individuo con su tiempo y con sus contemporáneos. Con respecto a ella, y su
distanciamiento con la historia social, Foucault (1990) decía que todos somos
sujetos vivientes y pensantes. Lo que se hace es reaccionar contra el hecho de
que exista una brecha entre la historia social y la historia de las ideas. Se
supone que los historiadores sociales deben describir cómo actúa la gente, sin
pensar, y los historiadores de las ideas cómo piensan la gente sin actuar. Todo
el mundo actúa y piensa a la vez. La forma que tiene la gente de actuar o de
reaccionar está ligada a su forma de pensar y, como es lógico, el pensamiento
está ligado a la tradición. La historia de la “mentalite”, persigue ideales, valores, actitudes mentales
y patrones de conducta personal e íntima (cuanto más íntima mejor).
La historia
cultural (abandonada a favor de la antropología histórica y de la nueva
historia cultural, impulsada por Kracaver -1969-), historia socio-cultural
-Chartier, 1986 y 1992-, la historia de las mujeres, historia del poder, la
historia de lectura que es una vertiente de la historia cultural, desarrollada
por Darton -1987-). La microhistoria italiana, que puede relacionarse con la
llamada historia de lo cotidiano, cultivada por los alemanes, no es vista como
tal. Fontana (1992) señala que una forma peculiar de historia narrativa, que
tiene muchos puntos de contacto con otras corrientes, como con el estudio de
las mentalidades, es la llamada microhistoria -italiana-, la historia
subalterna o post-colonial, la historia en “migajas” y la neomicrohistoria.
En lo que respecta a los neo-coloniales (de los
estudios culturales), se tiene que la historia subalterna y la dominante
(élites) confluyen para hacerse simultáneas solamente cuando hay rebeliones o
alzamientos, ya que en esos momentos se manifiesta el sujeto subalterno y con
sus acciones interviene en la historia de las élites, desestabilizándola,
penetrándola, interrumpiéndola y cuestionándola (Rivera y Barragán, 1997). Ya
Stone (1986) se había referido a los grupos subalternos capaces de rebelarse
contra las ideas, las creencias o los comportamientos de la mayoría; además si
sólo se dedican a estudiar a las “clases subalternas” (terminología gramsciana)
estarían en el ámbito o terreno del historiador italiano Ginzburg.
Se ha observado que la historia regional y local
(latinoamericana) está dirigiendo su mirada a los barrios, parroquias,
municipios y a la cotidianidad; es la historia de los pequeños espacios. De
acuerdo con Ginzburg y Poni (1981), la microhistoria (italiana) es la historia
de los momentos, situaciones, personas, indagados con ojo analítico, en un
ámbito circunscrito. La mirada cercana permite atrapar cualquier cosa que
escapa a la visión de conjunto.
Es indispensable detenerse un poco en lo que
respecta a la denominada microhistoria italiana representada por Ginzburg (2001).
El libro de este autor titulado “El Queso y los Gusanos” fue publicado en 1976
en Italia, pero el rótulo de microhistoria comenzó verdaderamente a difundirse
a principios de la década de los años 80. Aún en el año de 1994 el historiador
italiano no explicaba claramente qué era microhistoria, en su texto “Mitos,
emblemas, indicios” (1999) publicado en Italia en 1986; la palabra clave no era
microhistoria, sino morfología. De acuerdo con Serna y Pons (2000), Ginzburg no
tiene otra obra que, de manera explícita, manifieste, sistematice, aborde y
desarrolle el concepto y la práctica de la microhistoria. Tiene, eso sí,
algunos textos dispersos en los cuales hay alusiones circunstanciales y que
puede tomarse como declaraciones de ese concepto de microhistoria.
Será Levi (1993) quien dará las claves sobre
microhistoria: reducción de la escala, el pequeño indicio como paradigma
científico del contexto y el rechazo al relativismo, entre otras claves. Para
él, la microhistoria, en cuanto a la práctica, se basa en esencia en la
reducción de la escala de la observación, en un análisis microscópico y en un
estudio intensivo del material documental. Para algunos historiadores, entre
ellos Aróstegui (1995), la microhistoria es una forma sofisticada de narrativa
antropológica y su conexión con la sensibilidad del pensamiento débil
posmodernista es visible. La microhistoria será la historia “del detalle y el
fragmento” (Calabrese, 1989). Estudiar los pequeños espacios, fragmentos e
individualidades, tiene y ha tenido sus detractores, por ejemplo, hace más de
cuarenta años Simiand (1960) expresaba la impertinencia de la historia
individual, la irrelevancia de una historia basada en personajes individuales y
la improcedencia de los fenómenos colectivos dependientes de aquellos.
Para la microhistoria mexicana, las
justificaciones de ésta residen en que abarca la vida integralmente, pues
recobra a escala local la familia, los grupos, el lenguaje, la literatura, el
arte, la ciencia, la religión; esto es, todos los aspectos de la vida natural.
En la microhistoria, pocas veces se olvida la geografía (González, 1973a). El
autor antes citado (1973b) expresó que
la microhistoria es la versión popular de la historia, la obra de
aficionados de tiempo parcial. La
microhistoria es movida por una intención piadosa: salvar del olvido a aquella
parte del pasado propio que ya está fuera de ejercicio; se busca mantener al
árbol ligado a sus raíces; es la historia que cuenta el pasado de nuestra
propia existencia, nuestra familia, nuestro terruño, de la pequeña comunidad.
Con respecto a la Neomicrohistoria (planteada por mí,
años atrás) se refiere a una propuesta
teórica-metodológica para estudiar pequeños espacios, individuos
anónimos o débiles y cotidianidades (las partes contienen el todo). Ha querido
desprenderse de las ataduras académicas de la Modernidad, aceptando y asumiendo
la crisis de los fundamentos teóricos
que nos dan certidumbre, nos darán la oportunidad de vernos a través de
nuestros espejos hechos a mano, es decir, crear nuestras teorías y métodos que
se adapten a nuestras realidades. Los métodos serán diversos caminos que cada
investigador acondicionará de acuerdo a su tema a su aparato erudito y visión
temporo-espacial.
La neomicrohistoria es un fruto que se desprende del árbol de la historia regional y local. Ella
nace y navega en el marco de la crisis de los paradigmas, asumiendo las
contradicciones de la crisis de las ideas de progreso y ciencia. Pero también
asumiendo nuestras propias contradicciones, permitiendo que fluyan libremente.
Es una propuesta para estudiar pequeños espacios, individuos anónimos o débiles
y cotidianidades (las partes contienen el todo). Ha querido desprenderse de las
ataduras académicas de la Modernidad, aceptando y asumiendo la crisis de los fundamentos teóricos que nos dan
certidumbre, nos darán la oportunidad de vernos a través de nuestros espejos
hechos a mano, es decir, crear nuestras teorías y métodos que se adapten a
nuestras realidades. Los métodos serán diversos caminos que cada investigador
acondicionará de acuerdo a su tema a su aparato erudito y visión
temporo-espacial.
Se propone descontinuar la realidad a través de una triple
subjetividad: la del autor-actor de la fuente, la del historiador y la del
lector. La neomicrohistoria dialogará a través del pensamiento complejo y con
la transdisciplinariedad en donde las disciplinas se confunden y funden para
convertirse en una sola visión subjetiva de la realidad. Se puede decir que
Clío está en un proceso de reacomodo y la neomicrohistoria es parte de ese
reacomodo.
Compartimos el criterio de Inés Quintero (2002), a
quien le preguntaron -¿Cuántas historias tiene la historia?, a lo que ella
respondió: “-¡Muchas! Casi tantas como historiadores y aventureros existen.
Cada historia puede tener tantas interpretaciones como historiadores aborden el
tema. Cada cual se afinca en determinada orientación o concepción en una
especial subjetividad o en una fórmula establecida...” (Entrevista en El
Nacional).
Las nuevas historias y la neomicrohistoria partirán
de la premisa o de la idea de que nadie llegará a conocer “la historia”
completa o tal como fue, pues siempre reconstruiremos un pedazo pero nunca la
totalidad; siempre existirá una historia oscura, enigmática y oculta. La
historia está llena de lagunas que son atravesadas por la imaginación de los
historiadores, muchos de los hechos históricos han quedado encriptados por el
poder. La clase dominante solo dice lo que ella quiere que se sepa.
Esa
historia oculta -que nunca llegaremos a
conocer por ningún medio- la he denominado Criptohistoria y lo poco que podemos reconstruir a través del
discurso, es decir la historiografía, la he denominado Apohistoria; aquélla que está lejos de conocer la verdad o la
totalidad conocerá un fragmento o partícula del pasado que se pueda reconstruir
y nunca conocerá la verdadera versión del hecho, ya que existirán historias de
esas historias como historiadores se ocupen de ese pedacito; y la forma de
transmitir ese “conocimiento” histórico se denomina tópica (esta última
categoría ha sido tomada de Árostegui,1995). La apohistoria es la dimensión
ideológica del discurso histórico cargado de subjetividad, aunque los historiadores
se empeñen en lo contario.
III.
EL
TIEMPO Y EL PASADO
3.1.- El Tiempo.
Hasta ahora se ha hablado de dos tiempos: El
tiempo histórico que señala diversas nociones y concepto que han servido para
ubicar y explicar los procesos históricos con el movimiento general de la
historia y la manera de señalarlo, siendo la periodización (que es un recurso
metodológico). Y, el tiempo cronológico que se refiere a la medición secuencial
que permite ubicar el hecho histórico en una fecha determinada. Pero como se
verá en las líneas siguientes existen otros tipos de tiempo que serán de la
preocupación de los historiadores.
Tuñón de Lara (1981) considera que la historia es
ciencia del devenir de los hombres en el tiempo, y que si la historia es tiempo
del pasado, tiene que medirse por su reloj y tiene que contarse. Whitrow (1990)
le diría a Tuñón que su posición es la “consabida historia de la idea del
tiempo” y más aún la concepción del tiempo en la crónica desde tiempos remotos,
o la cuestión de las técnicas y aparatos de medición y la percepción de lo
temporal.
Pero no existe ninguna “máquina del tiempo” que pueda retrocedernos a tiempos pasados para conocerlos en directo y las disciplinas históricas están incapacitadas para conocer el pasado “tal y como realmente fue” (en frase inmortal de Ranke – 1884 - ) porque es hoy irreal o inexistente. Foucault (1992) en sus estudios, cuando analiza o se apoya en Nietzsche, confirma lo demostrado por éste: la historia se escribe siempre desde la perspectiva del presente; satisface una necesidad del momento. Nietzsche (1959) analiza las implicaciones de las ideas bajo el aspecto del tiempo. Alude a la dinámica del recuerdo y el olvido que él veía como atributo singular y específico del animal humano. El poder de recordar hace al hombre predecible, es decir, inheroico. Este hombre inheroico es el que tiene que haberse vuelto no sólo calculador, sino calculable él mismo, regulador hasta para su propia percepción. Sólo así puede tener garantía de su propio futuro y ser fiador de sí mismo. El hombre posee también la capacidad de olvidar lo que sabe, más aún, la capacidad de negar en imágenes y de revestir el terror, el dolor y el sufrimiento causados por la conciencia de su propia finitud con insinuaciones de inmortalidad de tipo onírico. Es capaz de embrujarse y mentirse a sí mismo, de huir de una metáfora, de proporcionar un orden y una forma creíbles a su vida, de actuar como si la metáfora fuera la verdad y de convertir la conciencia de su inminente destrucción en una ocasión de aserción heroica. (García, 2002).
El presente
propone problemas que se estudian desde un punto de vista histórico. El
historiador se sitúa ante el futuro del pasado (Koselleck, 1993). Toda
construcción sobre lo histórico trabaja como una manipulación del tiempo en
cuanto escribimos desde el presente sobre el pasado y la concepción del futuro
interviene igualmente en ella. El pasado sólo es teoría, no tiene ni tendrá
existencia excepto en los ojos del historiador desde el presente. Lo que
ocurrió en el pasado no depende de lo que alguien piense ahora, pero sí depende
de eso cómo lo interpretamos, lo que tomamos de ello y que sobre esto
construimos. (Walsh, 1980).
De acuerdo con Elías (1989) y Crump (1993), la connotación del tiempo,
como parte del proceso civilizador, aparece cuando el hombre separa en la
recurrencia del movimiento cíclico de los fenómenos celestes esencialmente la
sucesión de días y noches subsidiariamente de las estaciones y de posiciones de
los astros. Así como también en todos los núcleos sociales históricamente
existentes, el tiempo es una institución que se construye y que tiene funciones
precisas; pero, así como el pasado no existe tampoco existe el tiempo (lineal y
absoluto) con respecto a éste. En la modernidad, se discutió principalmente la
relación del tiempo con los fenómenos naturales, en su relación con el espacio,
concibiéndolo en tres modos: como realidad absoluta, como duración y como
relación. En la mecánica clásica, el concepto de tiempo relativo se desprende
de la noción de tiempo absoluto; este último no puede ser medido por
instrumento alguno.
Para el historiador, el tiempo no se le presenta como algo dado, que
está allí, preexistente a su investigación, sino que es construido por un
trabajo característico del oficio del historiador (Prost, 2001). Benjamín
(1992) denunciaba en el historicismo el tiempo homogéneo y vacío. Einstein
(1984), en su teoría de la relatividad, ha mostrado que en el ámbito del
universo entero el tiempo está estrechamente relacionado con el espacio y, por
consecuencia, con la velocidad. El tiempo es irreversible, es anisotrópico,
según se deduce de lo que establece el segundo principio de la termodinámica
(Prigogine y Stengers, 1990). El historiador es indiferente al efecto de la
dilatación del tiempo en las altas velocidades, pero su posición frente al
tiempo podrá reflejar de algún modo el hecho más general de que la relatividad
demostró la inexistencia del tiempo autodeterminado y externo a las cosas y
procesos (Cardoso 1985).
En el análisis realizado por Aristóteles (1990),
lo fundamental es que se absolutiza la relación de tiempo y movimiento, pero se
niega que el tiempo sea equivalente al movimiento mismo; se termina definiendo
el tiempo como el número de la variación según un antes y un después. Villalba
(1993) prefiere plantearse los problemas del tiempo histórico y no del tiempo a
secas porque esta sola noción se torna
muy peligrosa en cuanto a su uso, ya que trasciende lo humano. El tiempo
histórico es, en cambio, una noción construida por el hombre y tiene como
sobredeterminación lo social, aunque tiene que ver con lo que el hombre
observa. Esto quiere decir que la observación y la concepción que se deriva de
ella son representaciones sociales que corresponden a una fase de lo que se ha
llamado la formación histórica. Si no procede hablar de un tiempo físico y otro
histórico no debe ser confundido con la necesidad de distinguir entre un tiempo
de reloj y un tiempo existencia (Hassard, 1990).
La realidad del tiempo no es, y no puede ser,
“objetivamente” más que una; otra cosa es la percepción sensorial, no
intelectual, del tiempo por el hombre cuyos perfiles psicológicos son ajenos al
concepto cronológico de lo temporal (Jaques, 1984). Ricceur (1987) piensa que
hay un tiempo absoluto cuyos intervalos pueden ser atravesados por movimientos;
ese tiempo hace residir la esencia de lo histórico en la narratividad porque la
esencia de lo histórico es el tiempo, aunque no hay un cuidador del tiempo. No existe un tiempo en singular, existen tiempos:
lineales y monocrómicos, tiempos relativistas y tiempos de longitudes, tiempos
de salud, enfermedad y dolor, los tiempos litúrgicos católicos (adviento,
navidad, cuaresma, pascua); y si nos dejan, tiempo de espacio-tiempo en el arte
y hasta del silencio.
Digamos pues, con algún dejo de incerteza, que
estamos en presencia de un tiempo ilusorio, que no se deja acorralar para ser
convertido en esclavo de los detentores del tiempo lineal (Villalba, 2002). En
definitiva, el historiador moderno se ha demarcado o se ha establecido además
del pasado-tiempo al espacio, es decir, el historiador ha pensado en función
del espacio y el tiempo (sus coordenadas), sin éstos no hay historiografía. La
teoría relativista constituyó el primer eje transdisciplinar porque va a
perturbar algo tan caro al historiador como es su noción de tiempo y espacio.
Einstein (1984) concibió un espacio articulado dialécticamente al tiempo, de
manera que ya no podemos hablar de espacio sin su equivalente, ni de tiempo sin
sus espacios interactuantes. Lo que se considera un continuo cuatridimensional
significa un espacio doblado por el tiempo y un tiempo parco doblado por el
tiempo y un tiempo que no fluye de manera continua porque no es un fluir ni un
continuo sin accidentes. Es un tiempo que para su consideración va a depender
de su interacción con otros sistemas, entre los cuales se incluye al propio
observador (historiador). El espacio y el tiempo son borrosos y discontinuos.
3.2. El Pasado.
Hasta ahora la Historia ha tenido por objetivo
fundamental estudiar el pasado, ese pasado como conjunto de sucesos ocurridos
en un período anterior a un punto temporal determinado. Pero podemos
preguntarnos: ¿de todo el pasado o fragmentos de él? Para Nietzsche (1959) El hombre es un ser
histórico y vive históricamente; tiene conciencia de su continuo devenir, o de
su dejar de ser, de un diluir de todos sus presentes en un pasado preciso. Ese
pasado está constantemente ante el hombre como una imagen de cosas hechas,
terminadas, completas, inmodificables. La intratabilidad de ese pasado es la
génesis de la deshonestidad del hombre consigo mismo y la fuerza motriz de su
automutilación. El problema de hombre es que recuerda demasiado y bien de esa
capacidad de recordar su pasado afloran todas las construcciones especialmente
humanas. No se trata que el hombre necesite memoria, la gloria y la perdición
del hombre es lo que ineluctablemente tiene memoria. Lo quiera o no lo quiera,
el hombre tiene historia. El asunto, entonces, es si esa capacidad de recordar
no se ha desarrollado excesivamente hasta convertirse en amenaza para la vida
misma. Y no se trata tanto de destruir la historia como de comprender cuánto
está justificado en el hombre sin olvidarla. (García, 2202).
El pasado histórico siempre será desde la mirada desde
presente, la Historia retrodice: “escribir historia es un modo de deshacerse
del pasado” -Goethe-. ¿Quién no ha oído o leído aquello de que para comprender
el presente hay que conocer el pasado y así planificar o prever el futuro?;
pues bien, Moradiellos (2001) afirma que debemos descartar la pretensión
ingenua de que la historia permite “pre-decir” el futuro; en todo caso, y
cuando puede (porque hay “pruebas”) la historia “post-dice” (o “retrodice”, es
decir, como un lenguaje que infiere lo que pasó a partir de lo que actualmente
sucede -Villoro, 1985-) el pasado, para Bracho (1999), se asume que se hace
inteligible bajo el influjo del presente. A partir de la retrodicción, se
infiere lo que pasó, partiendo de lo que sucede actualmente. También debemos
aceptar que nuestra disciplina no constituye una suerte de maestra de la vida,
portadora de enseñanzas y lecciones prácticas y reproducibles en circunstancias
históricas posteriores y diferentes.
A finales del siglo XIX (Langlois y Seignobos,
1972), ya aparecía como ilusión pasada de moda creer que la historia
proporciona enseñanzas prácticas para guiarse en la vida, lecciones de
inmediato provecho para los individuos y sociedades; las condiciones en que se
producen los actos humanos son raras veces suficientemente semejantes de un
modo a otro para que las lecciones de la historia puedan ser aplicadas
directamente. Siguiendo con el pasado, Aron (1996) expresa que la definición
más elemental del término historia es que la historia es el conocimiento del
pasado humano; al respecto, Moradiellos (2001) opina que por definición, el
pasado no existe y no puede ser confrontado ni abordado por ningún
investigador.
La historia “no permite la restitución del pasado
porque el pasado mismo como idea es irrecuperable” (Serna y Pons, 2000, p.178).
Braudel (1968) expresaba que la distinción misma pasado-presente es hasta
cierto punto arbitraria: la historia es una dialéctica de la duración; por
ella, y gracias a ella, es el estudio de lo social, de todo lo social, y por lo
tanto del pasado como del presente, ambos inseparables. Chesneaux (1977)
refiere que el estudio del pasado no es indispensable sino al servicio del
presente.
El control del pasado y de la memoria colectiva va
por el aparato del estado que actúa sobre las fuentes (la mentira puede ser
también una fuente). Muy a menudo, tiene el carácter de retención en la fuente,
secretos de los archivos y, por qué no, destrucción de los materiales
embarazosos (cuando se produce un incendio en un organismo público o privado
siempre comienza por los archivos); este control estatal da por resultado que
lienzos enteros de la historia del mundo no subsistan sino por lo que de ellos
han dicho o permitido decir las autoridades del poder. Se puede establecer, entonces, que se vive un
eterno presente.
Teóricamente hay que replantearse las categorías
de Tiempo y Espacio en el marco de los nuevos tiempos de crisis de paradigmas y
de rupturas epistemológicas. El historiador debe reflexionar sobre su que hacer
investigativo y no conformarse con solo reconstruir, desde el presente, ese
pedacito del pasado, tiene que llenarlo de teoría sin temor a la incertidumbre,
a la ideología y a la subjetividad. El historiador debe reflexionar sobre la
teoría de su disciplina y aceptar la incertidumbre.
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